15|La confesión

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Jake

—Reese, ya se lo he dicho.

Le comunico por teléfono a la joven pelirroja, y juro ver su sonrisa en el rostro a pesar de no verle la cara.

Hace un rato que he ido a casa de Finn a hablar con él.

Estaba nervioso, por una parte sabía que se lo iba a tomar bien, pero la otra me decía y repetía que no le gustaría mi pequeña carrera como bailarín.

Mientras veía correr el viento y arrastrar las hojas naranjas y amarillas, mi estómago se hacía un nudo, y mi garganta quería soltarse de mi alma. El corazón se me aceleraba, y cuando vi su puerta frente a mí, casi me caigo del miedo.

Me limpio las manos en los vaqueros y me acerco lentamente a la enorme casa de madera rojiza desgastada. Sé que está solo, sus padres a esta hora trabajan, espero que no haya salido, porque no le he avisado de mi visita, y habría sido un camino estúpido y sin objetivo. Una gran puerta de madera de color blanco me espera al subir el porche, decorada con dos plantas preciosas, pero que a mí, ahora mismo, se me hacen aterradoras.

Veo el timbre y, antes de arrepentirme, lo llamo, es ruidoso y armonioso, y solo provoca intranquilidad en mi interior.

El tiempo de espera es eterno, observando un mueble y deseando que se abra, o que no lo haga. Intento distinguir pasos en el interior de la vivienda, o algún sonido que me diga que hay alguien ahí dentro, pero eso no ocurre, y solo me queda esperar, con mi alma alimentándose de mi propio cuerpo, sumido en inquietud.

Y de pronto, una luz en el interior, un chirrido y un chico rubio frente a mí, al principio confundido, y después emocionado.

—Hola Jake, ¿qué tal? —su voz, grave y profunda me cubre de emociones extrañas, pero me da un poco de seguridad para hablar con él.

—Hola Finn, quería... Hablar contigo. Si no estás muy ocupado.

Mi tono le confunde, pero me acepta. Se aparta de la puerta y me deja acceso.

—Claro, ¿qué pasa? —y entonces, se le enciende la bombilla —¿Os habéis peleado?

Sé a quién se refiere, a mis padres, y lo niego con la cabeza.

—No. Pero... Tiene algo que ver.

Soy incapaz de mirarle a los ojos, la vergüenza no me lo permite. Nos vamos a su salón, decorado con fotos de toda su familia, una televisión de tamaño gigantesco y una chimenea que solo encienden en Navidad. Tienen una mesa de madera que construyó con su padre cuando él tenía cinco años, es un desastre y no tiene ninguna clase de sentido la forma en la que las tablas están ordenadas, pero sus padres están muy orgullosos de su creación, y la exhiben como un tesoro.

—Llevo años intentando que la quiten —se ríe, dándose cuenta de que miraba el viejo y desastroso mueble.

—Es genial.

—Tiene seis patas, y los tablones sobresalen sin sentido. He hecho cosas mejores.

Aparte de la sangre, a mi amigo le encanta la carpintería. La descubrió un día en el taller de su padre, y se enamoró de ella. Construye millones de cosas en su tiempo libre; figuras, estatuas... Puede parecer una afición extraña, pero le encanta, y no la esconde.

—Pero fue tu primera creación —apunto —Y están orgullosos de ello.

La mira con una sonrisa nostálgica.

—Sí que lo están. —permanece pensando un buen tiempo, y pronto se da cuenta de algo —Pero no estás aquí para hablar de mí. ¿Qué pasa?

Respiro hondo y me sacudo antes de sacarlo todo. Levanto la vista, y me permito mirarlo a los ojos, y lo cierto es que ver su semblante tan pacífico me da un poco de calma. Voy a darle largas hasta sacarlo, pero lo mejor es que no, arrancarme la tirita rápida e indolora es la mejor solución.

Bailar bajo el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora