Viaje Eterno

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I

Son las veinte horas.

Es otoño y un manto de frío

cubre todas las realidades posibles,

los vientos despiertos y violentos

atraviesan las inmensidades

ejerciendo una poderosa interrupción

en la danza de las hojas

que en su vaivén encierran

toda la melancolía de este día grisáceo.

La noche avanza con esos

pasos de sombra sumergidos

en témpera negra y tinieblas

que lo envuelven todo

y borra lentamente lo visible.

II

Todos ya se han ido de prisa a casa,

como impulsados por velocidades

nacidas en un reposo anhelado.

Los leños arden en las estufas

y en las chimeneas asoman

las humaredas listas para emprender

el viaje a través del cielo.

La lluvia cae a goterones,

las nubes van llorando.

El cielo abre de a poco

sus compuertas enardecidas.

III

Yo sumido en reflexiones,

meditabundo y solo,

recorro los callejones oscuros

de esta ciudad anocheciendo.

El diluvio se desata

y yo pienso,

medito en mi corazón

y digo,

pasan tantas cosas en la vida.

IV

La lluvia me moja

pero ni cuenta me doy,

estoy en mi viaje,

aunque soy un barco inmóvil.

Ni me percato de que avanzo,

es mi viaje.

Voy pensando y andando,

andando y divagando,

en mis propios colores,

con mis pinceles pintando

mi mundo propio.

Voy caminando

y de pronto pienso:

Me gustaría subirme a un bus

y viajar por siempre,

para no perderme,

para no volver,

para no irme,

viajar por siempre.

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