Chapter Twelve

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Chapter Twelve

De alguna manera he terminado con el teléfono de Drew. Deben de haberse mezclado cuando el suyo cayó en el auto, junto al mío. ¡Rayos! ¿Qué se supone que haga ahora? Necesito mi teléfono para trabajar. Lo necesito para chequear mi agenda…Oh, Dios. Tengo mi vida dentro de mi celular. ¿Cómo es que dejé que esto me pasara?

Me dirijo a la cocina, tomo una botella de debajo de la encimera y una de las copas que cuelgan del aéreo, y, después de destaparla con un ágil movimiento de la mano, empino el pico dentro de la copa. Ni siquiera me había fijado, pero resulta que no he acabado con una copa de vino en la mano, sino de Vodka. Estupendo.

El alcohol quema mi garganta en el momento en el que entra en contacto con ella. Por un momento, creo que estoy a punto de devolver el Vodka, pero después de un par de segundos, la sensación desaparece… y voy a por el siguiente trago. Y el siguiente. Y el siguiente. Y… el… siguiente.

El dolor de cabeza me impide siquiera pensar. No soy capaz de entender por qué he estado bebiendo hasta el punto de no recordar una mierda. ¿Aster se ha pasado por casa? Seguramente se ha puesto a hablar de Andreas y para aplacar mi furia comencé a beber. ¡CRISTO JESÚS! ¡Qué dolor! Es como si un grupo de Metal estuviera tocando justo dentro de mi cráneo… Grupo… Tocar…

Anoche llevé a Vina a un recital. Luego, éste extraño Adonis se metió en mi coche y me ofreció mil pavos por llevarle y… Oh, mierda. Mierda, mierda, mierda, MIERDA.

Tomo el móvil que se encuentra descansando encima de la mesilla de café. Pero no ocurre nada al poner mi dedo para desbloquearlo. Porque no es mi celular. Es el de Drew. Ahora sé por qué he bebido tanto. No pude ser más descuidada.

Me levanto del sofá (donde sin duda caí inconsciente anoche) y me tambaleo hacia el cuarto de baño mientras me despojo de la ropa, la cual apesta a alcohol. Debo de haberme derramado algo de Vodka. En cuanto abro el grifo de la ducha, todo parece mejorar.

Media hora más tarde, estoy vestida en mis jeans, tacones y blusa rojo carmesí con mangas caladas y un discreto escote. Se suponía que hoy tendría que llegar a la reunión con mi profesor de Redacción, el cual también es mi jefe en la Editorial en la que soy interna. Sí. Trabajo con libros. Me pagan por leer y es el mejor trabajo del mundo. (Aunque me haya costado un ojo de la cara sacar adelante mi carrera como Licenciada en Letras, y que aún no tenga mi título). Tomo las llaves de encima de la mesa de café y voy en busca de mi bolso.

Pero me detengo en cuanto llego a la puerta. Ya voy una hora tarde; Kira va a matarme. Sin embargo, tomo rápidamente el móvil de Drew y luego salgo prácticamente volando por la puerta, los pasillos y escaleras hasta el garaje. Me meto en mi coche y, Dios me ayude, acelero como nunca antes. Porque nunca antes he llegado tarde, claro. Y en cuanto llegue, mi jefe va a despedirme. O a reprobarme. Sin mencionar lo que van a pensar… Cualquiera de ellas es mala.

Tras conducir como una lunática por unos quince minutos (normalmente tardo 25 en llegar a la Universidad), aparco en el primer lugar disponible que encuentro y bajo tan rápido que estoy segura que voy a quebrarme un tobillo en estos tacones, si no es que ambos. Y mi día parece que no va a mejorar.

No avanzo por el pasillo de la entrada ni diez metros cuando Kira viene de frente hacia mí, con una expresión en el rostro de tal enojo que jamás le haya visto. Bueno, creo que en realidad nunca lo he visto enojado, lo cual ojalá hubiera seguido así. Respiro hondo intentando armarme de valor.

-       Realmente… – intento decir.

-       ¡NO! – doy un respingo. Nunca antes le había oído levantar la voz. A nadie. – No se te ocurra decir nada. – dice ahora entre dientes. Asiento. Estoy aterrada.

-       Se suponía que estarías aquí hace más de una hora. ¡UNA HORA, TISBE! ¿Tienes idea de lo que hemos perdido?

No contesto. Mi mirada va directamente al suelo, avergonzada. Claro que sé lo que he perdido.

Kira Atshushi no solamente es mi profesor de Redacción y Editor de una de las mejores editoriales del mercado, sino que también lo han elegido como responsable del guión de la próxima serie de la CW, de la cual se ha hecho publicidad mucho antes de empezar con la filmación y que ya ha empezado a recaudar miles y miles de dólares solo por el elenco.

Y, después de mucho trabajo, Kira consiguió que los productores leyeran mi material, el cual les interesó, y por lo cual querían reunirse conmigo hoy. Hace una hora. Y lo he estropeado. Y, claro, he dejado mal parado a Kira por haber sido quien me presentara ante los productores.

-       Espera. – digo, con un nudo mucho mayor en el estómago. – Has dicho… ¿hemos?

Sus ojos, del normal color marrón de los hombres asiáticos, están tan rojos de la ira contenida que apenas soy capaz de mirarle.

-       Tu falta de seriedad ha hecho que los productores duden de capacidad de seriedad. ¿Cómo una persona seria puede recomendar como su compañero a alguien que no posee la dignidad de contestar el teléfono siquiera, o llamar para decir que llegará tarde?

Muerdo fuertemente mi mejilla.

¿Qué demonios he hecho? Ni siquiera tengo una buena excusa por haber llegado tarde. He bebido demasiado. Punto. No puedo decirle eso ¿verdad? Pero no quiero mentir tampoco… Esto apesta. Solo rezo para que no me pregunte por qué he llegado tarde. Solo eso…

-       Ni siquiera puedo mirarte a la cara en este momento. – dice Kira, esta vez con una expresión de dolor. – Vete a casa.

Y sin dejarme decir una sola palabra (gracias al Cielo), se aleja rápidamente de mí.

No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar

Repito este mantra todo mi camino hacia fuera. Algunos estudiantes me pasan y dicen mi nombre, pero no soy capaz de contestar, o siquiera fingir una sonrisa indulgente porque… ¿cómo podría? He arruinado la oportunidad, no solo de mí vida, sino de la vida de Kira, por culpa de un estúpido Adonis que no supo diferenciar su teléfono del mío.

No. No. Eso no es verdad. Ha sido mi culpa. No pude llevar la carga de todo lo ocurrido anoche, y bebí hasta quedar inconsciente. Fue mi culpa haber llegado tarde. Fue mi culpa haber sido lo suficientemente idiota como para que me hubiese importado tanto.

Pero de nuevo… Si Drew no hubiera aparecido anoche, seguramente hubiera pasado dos horas en un café leyendo un manuscrito o repasando las ideas para la serie que diría esta mañana. Si no hubiera conocido a Drew no me hubiera puesto a pensar siquiera en Andreas otra vez, ni mucho menos me lo hubiera encontrado en Granny’s, porque no hubiera ido ahí. Si no hubiera conocido a Drew… Mi tacón derecho se atasca en una grieta haciéndome desestabilizar. Me preparo para caer de bruces contra el suelo… Sin embargo, no ocurre. Dos manos me sostienen desde la espalda evitándome la caída. Al fin, pienso, un poco de suerte este día.

Pero claro, el pensamiento cambia rápidamente, cuando la persona que acaba de evitar que termine en el suelo y al que estoy a punto de darle las gracias, no es otro que el que lo ha provocado todo en un principio.  

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El chico de la bandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora