Ella me acompaña.

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— ¿Estás bien? — Pregunta.  

— Estoy bien, sabes, creo que me he acostumbrado a ti, pero...

— ¿Pero?

— Aún no entiendo qué eres, o más bien, quién eres.

— Es entendible, déjame explicarte, con el tiempo me he vuelto el reflejo de tu ser, soy alguien abstracto, vosotros los humanos siempre me terminan moldeando a su imagen y semejanza.  

— ¿Quieres decir que eres lo que yo quiero que seas? Porque te advierto que en muchas ocasiones quise que te fueras de aquí, entonces, ¿Por qué no lo hiciste?

— No es tan sencillo como desear que me vaya y listo, es imposible, quizá a lo largo del día puedas evitarme, pero al final todos vuelven a mí.

— Admito que me has ayudado mucho, cuando estaba triste siempre me escuchabas.

— Lo haré por siempre.

— Dime, después de todo este tiempo juntos, ¿Me dirás tu nombre?

Ella baja la mirada avergonzada.

— No tengo un nombre como tal pero la humanidad ha decidido llamarme:

Soledad.

Gritos silenciosos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora