01| La chica del puente

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Jake


El sudor es retirado de mi frente con la parte delantera de mi brazo, mi respiración es muy audible debido al cansancio, pero intento calmarla. Los gritos del público, llenos de alegría y adrenalina me enorgullecen y me activan. Doy una palmada y me pongo en pose receptora, esperando al balón lanzado por el contrincante.

El otro equipo nos pasa la pelota, me muevo un poco y con mis brazos extendidos se la paso al colocador que la levanta sin problema.

Y ahí lo veo.

Mi momento.

Con mi último aliento, doy dos zancadas y salto todo lo alto que puedo. Mi brazo se extiende hacia atrás todo lo posible, y cuando veo la posición justa, golpeo con la palma de mi mano todo lo fuerte que puedo el balón a través de la red.

Va cayendo poco a poco, los otros se abren camino para recibirla y devolvernos el golpe, un chico consigue elevarla y los nervios vuelven a mí. Otro le da, y dejo de distinguir si el sudor se debe al cansancio o la ansiedad que me causa vivir este momento.

Y la pelota bota.

En su campo.

Dándonos así, una grandiosa victoria.

Acabamos de quedar como primer equipo del país.

Mi respiración intenta normalizarse y una sonrisa asoma mi rostro. Alguien me salta por detrás, y cuando me giro veo que Finn, mi mejor amigo, que estaba en el banquillo, me abraza con todas sus fuerzas. Le rodeo con mis brazos mojados y malolientes, pero a ninguno nos preocupa eso en este momento.

—Lo has hecho, Jake. Hemos ganado gracias a ti.

Sus palabras me emocionan más de lo que creía, mis oídos se llenan de armonía y mi pecho de orgullo.

Cuando nos separamos, todo el equipo cae encima mío, dándome la enhorabuena y las gracias. Unos cuantos me levantan en el aire y no puedo dejar de reír. Un señor se nos acerca y nos entrega un trofeo, que elevo hacia el enorme techo del pabellón que nos protege del frío exterior. Todos nos animan y vitorean, y mi sonrisa aumenta.

Sin duda, uno de los días más felices de mi vida.

O eso creía.

El autobús se sume en un largo silencio. Después del partido, nos hemos duchado corriendo y ahora vamos de camino a la ciudad de nuevo, nos queda un largo viaje, por lo que muchos duermen, incluidos mi compañero de asiento, Finn, que lleva roncando media hora.

Mi móvil vibra en el bolsillo trasero de mi pantalón, lo saco todo lo rápido que puedo para no seguir molestando y me fijo en quién es. Mi padre. Me preparo para darle la noticia de su vida y descuelgo.

—Hola, papá.

—Hola, hijo. ¿Qué tal ha ido el partido? No podía esperar a tu llegada para que me lo contaras —no creo que tenga idea de lo ilusionado que estoy por decírselo.

—Hemos ganado.

—¡Eso es fantástico! —su voz suena orgullosa, y mi pecho se infla por ello. Intento callar sus gritos al escuchar un quejido de mi mejor amigo —Hijo, que orgulloso estoy de vosotros, es lo que siempre te digo, el esfuerzo tiene su recompensa. Sabía que erais el mejor equipo del país, siempre lo he creído. Dale mi enhorabuena a Finn, seguro que habéis ganado por ese chico. Siempre ha sido el mejor, su padre siempre me comenta lo orgulloso que está de él. ¿Sabes que trabaja en la mecánica de su familia? Como tiene que ser, es un hombre de verdad.

Conforme va hablando, mis labios van decayendo, formando al final una fina línea recta de tristeza y decepción. Todo pasa a segundo plano, sus palabras no eran para mí, eran para Finn.

Bailar bajo el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora