2. La mujer que lo perdió todo

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Dejó el cepillo sobre el lavabo de color crema, y tomó la loción de esencia de manzana para aplicarlo en la parte de su cuello, y pecho.

Miro su reflejo al finalizar, un semblante frío e indiferente, severo y crítico. La mirada que era propia y observaba con recelo no era otra que la misma que le había brindado la vida a lo largo de los años. Era una cáscara vacía, con la brevedad de un peñasco sublevado por el tacto tosco de la penuria y la miseria. Sus ojos dorados brillaban con su misma seduccion codiciosa pero carente de inocencia, eran llamas ardientes aglomerandose en un fondo falto de lumbre, donde sólo existía su mera voluntad crepitar con una ansia enfermiza.

Victoria estaba ansiosa por finalmente hacer justicia. Por vengarse de todos los males provocados por aquella mujer de cabellos del color de una ciruela negra, ojos como una bombilla de oscuridad extraviada en la noche vetusta y pecas carismáticas en sus mejillas pálidas.

Esperaba que su pequeña carta hubiera sido suficiente martirio como para asustar a la joven agente de la Interpol. Realmente era mala con cifrar las palabras, incluso la metáfora le sabía como una enemiga puesto que nunca fue tenaz en la materia, pero había hecho un intento sincero y siniestro, y de tan solo recordar la respiración agitada de la muchacha que se había encontrado al otro lado de la puerta, le hacía sonreír con un placer crudo y sumamente extraño. Con la naturalidad cochambrosa de una broza en la orilla de un río, pestilente y con deje decrépito por su gesto repleto de ponzoña.

Comenzó a tararear una canción, y tomó su celular donde tenía estudiada la rutina de la muchacha que de alguna manera cautivaba a la mujer carmesí que siempre solía frustrar los planes de su hermano, se preguntaba qué pensaría ahora que ella hacía todo esto, lo extrañaba, y de tan solo recordarlo sentía un picor en los ojos fastidiarle con cierta humedad melancólica. Miró la hora.

9:34 de la mañana.

Sería un día común, pero sería al mismo tiempo, un día menos para la llegada del esperado momento que ha planificado por meses.

(...)

—Ni un solo objeto movido de lugar —dijo mirando con suma atención los alrededores de la habitación—. Ni un solo cabello en las alfombras...

Tomó una lupa que agrandó su ojo como el de un búho en la vigilia eterna, parpadeo y ante tal cosmo, más de una hormiga se espanto bajo la cara del cristal. Después, el muchacho de cabellos pelirrojos  procedió a pasar un dedo sobre la superficie de la mesa del comedor. Su mirada se encontraba estancada en una seriedad maquillada, puesto que aunque buscaba interpretar a un sabio y mesurado detective, con la dispensa similar a la del gran Sherlock Holmes, no le salía, y en su lugar parecía algún niño en cuerpo de adulto.

—Ni un solo rastro en la escena, más que esta nota, claro —murmuró Zack, entre cerrando los ojos, con la ficha en la mano. Ivy puso una mano en su cadera y negó ante la actitud poco profesional de su hermano. En cambio Julia solamente reposaba su palma sobre su otro brazo, abrazandose a sí misma, con los bellos ojos negros atentos y los cabellos despeinados causados por el insomnio—. De no ser porque no creo en la teorías paranormales, diría señorita Argent, que aquí solo paso un espectro.

Julia se hallaba vestida ya con su usual traje de azul marino, una blusa blanca y su collar de oro decorando su suave cuello. Ivy en cambio vestía el traje de A.C.M.E tanto como lo hacía con exuberante orgullo Zack. Ante el comentario sonrió ante el carisma de su compañero, y miro a dirección de Ivy con la esperanza que de repente dijera algo más coherente. Mientras tanto, otros agentes inspeccionaban el lugar, habían llegado una hora después de que el misterioso sujeto sd retirara del lugar.

—Disculpalo, Julia —dijo la muchacha de atisbo celeste—. Pero en parte debo admitir que tiene razón, algunas cosas no cuadran, sospechamos que sea un cabo suelto de V.I.L.E, porque no habría otra explicación ante su habilidad tan impoluta de escabullirse.

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