Capítulo 9: La última sala

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Tanto caminé por ese oscuro pasillo que parecía que lo había hecho eternamente, pero al fin había llegado al final. Aquí encontré una última puerta sin nombre, y al abrirla noté que daba al patio de los jardines, por dentro de los muros, pero por fuera de la casa. Sentí en mi rostro el poderoso viento y la humedad de la tormenta, me puse a pensar si debía estar agradecido de estar dentro de la casa, al abrigo de la lluvia, o si sería preferible quedarme fuera para evitar adentrarme nuevamente en la casa.

Me detuve un momento a pensar mi situación, había recorrido media casa y no lo había encontrado, ¿debería volver al hall? No me siento con las fuerzas para ir y enfrentar a la puerta de los temibles ojos, para que fije su mirada en mi y me pregunte qué hacía allí dentro, pues ella no me había autorizado a entrar. Será mejor si regreso allí acompañado de él.

Decidí entrar a la última sala antes del final del pasillo, todas  tenían un letrero sobre la puerta con un nombre griego, este decía Prometeo. Lo primero que vi al ingresar fué una chimenea, igual a la que me encontré en la biblioteca, pero ésta lamentablemente estaba apagada. El lugar parecía una cómoda sala de estar, con poco mobiliario y muy amplia. A la izquierda vi una escalera de madera, subí por ella hasta la primera planta, allí habían grandes ventanas que daban hacia el patio delantero. La tormenta aún rugía furiosa, ¿No terminará jamás? ¿El mundo se ha detenido al ingresar en esta casa, y la penumbra de la noche y el castigo de la tormenta me perseguirán por siempre? Que bien me sentaría poder encontrarlo a él y celebrar en los cálidos salones cercanos al hall, no tan lejos, no tan olvidados como estos cuartos perdidos y polvorientos. Seguramente cuando amanezca me guiará y me mostrará los cuartos uno por uno y podré sentirlos tan cálidos y coloridos como él me los describió, y esa puerta, esa puerta amenazante en el hall con la luz del día ya no lo será, será una puerta alegre, cariñosa al igual que él lo era conmigo en nuestros años de juventud.

Alejé mi vista de las ventanas y miré a mi alrededor, allí vi tres puertas, decidí entrar a la que se ubicaba a mi derecha, al abrirla y entrar vi una amplia cama, una de esas que llevan cortinas. Las frazadas estaban un poco polvosas, pero las sacudí y quedaron como nuevas.

Quizás deba forzarme a dormir un poco, eso hará que la noche pase más deprisa pensé. Me saqué los zapatos, la chaqueta, me metí en la cómoda cama y me tapé. Los relámpagos iluminaban cada tanto la habitación.

Pero algo me perturbaba y no me permitía dormir, así que decidí cerrar las cortinas, eran azules, gruesas y pesadas, y al cerrarlas sentí como si fuesen un poderoso velo protector que me acogía y protegía, estaba en un capullo donde nada podría pasarme, estaba en mi refugio, un claro de luz en una enorme casa desolada que muchos me habían advertido que estaba maldita. Pero aquí no, aquí estaba en mi propia casa, protegida con paredes gruesas, donde nadie más que yo podía entrar, ni siquiera la luz de los relámpagos ni del candelabro que dejé en la cómoda frente a la cama. Esta era mi oscuridad, una oscuridad que elegí yo, y que me cubría de la oscuridad de la casa.

Me tapé con la frazada hasta la cabeza y cerré fuerte los ojos, a la mañana esta pesadilla habría pasado y vería que esta no es más que una simple casa. Me encontraría con él y hablaríamos durante horas y horas. Este lugar no está maldito, sólo es una casa me dije.

Pero un fuerte golpe me trajo de nuevo a la realidad y abrí rápidamente mis ojos, parecía que la puerta de la habitación se había abierto violentamente y se había azotado contra la pared. Me quedé quieto e inmóvil, con la respiración agitada, trate de contenerla pero no podía, el miedo se había apoderado de mí, traté de convencerme de que sólo había sido el viento pero mi mente me desmentía una y otra vez, las ventanas están cerradas, no hay viento aquí. Entonces lo sentí, algo suave, algo gentil, casi tímido, que se apoyaba sobre mis pies, como si alguien muy cuidadosamente se hubiese sentado encima de ellos, alguien muy liviano. 

¿hay alguien más aquí? me pregunté, pero no, no podía ser, caminé durante horas por esta casa y sólo encontré soledad, ¿y si fuese él? Él era así, era gentil, delicado, opuesto a mi, era una de las cualidades de él que admiraba, yo era bruto y todo lo rompía, todo lo hacía apurado, nervioso, me desesperaba por acabar y tartamudeaba de la desesperación por pensar más deprisa de lo que mi lengua era capaz de hablar, pero él era lento, calmo, como si paralizara al mundo con sus palabras casi ensayadas.

Sólo me quedaba descubrir mi cabeza y el misterio estaría resuelto, por fin dejaría de estar sólo, ¿pero si no era él? ¿si lo que estuviera en mis pies no fuera algo que quisiera ver?

Casa OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora