1. Mente impactada

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Un amatista helado y perturbado, tan tangible en su flagelo que por poco podía engatusar la silueta senil de la inaudita soledad.

Julia podía percibir el letargo promiscuo en ese atisbo confinado por una redentora fuerza que la desamparaba en el sentimiento más puro y negro de la culpa, con tal vehemencia que parecía una ventisca helada realizada en el arco de un abismo. La mujer con cabellos como una cascada escarlata poseía un broche fino de oro que lo sostenía y lo alejaba de la atractiva rebeldía, en un elegante chongo que hacía ver sus hebras más oscuras, y que al mismo tiempo brillaban por la luz nacida de una oquedad dorada. Parecían hilos brillantes de un carmín apasionado. 

La distinguió aún cuando ella se hallaba de espaldas. Julia jamás olvidaría su afrodisiaca silueta. Carmen vestía un hermoso vestido rojo, su color dominante, en un corte trompeta, los hombros estilizados desnudos distinguiéndose por su hermosa tez morena, y un bello escote que revelaba solo un poco de su pecho, sus aretes de diamantes colgantes se movían en una intrigante danza de campana ante sus sutiles movimientos, cuando hablaba, cuando caminaba, o cuando simplemente movía la cabeza para observar los cuadros de la galería. Ella sin embargo, llevaba su cabello negro y corto bien peinado, con una pinza de perla resguardando su corto flequillo, adornando sus cabellos, resaltando como la estrella de belén en  un manto acogedor de la noche zagal; su vestido poseía un escote en V, la falda de un gris pulcro llegaba hasta el suelo en su movimiento fluido, y su espalda se veía totalmente al descubierto. 

Carmen observaba el cuadro de Ilia Repin, ¨Iván el Terrible y su hijo¨ de 1885 con peculiar interés. Tan quieta que parecía una obra de arte más en exhibición. Julia sonrió pensando en un tema de interés histórico relacionada con la pintura, y caminó hacia ella con seguridad en su andar.

Finalmente cuando estuvo a su lado, miró su perfil, su nariz respingada y perfilada, labios redondos vivos con un titilante labial bermellón, profundo y hambriento. Su mirada parecía un señuelo de angustia severa y honesta, como agujas suspendidas en el viento incomprendido, escueto y siniestro; la umbrosa serenidad petrificada en su soslayo la dejo muda en su sitio. Y sus cejas arqueadas con el ceño tenso reflejaban la emoción que evocaba la pintura. Ella miró la obra, contemplándola en semejante silencio, sin encontrar el momento adecuado para hablar. Pensó que esperaría largos minutos tensos como un musculo inquieto, sin embargo, solo transcurrieron diez segundos exactos antes de que la mujer de tez morena hablara. 

-Su mirada eclipsa la pintura, es el foco mayor -musitó ella con autentico asombro-. El arrepentimiento y el pánico es tan transparente que fluye como la sangre helada.

Julia la miró sintiendo su corazón detenerse ante su voz armoniosa. La miro interrogante, pero se rehúso a expresarle lo que sentía, tal vez porque en ese momento no era pertinente, o simplemente porque no le apeteció puesto que de un momento a otro resultó de igual manera poco gratificante a la platica.

-Ilia Repin es el más destacados en el movimiento realista entre los realistas rusos, es realmente un maestro en la profundidad de la psicología y el tenso descontento que existía en Rusia durante los años 1870 -dijo mirando con detenimiento esa mirada presa del pánico que poseía Iván el Terrible-. A parte de que fue extremadamente relevante en el movimiento artístico Peredvízhniki.

Carmen finalmente se deshizo de su semblante consternado, y miro cautivada a la muchacha de ojos negros esplendorosos, piel alabastrina, con lindas pestañas tomando reflejo con candor en su pupila atrapada como en una ventana, y cejas finas, líneas delgadas y renegridas, con sus labios ovales como los pétalos de unas margaritas, con la extravagancia de un lirio, y aunque lo desconocía, apostaba que poseían la dulzura y suavidad de una dalia. Su intelecto le resultaba seductor, aunque ella ya conocía de lo que le hablaba, no podía evitar sentir deleite y ternura.

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