4

425 34 0
                                    


Cuatro estúpidos meses.

Ese era el tiempo que llevaba secuestrado en aquel lugar.

La comida era horrible, las enfermeras no eran para nada sensuales y el supuesto yeso de tres meses se convirtió en nueve, es decir, le faltaban cuatro para acabar con la tortura. De vez en cuándo le permitían pasar los fines de semana fuera del centro de rehabilitación. Esos días los pasaba junto a su familia. Excepto Gina. Su hermana estudiaba medicina en Cardiff, aunque no quedaba muy lejos de Londres, ella prefería quedarse a estudiar con sus compañeros.

Alessandro no había podido escaparse de aquel lugar. Todos sus ruegos fueron en vano. Ni Maxi, ni sus padres habían flaqueado en su decisión. Así que allí estaba él. Pasando sus días en un lugar que detestaba pero para su desgracia lo estaba ayudando.

Aún no se lo creía. Su alcoholismo estaba prácticamente curado. Bueno, no era tan cierto, pero sus ansias por beber habían disminuido. Las dos primeras semanas fueron como vivir en el infierno. Tuvo que ser ingresado en una clínica porque el síndrome de abstinencia lo destrozó por completo. El malestar, las náuseas, el dolor corporal y las fiebres altas fueron mucho peor que lo poco que sufrió en el hospital los días siguientes al accidente.

Lo más aburrido de todo eran las terapias grupales. A su consejera se le había ocurrido la grandiosa idea de que al compartir su experiencia con otras personas como él sería más llevadera su estancia.

Debía admitir que al principio asistía a esas charlas con el propósito de que se acelerara el proceso y pudiera salir del centro lo más rápido posible. Él solo lo había estado haciendo bien y no necesitaba hablar con desconocidos para superar su alcoholismo. Después, cuando se hizo amigo de Jason, empezó a gustarle ir a las terapias. Por lo menos, tenía una compañía agradable. Sin embargo, cada vez que le pedían compartir su experiencia se negaba con rotundidad. Eso cambió en el tercer mes de su estancia allí. Aún recordaba su primera vez hablando sobre su problema.

—Después de estos meses, ¿Quieres compartir tu experiencia con el resto de nosotros? Y por favor, no quiero seguir pidiendo esto, no uses esas gafas oscuras aquí dentro.

Todas las miradas se posaron en él, esperando su historia. Acomodó los lentes que ocultaban sus profundas ojeras. A pesar de todos los tratamientos y mascarillas que su madre le enviaba para cuidar su cara aún seguían allí.

—Las uso por razones médicas, Doc. Muy bien —se estiró y suspiró lentamente. Odiaba aquella frase con toda su alma. —Hola, mi nombre es Alessandro y soy un alcohólico.

—Hola Alessandro —el coro de nueve voces más le hizo rodar los ojos.

—Pasé los últimos años bebiendo todos los días, la causa no importa, el hecho es que toqué fondo hace cinco meses cuando tuve un accidente en mi auto. No acostumbro a usar drogas, pero esa noche conocí a Jane y le seguí la corriente, admito que me divertí hasta que chocamos, por eso estoy así —señaló su brazo izquierdo, el cual estaba enyesado.

—Alessandro, lamentamos que hayas tenido que pasar eso —dijo la doctora.

—Bueno, no lo creo. Si no fuera alcohólico, no estaría en este centro y ustedes no tendrían trabajo.

—Cuéntanos más de tu vida, ¿Por qué decidiste venir? —dijo la mujer, ignorando su comentario de mal gusto.

—Para empezar no debería estar sentado acá. Mi hermano Maxi, ya saben, el tipo que viene todas las semanas a gritarme, me lo ordenó. Dijo que si no lo hacía me tendría que alejar de la familia.

—A veces se necesitan ese tipo de confrontaciones para aceptar que hay un problema —había dicho Albert, un hombre de cuarenta años y entrenador de un equipo de fútbol que llevaba casi un año asistiendo a las reuniones pero recaía frecuentemente. Los hijos de aquel personaje lo internaban cada dos por tres.

Cuidado Con AlessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora