Capítulo 4: Cruzando el jardín

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Me paré delante de la entrada al jardín y observé cómo el gran muro de forma rectangular, que todo lo cercaba, se veía interrumpido por un arco que demarcaba el umbral de un portón de reja de formas circulares exóticas y que se encontraba abierto. Por detrás de la casa si parecía haber un acceso, no tan directo pues debería cruzar todo el jardín, pero con cierto esfuerzo podría entrar.

Miré hacia el interior y vi un camino de tierra sinuoso que se adentraba en un espeso bosque, me giré y observé que el posadero me miraba atentamente.

— No se preocupe — Le dije — caminaré, gracias por traerme.

El hombre me veía fijamente, pensativo, parecía poder dilucidarse cierta culpa en sus ojos, como si su mente tuviera demasiadas cosas para decir, pero no existiesen palabras ni tiempo para explicarlas.

— Espere señor — Finalmente me dijo — no sería de buen cristiano dejarlo entrar ahí sólo, escúcheme por favor, vámonos y venga mañana, sus maletas son pesadas, no podrá llevarlas hasta la casa, son varias cuadras desde aquí y como ve, el camino de tierra y sinuoso y el bosque es espeso y oscuro, si anochece y aún no llega se perderá y allí dentro nadie podrá ayudarlo, detrás de esos muros nadie lo oirá y si yo me voy, lejos de aquí, al pueblo, ¿Quién lo sacará de allí? ¿Quién se animará a entrar a buscarlo? Es preferible pues que volvamos al frente y vuelva a intentar por allí, yo podré verlo desde afuera y ayudarlo si es que le ocurre algo.

— Tiene razón en una cosa — Le contesté — Mis maletas son pesadas y no podré llevarlas por ese camino.

— Totalmente — me interrumpió mientras asentía con la cabeza.

— Lo veré en la puerta de enfrente mañana en la mañana, con el portón abierto y con él a mi lado, a partir de acá continúo a pie.

Me dirigí hacia la entrada, pero una vez bajo su umbral algo dentro de mi me hizo dudar fuertemente, pero, ¿por qué dudar? Él sería incapaz de hacerme daño, ni a mi ni a nadie, ¿Cuándo en todos esos años en los que fuimos camaradas hirió a alguien? Hice un esfuerzo y puse un pie delante del otro y atravesé la entrada, comencé a caminar, ya no era tan difícil hacerlo una vez estando dentro.

 Ya no hay vuelta atrás, ya dió inició el viaje, atravesaré su espesura y descubriré el misterio, qué esconde, qué vieron los pocos afortunados que estuvieron aquí, ¿Por qué se fueron? ¿Qué podría estar escondiendo él en este lugar? Yo no veo más que árboles y un sinuoso y largo camino de tierra.

El sol comenzó a bajar, y la oscuridad empezaba a invadirlo todo. El coche hizo parecer el camino más corto de lo que era, y lo sinuoso y difícil del sendero lo hacía aun mas largo.

En un momento llegué a un pequeño puente que atravesaba un pequeño arroyo, sonreí, me acordé de esa carta en la que me contaba cómo trabajó en los planos para construirlo. Caminé hasta él, me recosté en la baranda, miré al pequeño arroyo y me sonreí al ver unas pequeñas mojarritas. También me contó sobre ellas y de cómo cada mañana les lanzaba pan cuando salía a caminar. Giré mi vista y caminé al otro lado del puente, allí vi un pequeño bote a remos y volví a sonreir, recordé una nueva carta en la que me proponía venir con mis hijos a pescar en este bote y de cómo nos divertiríamos. No sé si a mis hijos les guste, a mi no me gusta y seguro a su madre tampoco, podría ser peligroso, ¿Pero qué nos podría pasar en un lago artificial más que mojarnos?

Miraba fíjamente la baranda mientras me encontraba dentro de mis recuerdos, cuando sentí un repentino apagón de la luz del atardecer que aun iluminaba mi visita. Me desperté de la ensoñación y observé con más cuidado la baranda del puente, el barniz se estaba saliendo, ese puente que en las cartas me describía como un espejismo precioso de madera marrón brillante ahora parecía ser un puente agrietado por el sol y comido por el moho, el pequeño arroyo comenzaba a oscurecer y la penumbra mostraba una cara en la que no me había percatado antes, la noche transformaba este lugar y generaba una atmósfera extraña que ponía en alerta mis sentidos.

Toda mi felicidad en ese momento se cortó como si un frío cuchillo hubiera desgarrado mi mente en un instante, y allí la ví, reflejada en el pequeño arroyo que desembocaba a un pequeño lago, la casa, a lo lejos, con sus chimeneas, sus enormes muros de este lado si lleno de ventanas vigilando el jardín. 

La casa me daba escalofríos, dar un paso hacía ella me generaba cierta sensación extraña, como si estuviera viva, como si desde allí me observara y estuviera esperando a que me acerque para atraparme entre sus muros y cerrarse para siempre, como si la casa lo tuviera a él como su prisionero y también me quisiera a mi, y yo como una polilla que se dirige hacia una bombilla volaba hacia a ella, que me atraía con los viejos recuerdos y las cartas que me escribía él.

Caminé hasta terminar de cruzar el puente y una pequeña brisa fría sopló frente a mi, haciéndome sentir como si de un soplo alguien me hubiera quitado mi interior, como si el jardín de la casa me hubiera despojado de todo y estuviera allí parado, sólo, en un mundo donde no pudiera volver a ver a nadie más, donde volver hacia atrás era imposible, y donde continuar hacia adelante me llevaría a un mundo vacío, desolado, y me encontraría sin ayuda, sin nadie que me diera su fuerza para poder descubrir y desvelar todos los secretos que allí se encerraban y que tenían el poder de generar en quienes estuvieran en la presencia de la Casa Olimpo un vacío inconmensurable. 

Todo esto era la razón por la cual pocos o quizás nadie había tenido el coraje de transitar estos senderos y quedarse, y avanzar  y llegar hasta la casa, una casa cuya puerta frontal no se abría para nadie, y cuyo diseño interior se había forjado en la mente de él, de quien me invitó a atravesar sus muros y compartir su interior.

Continué mi camino, el sendero se adentraba nuevamente en el bosque que volvía a ocultar la silueta de la casa, algo que me daba cierta tranquilidad, aunque el bosque no era muy acogedor que digamos. Aceleré mi paso hasta que por fin llegué al final del bosque, que se apareció ante mi tan repentinamente que sólo lo noté cuando estuve fuera, frente  a la Casa Olimpo.

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