Chapter Two

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Chapter Two

Intento descifrar si tengo que gritar o salir corriendo de mi coche. Pero por más que grite, nadie podría oírme en esta calle oscura detrás del área de carga del estadio y, aunque me oyeran, cualquiera pensaría que soy una desquiciada más de las que esperan ver a la banda. Sin embargo, la opción de salir de mi propio coche, el que compré hace tres meses con los ahorros de casi toda mi vida laboral, ni siquiera es una idea plausible.

Reparo también en que, el chico que se ha subido a mi coche simplemente se me ha quedado mirando. No parece llevar nada en las manos, nada con lo que pueda amenazarme al menos. Me sonríe con los labios estirados a un lado. Tiene el cabello largo atado en un moño detrás de la cabeza y, si estuviéramos en la calle o me lo acabaran de presentar, opinaría que es tremendamente sexy, y que está terriblemente bueno, como diría mi amiga Aster.

-       Qué. Demonios. Haces? – digo cada palabra con una pausa bien marcada. Su sonrisa se ensancha y esta vez me muestra sus perfectos dientes.

-       Estoy haciéndote una chica con suerte. – contesta con una voz demasiado masculina. El instinto me hace apretar las piernas.

-       ¿Cómo dices? – pregunto, aún con calma y sin demostrar la histeria que estoy comenzando a sentir.

-       Te pagaré mil dólares para que seas mi chofer. Solo serán un par de horas.

Un pequeño suspiro se escapa de entre mis labios. No está aquí para robarme o para cometer algún acto pudoroso. Así que me detengo a observarlo con los ojos entrecerrados por un momento.

Se nota que tiene dinero. Lleva un Rolex idéntico al que mi padre usa desde hace unos meses cuando mi madre se lo regaló por su cumpleaños. No vale menos de diez mil dólares.

Va impecablemente vestido: los pantalones negros le quedan anchos y no ajustados como suelen usar los chicos hoy día; no es un pantalón nuevo pero es de marca y está bien cuidado. Tiene una camiseta blanca debajo de una camisa de jeans que lleva desprendida, haciendo que la camiseta marque sus perfectos abdominales. Aunque es de noche, lleva puestos unos lentes Ray-Ban y tiene la barba que le cubre las mejillas y el mentón tan prolijo que dudo que le haya crecido así.

Y este chico que está para comérselo está diciéndome que me pagará mil dólares si soy su chofer, justo el día en que han llegado las facturas de la Universidad. No soy una persona que crea en la suerte, pero tampoco soy una estúpida.

-       Me pagarás mil dólares para que sea tu chofer. – digo. Él asiente mientras se pasa la lengua por los labios carnosos y comienza a jugar con el piercing que decora su labio inferior izquierdo.

-       Es lo que acabo de decir. – contesta. – Pero tienes veinte segundos para encender el motor y arrancar el coche. De lo contrario tendré que buscarme a otro. – entrecierro los ojos.

-       ¿Cómo demonios sé que no estás escapando de algún problema? – él deja escapar una risa.

-       Créeme. El problema lo tendré luego por haberme ido.

Éste es el momento en el que cierro la boca, le pido el dinero, y lo llevo a donde sea que quiera ir. O al menos es lo que pasaría si esto fuera una película y no la vida real. Pero en la vida real no pasan estas cosas ¿verdad? No tengo manera de saber si este extraño en realidad no quiere llevarme a algún otro sitio, apartado de todo, y hacerme su víctima mortal.

Lo que deberías hacer, dice mi consciencia, es aceptar y dejar de mirar esa basura de Criminal Mind. Te está atrofiando el cerebro.

Voy a decirle que se baje de mi auto en este mismo instante pero las palabras no terminan de formarse en mi boca. Hace seis meses atrás, hubiera estado gritando en cuanto el extraño se subió a mi auto (aunque en aquel entonces no tenía auto en el que se pudiera subir, claro). Nunca hubiera pensado siquiera en ello. Me hubiera largado lejos, no importa cuánto dinero hubiera en medio. Sin embargo, mi vida cambió demasiado en los últimos meses, y, aunque no me guste, mil dólares solucionarían un montón de mis problemas.

No puedo creer que esté haciendo esto, pienso.

-       Primero quiero ver el dinero. – digo con los ojos fijos en los lentes de mi interlocutor. Los suyos están ocultos detrás de los cristales oscuros de los Ray-Ban.

En un hábil movimiento mete su mano en el bolsillo derecho del pantalón y segundos después abre una billetera de cuero que está a rebosar. Me quedo pasmada. Pero… ¿qué demonios…? Nunca había visto a nadie ir con tanto efectivo en mi vida. Y eso que mis padres tienen mucha plata. Ellos siempre han sido de los que llevan una tarjeta de crédito (o varias) en su billetera.

-       ¿Acabas de robarle a alguien? – pregunto antes de poder detener el pensamiento. El chico se ríe.

-       Tienes cinco segundos.

Mis ojos se agrandan y, casi sin pensarlo siquiera, me doy la vuelta en mi asiento y giro la llave en el encendido.

Esta va a ser una larga y extraña noche. 

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El chico de la bandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora