Miedo

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Había pasado casi una semana desde que habían dormido juntos después de esa fiesta de carnaval. Sus amigos le habían agradecido las entradas porque se lo pasaron como nunca antes, pero también les había oído reírse de cómo creían haberle visto vestido, y aunque Álvaro estaba seguro de que habían visto a su ama, no la mencionaron en ningún momento, siquiera ese día mientras hablaban viendo a su amigo en otro mundo.
Cuando la pantalla de su teléfono se iluminó sobre la mesa de la universidad lo cogió para bajar la barra de notificaciones, pero al ver el nombre “Andrea Rocca” se metió en la aplicación de mensajería y archivó el chat.
Llevaba así desde que se despidieron por la mañana después de despertarse. Ella lo había invitado a desayunar, y aunque él se moría de hambre, tuvo que rechazar la oferta por el torbellino que sentía por dentro. Poco rato después había recibido un mensaje de la universitaria preguntando si se encontraba bien, pero Álvaro no lo abrió, y seguía sin abrirlo. Antes de archivar el chat había visto que se le habían acumulado más de 20 mensajes de aquella diosa que le ponía la vida patas arriba, pero no se veía capaz de contestar y enfrentarse a ella.
Aunque aquel torrente de emociones había empezado a aflorar la noche que pasaron en el ático del Rocca’s compartiendo una pizza, esa noche que pasaron juntos hicieron aquello incontrolable. Hacía unos años que le habían hecho mucho daño y desde entonces había construido un muro a su alrededor, pero era como si esa chica hubiera descubierto la manera de entrar sin haberlo intentado siquiera, y eso le aterraba.
De repente escuchó como todas las sillas se arrastraban por el suelo y levantó la mirada del ordenador. No había escuchado ni una sola de las palabras que dijo su profesor, mucho menos escribir nada en el documento que había abierto al inicio de la clase, se había abstraído en su mundo y el tiempo había pasado mientras él intentaba desenredar sus enmarañados pensamientos.
Al salir de la facultad pudo ver a su mistress ir hacia su coche envuelta en un abrigo negro que le llegaba hasta las rodillas. Cuando esta levantó la mirada se cruzó con la del que era su sumiso, quien por instinto bajó la cabeza y salió corriendo para alejarse de quien ahora mismo sentía peligrosa. Cuando se encontraba a una distancia prudencial se giró a mirar el coche y le pareció ver que Andrea estaba falta de luz, de esa chispa que parecía acompañarla allá donde fuera, pero Álvaro no pudo asegurarse, ya que enseguida puso el coche en marcha y la perdió de vista.
Llegó a casa tan confuso como desde hacía una semana y dejó caer la mochila al borde de su cama para tirarse el después, sacándose el móvil del bolsillo cuando lo sintió vibrar. Sabía de sobra quién era la que le hablaba, pero seguía sin verse con fuerzas para contestar, así que iba a volver a archivar la conversación. Sin embargo, mientras seleccionaba el chat para silenciarlo pudo leer perfectamente el mensaje que le había mandado esta vez, era una única palabra y entraba perfectamente en el recuadro que quedaba bajo el nombre con el que él la había agregado: “adiós”.
Su corazón se paró en ese instante mientras sus pulmones aceleraban, haciendo que le faltara el aire, sintiéndose totalmente ahogado. Se incorporó sobre la cama y buscó con la mirada su abrigo por la habitación, recordando después de unos segundos que aún no se lo había quitado. Salió corriendo de casa para dirigirse al edificio en el que sabía que la que era su ama vivía, o al menos rezaba porque siguiera siendo su ama.
Bajó del autobús y corrió las manzanas que lo separaban del portal del edificio de la universitaria y casi derrapó para entrar en el recibidor. El portero lo miró de arriba abajo con casi cara de asco, pero lo dejó pasar por conocerlo ya de sobra. Al subirse al ascensor y verse en el espejo entendió la mirada del portero, iba con unas deportivas y un pantalón de chandal negro, seguido de una sudadera de nike de color rojo y el abrigo abierto, ademas de estar despeinado, daba una imagen penosa. Valiéndose del reflejo del espejo y de sus manos intentó adecentrase un poco, pero en realidad daba la imagen de cómo se sentía en ese momento, un imbécil patético que estaba a punto de perder algo que había querido durante mucho tiempo.
Había entrado por el ascensor de las visitas por ser la primera vez que iba sin invitación, así que atravesó el corto pasillo que había entre el ascensor y la puerta de entrada y presionó el timbre.
En ese momento se le paró el mundo y las dudas le asaltaron, ¿Y si no estaba sola? ¿Y si la casa estaba vacía? O peor, ¿Y si su diosa no estaba en casa pero había alguien allí? En el momento en que quiso darse la vuelta para salir corriendo la puerta se abrió y pudo ver frente a él a la chica que había ido a buscar, iluminándosele la cara por haber llegado cuando ella estaba en el ático, esperando que no fuera demasiado tarde para arreglar su error. Ella por su parte puso cara de sorprendida y casi de enfado hacia él.
—¿Qué coño haces aquí? —Sonaba enfadada, pero su voz apenas era un susurro imperceptible. Lo agarró con fuerza de los cordones de la capucha de la sudadera y estiró de él hacia dentro, cerrando la puerta de entrada y casi empujándolo por un pasillo hasta meterle en una habitación y encerrarse con él dentro.
Álvaro miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en la habitación de Andrea. Las paredes estaban pintadas de color lavanda y los muebles eran todos de color blanco. Una cama doble con el edredón gris con manchas de diferentes colores pálidos en la esquina contraria de la habitación, un escritorio justo frente a la puerta y un gran armario a la derecha. Tenía una alfombra de un tono algo más oscuro que el de las paredes en el suelo y un par de baldas cuadradas sobre la cama. Pero nada de eso le llamó especialmente la atención, su mirada se clavó en la maleta abierta que había sobre la cama.
—Repetiré la pregunta, ¿Qué coño haces aquí?
En ese momento el sumiso reaccionó y se giró para tirarse de rodillas a los pies de su diosa, casi llorando al recordar la razón por la que había ido a su encuentro.
—No te vayas, por favor, no me abandones —Levantó la mirada rompiendo cualquier norma que pudiera haberle impuesto en caso de haber sido una sesión, dejando en claro que venía a disculparse como su amigo y amante, no como su perro faldero —. Sé que he sido un imbécil pero no me hagas esto, por favor.
No pudo evitar fijarse en la ropa que llevaba puesta, unas botas altas hasta casi la rodilla con cordones hasta el final y cremallera a un lado, unas medias negras levemente trasparentes ocultaban sus piernas hasta llegara  un vestido gris oscuro, casi negro, de manga larga y cuello alto. Se fijó entonces en su peinado, más corto que la última vez que se vieron, hasta un poco por encima de los hombros, echado todo a un lado y con un costado rapado. No pudo más que sentirse de nuevo una criatura pequeña, débil e indefensa a punto de ser abandonada.
—No te vayas, por favor, no quería hacerte mal ninguno con mi actitud, yo quiero estar contigo. —Según hablaba se acercaba más a la joven, rompiendo en llanto finalmente por el cúmulo de sensaciones que tenía en el interior.
—¿Qué? —La voz de Andrea sonaba confusa ante las palabras del universitario, que sin hacer caso siguió con su discurso.
—¡Por favor! Me está encantando todo lo que tenemos, no me abandones. —Álvaro se lanzó entonces a abrazar las piernas de la que hasta el momento al menos había sido su diosa, llorando contra las medias que le cubrían las piernas.
—¡Ssshh! No grites, imbécil. —Esta intentó taparle la boca para callarlo, pero este no se dejó.
—Sé que no doy ni una, solo quería quedar bien contigo de alguna manera aún con el lío que tenía dentro y he conseguido lo contrario, lo he hecho todo mal, perdoname. —Cuando terminó de hablar se apartó por un intento de patada que le dio, arrastrándose como el gusano que se sentía hasta estar a una distancia prudencial.
—¿Se puede saber qué te pasa? Llevas pasando de mí casi una semana, como si fuese un polvo de una noche del que te quieres olvidar. Insisto en contactar contigo porque estaba preocupada y siquiera lees los mensajes que te mando y ahora que te digo que entiendo que tal vez quieras un tiempo solo y que mientras estoy fuera te doy tiempo para pensar lo que quieras y ya cuando vuelva me dices lo que sea, ¿Vienes a llorarme y a pedirme que no te abandone?
»Mira, Álvaro, me han hecho muchas cosas en una relación de ama-sumiso, ya te dije que uno me hizo daño al punto de no querer nada más que relaciones profesionales y que eres la primera oportunidad que doy desde entonces, pero comportandote así solo haces que me arrepienta de haberte dado esta oportunidad.
—¿N-no me vas a abandonar? —La voz del sumiso estaba entrecortada por los sollozos que aún se le escapaban al hablar, destrozado por dentro como hacía mucho que no se sentía.
—¿Acaso no ha quedado claro que lo que te estoy diciendo es que me digas si quieres seguir con esto o no? Que yo sepa no he dicho nada para que pienses que algo me molesta, eres tú el que ha desaparecido como un fantasma y ha huido cuando me ha visto esta mañana.
—Pero los mensajes… —Al sacar el teléfono abrió la aplicación y, por primera vez desde hacía mucho, el chat con su mistress para leer la conversación.
Los primeros mensajes eran de preocupación, los siguientes eran desanimados por pensar que ella podría haber hecho algo que lo molestase y los últimos tres decían que se iba unos días fuera, que se los daba a Álvaro para pensar y decidir que hacer y en el último mensaje se despedía. No había dicho en ningún momento nada de abandonarlo, pero el miedo había podido con él y no quería arriesgarse a perder a la diosa que había logrado encontrar.
—Te habría venido muy bien leerlos, y aún mejor responderme.
—Perdoname, diosa —Se inclinó hacia delante poniendo las manos en el suelo y la frente sobre ellas —. Castígame por mi comportamiento, no debería haber ignorado a una divinidad como tú, y mucho menos sabiendo la suerte que he tenido de que te fijes en un gusano como yo.
—Dime por qué has hecho esto. —La voz de Andrea sonaba firme e indiferente, pero ambos sabían que eso había detenido el tiempo para Álvaro una vez más.
No sabía qué responder, estaba en completo silencio mientras oía los segundos pasar marcados por el reloj que había en algún lado de la habitación.
—Tenía miedo de que todo me superase, de que los torbellinos de emociones que sentía me ganaran y acabar espantándote —Empezó a hablar sin pensarlo demasiado, no quería mentirle y tampoco veía lógico maquillar la verdad, solo tenía que omitir el pequeño detalle de que ese torbellino de emociones implicaba algo más que una amistad tan peculiar como la que tenían —. La última vez que nos acostamos éramos iguales, no ama y sumiso, y pensar que podía tener ambas cosas con una diosa como tú me vino grande y me asusté.
»Sé que no debería haber ignorado tus mensajes, y menos sabiendo que soy el primer sumiso que tienes más allá de lo profesional desde lo que sea que te sucediera, pero soy idiota y lo hice mal.
—¿Y? —Álvaro levantó la cabeza para mirar a su diosa, no había sonado con desprecio, más bien como si estuviera esperando que él dijera algo más —. Eres idiota, ¿Y qué más?
—Un imbécil.
—¿Y?
—Un gilipollas, un desagradecido, un gusano y un perro que no se merece a la diosa tan grandiosa que tiene. —Las insultos hacia su persona salían solos mientras su voz sonaba cada vez más emocionada, la mirada de su mistress desvelaba que lo perdonaba y que iban, como mínimo, a tener un rato agradable los dos, pero ella decidiría de qué manera.
—Creo que si que te mereces ese castigo. —Camino por la habitación hasta el armario donde abrió una puerta corredera y sacó unas pinzas atadas con cables a una pequeña máquina.
Sin necesidad de recibir ninguna orden Álvaro se quitó el abrigo y lo colocó sobre el respaldo de la silla del escritorio, junto al resto de la ropa que llevaba de cintura para arriba, arrodillándose después mientras se agarraba las manos en la espalda sobre la alfombra, arrepintiéndose casi al momento al notar que la alfombra no era tan mullida y lisa como le había parecido.
Mientras buscaba de forma disimulada una postura algo más cómoda su mistress llegó a él y le acercó las pinzas al pecho, sin agacharse ella lo más mínimo, caminando a su alrededor y acariciándole el cuerpo con las mismas. Aunque estaban pintadas de blanco eran de metal, por lo que el tacto le hacía sentir escalofríos por estar algo más frías de lo que esperaba.
Tras dar una vuelta entera a su alrededor se agachó lentamente frente a él. La distancia era cada vez menor hasta que la joven se detuvo, las respiraciones de ambos se mezclaban y los labios de ambos se rozaban. Álvaro soltó un quejido cuando notó los dientes de la pinza de hierro cerrarse sobre uno de sus pezones, aprovechando su diosa entonces para comerle la boca de forma muy lenta.
Ignorando el dolor se dejó llevar, disfrutando de las cálidas caricias con las que esa esa mujer lo deleitaba, notando sus uñas bajar lentamente por su pecho, dirigiéndose a los costados y deteniéndose al llegar a su pantalón.
—Iba a ser horriblemente mala contigo —Su voz apenas era un susurro que rozaba los labios del chico al que cada vez volvía más loco —, pero no creo que tu polla aguante una descarga —Al decir eso colocó la pinza sobrante en el pezón libre de su esclavo, que soltó un gruñido grave por no quejarse —. Pero así sí que podrás, ¿Verdad bichito mio?
Las palabras no salieron de su boca, intentaba decir algo para adorarla, pero su mente estaba en blanco por todos los cambios que había habido en la última hora. Había pasado de no saber que hacer a la desesperación de creer que perdía a aquella diosa del placer y la lujuria para después arrastrarse a sus pies y sentir el fuego crecer en su interior por saber lo que se le venía encima.
Álvaró escuchó los pasos de la joven alejarse y volvió a la realidad, viendo como se había alejado y se acercaba de nuevo con una mordaza en la mano.
—No estoy sola en casa, y sé que no te puedes estar calladito, así que me voy a encargar de callarte. —Le colocó la mordaza en la boca, impidiéndole cerrarla, haciéndole callar cualquier sonido contra la bola que tenía entre los dientes, pero permitiéndole libertad de movimiento para adorar a su diosa en caso necesario.
Una suave descarga le recorrió el cuerpo cuando su ama presionó un botón de la pequeña máquina. Apenas sintió dolor, y la ola de placer que lo inundó al ver la cara de asco que le dedicaba mientras le daba la descarga hizo que el fuego que sentía dentro se concentrase en su entrepierna.
Cada vez que la miraba le parecía más sexy, le parecía que se creía más su papel de diva y diosa y que tenía muchas más ganas de demostrarle al mundo que podría acabar con quien quisiera de proponérselo.
Vio como se sentaba sobre la cama, cruzando las piernas y dejando las eternas botas a centímetros de su boca. Empezó a adorar su calzado, lamiéndolo y besándolo como había aprendido que le gustaba. El cordón de la bota le cayó sobre la cara y se fijó en que su ama sse estaba desaciendo muy lentamente el nudo con una mano, mientras arrastraba la otra hasta ddebajo de la almohada para sacar una fusta muy simple de color negro.
Obedeciendo órdenes silenciosas comenzó a hacer el nudo, haciéndolo mucho mejor que la vez que le ató las botas en el ático en aquella primera reconciliación, haciendo que sonriera satisfecha por ver cómo su perrito aprendía lo que se le enseñaba.
Presionó el botón de nuevo, dándole una descarga levemente más fuerte, escuchando así el quejido ahogado contra aquella mordaza que tanto había deseado ponerle a su sumiso.
Estiró levemente una de sus piernas para acariciar el bulto que se formaba entre las piernas de su sumiso mientras se mordía el labio al tener tal espectáculo ante ella.
—No pensé que podría tenerte así de nuevo en un tiempo.
Álvaro no pudo responder, sabía que algo malo iba a pasar, era un castigo, pero hasta el momento solo había disfrutado, y no tenía pinta de ir a cambiar nada.
—Te había comprado un regalo, para darte cuando me dijeras que estabas muerto de ganas de seguir a mis pies, pero creo que esto es suficiente.
Se levantó y fue al escritorio para sacar de uno de los cajones una caja totalmente negra con una R dorada grabada en la parte de arriba que le entregó al sumiso. Al abrirla se encontró un collar de cuero con una placa dorada colgando, la cogió y pudo ver que estaba grabada por ambos lados. Por delante el nombre "bichito", con el que su diosa lo llamaba, por detrás una inscripción algo más larga "propiedad de Rocca".
Vio las negras y largas uñas de su diosa cogerle el collar de las manos y ponérselo en el cuello, atándolo con algo de fuerza para dificultarle levemente la respiración.
Se alejó un poco de él para darle otra descarga, un poco más fuerte de nuevo, y esta vez sí que tuvo que morder la bola que tenía en la mordaza para no gritar, cerrando los ojos con fuerza para no gritar. Pudo escuchar a su ama reírse un poco ante la escena, por lo que aprovechó para intentar recolocarse y dejar de clavarse las curvas de la alfombra en las rodillas, pero escuchó como su mistress chasqueaba la lengua, no permitiéndole tal cosa.
Los segundos se le antojaban eternos mientras esperaba que se decidiera su castigo, sabiendo que no había empezado siquiera. De vez en cuando recibía una descarga, más o menos fuerte, impidiendo que el cuerpo se le acostumbrase a cierto voltaje. Cuando el juego pareció aburrirle le quitó las pinzas de los pezones, haciendo que la sangre volviera a circular, haciéndole daño al sentir de nuevo la sangre correr.
Mientras aún se quejaba las cálidas manos de su diosa rozaban su pecho para bajar despacio, deteniéndose en acariciar esos malheridos pezones. Esa vez no había heridas aparentes, pero las descargas le habían quemado levemente la piel. Álvaro soltó un suspiro de alivio cuando pasó la lengua despacio por ellos para después besarlos, no pudiendo aguantar un gemido de dolor y placer cuando acto seguido notó un leve mordisco, quedando ahogado en la bola que traía la mordaza.
Mientras con la boca estimulaba sus pezones, las manos de su ama continuaron bajando, arañando levemente algunas zonas, para colarse bajo el pantalón y acariciar con la uña parte de la erección que se le formaba bajo los pantalones.
—Veo que lo has entendido perfectamente... es un castigo y no puedes tocarme, has aguantado muy bien hasta ahora, no me falles al final.
Dejó de sentir la presión de los pantalones cuando su diosa se los desató y bajó junto a sus calzoncillos, impidiéndole así guardar bien el equilibrio por tener las piernas aprisionadas por la cintura de sus pantalones. Esos cálidos labios volvieron a acariciar su piel, esta vez en el cuello, besándolo y mordiendolo mientras rodeaba su miembro con una mano y le acariciaba el culo con la otra, haciendo que quisiera abandonarse al placer, pero obligándole a mantener la guardia alta.
Cuando empezó a mover la mano por su miembro en una paja lenta y placentera tuvo el instinto de morderse el labio, sin poder hacerlo por la mordaza,  agradeciendo el no ir a romperse el labio como cada vez que fantaseaba con las cosas que harían la próxima vez que se vieran.
Mientras la mistress masturbaba lentamente a su sumiso clavaba poco a poco sus uñas en él, haciendo que huyera de la mano que le hacía daño y se acercase a la que le daba placer, sin saber lo que le tenía preparado para después.
Aceleró levemente el movimiento de su mano mientras se alejaba del cuello del esclavo y pudo ver cómo mordía la mordaza con fuerza para no gemir, haciendo que se desesperase cuando se acercó lo suficiente como para comerle la boca pero no haciéndolo, tanto por la mordaza como por querer dejarlo con las ganas.
Se acercó al otro lado de su cuello para besarlo y morderlo como había hecho ya, sintiendo como el joven se intentaba pegar a ella para poder sentir su cuerpo y disfrutar aún más del placer que se le estaba dando. La paja era cada vez más placentera y ambos sabían que pronto acabaría por correrse aún sin tener permiso para ello, pero ni uno suplicó para tener ese permiso ni la otra bajó el ritmo para que no rompiera las órdenes.
Tras lo que a Álvaro le pareció una eternidad por estar aguantando el orgasmo, sintió como el movimiento de la mano de su diosa iba desacelerando y con la mano que hasta hacía segundos le aprisionaba el culo le soltó la mordaza, comiéndole la boca en cuanto quedó libre, sin darle tiempo de pensar. Tan pronto como los carnosos labios de la joven llegaron a los suyos el movimiento de su mano volvió a acelerar, haciendo que ahogase los gemidos contra su boca, sin saber ya como aguantar tanto placer. Se soltó las manos y llevó ambas a la cadera de su mistress, recibiendo seguidamente una bofetada por su parte y haciéndole perder el equilibrio y caer al suelo, pero sin dejar de masturbarle para ello. Mientras se levantaba sin dejar de sentir esa paja tan placentera no pudo hacer más que suplicar.
—Mistress Rocca... No puedo más, permítame correrme, no quiero decepcionarla de nuevo…
Sin dar ninguna respuesta, la mencionada aceleró el ritmo de su mano, acompañándolo esta vez de masajear los huevos de su perro con la otra mano, obligando a este a agarrarse de nuevo las manos a la espalda, clavándose las uñas para no tocarla, mordiéndose el labio con fuerza para no soltar un solo gemido.
Cuando empezó a temblar por no aguantar más su diosa se detuvo, dejándole al borde del orgasmo y alejándose de él.
—Creo que dejarte con las ganas después de haberte dado tantas descargas como las que te he dado es suficiente para compensar esta semana en la que me has ignorado, aunque no te prometo que se me haya olvidado lo que has hecho. Pero ahora vístete, yo tengo que terminar la maleta y tu tienes que irte antes de que me tenga que ir. —Mientras hablaba se adecentaba el vestido, algo levantado y descolocado por la fogosidad con la que habían jugado aún cuando él apenas la había tocado unos segundos.
Álvaro se subió los pantalones y se levantó, temblándole las piernas por el dolor de las rodillas por la postura y la sensación de molestia que poco a poco iría creciendo en su entrepierna. Aunque el pantalón de chándal no le causaba molestias, la ropa interior le apretaba y acabaría causándole dolor si no se bajaba esa erección pronto.
Empezó a vestirse y al ponerse bien la sudadera se dio cuenta de que aún llevaba el collar de perro, pero cuando se lo iba a entregar de nuevo a su ama esta le tendió de nuevo la caja negra, esta vez sin el cojín sobre el que había visto el collar, dejando ver una cadena.
—Tienes que llevar la chapa siempre puesta, para que te acuerdes de que eres mío —Cuando Álvaro cogió la cadena Andrea dejó la caja sobre el escritorio y recuperó el collar de las manos de su sumiso para desenganchar la chapa y colocarla en la cadena sin que este la soltara —. Yo me encargo de guardar el collar, que para eso es solo para que lo uses tú, pero tú tendrás que llevar tu chapa de perro siempre al cuello, no vayas a perderte y no sepan a quien devolverte. —Se acercó entonces a ponerle el collar y, al quedar a apenas a medio centímetro del otro, el dominado se atrevió a lanzarse a la boca de la joven, intentando llevar el ritmo de ese beso, pero perdiéndolo en poco tiempo y dejándose llevar por el ritmo que le marcaba su diosa.
Ese húmedo beso finalizó cuando la dómina mordió con fuerza el labio de su sumiso hasta hacerlo sangrar, lamiendo despacio su sangre y haciendo que este se tuviera que relamer el labio varias veces hasta que dejase de sangrar.
Sin decir nada más Álvaro se escondió la cadena bajo la sudadera y siguió a Andrea hasta la salida, girándose a besarla bajo el umbral de la puerta a modo de despedida.
—¿Me avisarás cuando vuelvas?
—Claro que sí, bichito, pero esta vez no me ignores.
Ambos sonrieron y mientras una cerraba la puerta y el otro se alejaba por el pasillo hacia el ascensor de invitados escuchó una voz de hombre dentro de la casa.
—¿Quién era? —Álvaro retrocedió unos pasos en silencio para intentar escuchar la conversación, pero su ama ya había cerrado la puerta y era difícil.
—Un amigo de la universidad, un tanto pesado por venir hasta aquí, pero lo quiero así. —La voz sonaba cada vez más débil por estar alejándose los oradores de la puerta, pero esas dos frases entre ellos fueron suficientes para hacer a Álvaro sonreír por lo oído, olvidandose ya del miedo que sentía de perderla.
Una vez subió al ascensor se sacó la cadena de la sudadera para ver la chapa un poco más, con casi toda su ropa quedaría oculta hasta la cadena, por lo que no tendría que responder preguntas sobre ese extraño regalo, y mucho menos no llevar esa muestra de exclusividad que le había dado aquella diosa del placer que lo había vuelto loco durante tantos meses, y que esperaba que siguiera jugando con él y dejándole jugar con ella durante muchos más.

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⏰ Última actualización: Jan 20, 2021 ⏰

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