Calma

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Respiró hondo mientras miraba el edificio que tenía frente a si, el Rocca 's. Quería una explicación por como se había quedado la última vez que vio a la dueña del lugar, y ese era el único lugar en el que no había ido a buscarla.
Había probado en varias ocasiones acercándose hacia el edificio en el que suponía que vivía, aquel piso en el que lo citó la vez en que jugaron a las cartas, pero el portero no le había dejado pasar de la puerta de entrada.
Había ido también a buscarla a su facultad en la universidad, pero cada vez que la veía rodeada de gente todo el valor que había reunido se desvanecía, ¿Y si nadie sabía lo que hacía y acababa haciéndola enfadar? Eso haría que le dejase de lado, que se olvidase de él, y perdería a la única mujer que le había llegado a dar placer de la manera tan poco convencional que él disfrutaba.
La había esperado en la puerta del edificio durante dos días, había llegado tarde y se iba apresurado de sus demás encuentros solo por pasar un rato más esperando en la puerta para verla pasar, pero eso nunca pasaba. Suponía que entraba por otro lugar, igual que el resto de las mujeres, ya que no veía a ninguna salir o entrar sola, siempre acompañadas de alguien.
Se llevó la mano al cuello de forma inconsciente, pasando los dedos por las leves marcas que le quedaban de las leves quemaduras provocadas por la mujer que quería volver a ver. Le había costado explicar aquellas marcas cuando, al bajar a desayunar por la mañana, su hermana había preguntado por ellas.
Por fin se decidió a entrar, yendo directamente a donde se encontraba la secretaria que tiempo atrás le había atendido por primera vez y le había concedido la oportunidad de encontrarse con aquella diosa castaña a la que ahora con tanta insistencia buscaba.
—Rocca. —No dijo nada más, haciendo que la rubia de detrás del mostrador le mirase desconcertada.
—¿Disculpa?
—Quiero ver a Rocca, a la dueña, a la que regenta esto. —Su insistencia hacía ver a la secretaria que estaba desesperado, pero que sabía de quién hablaba.
—Lo siento, solo pasa por aquí para gente VIP o en casos en los que no haya nadie para cubrir una baja —Álvaro empezó a gesticular para decir algo, pero se lo impidió —. Déjame darte un consejo, no te arrastres tanto, si se ha cansado de ti después de una sesión, es lo más normal del mundo, solo repite cuando son temas de trabajo.
Tras esas palabras, hizo un gesto y un guardia de seguridad lo sacó del lugar, pero lo que la rubia le había dicho le había alegrado: no repetía más que para temas de trabajo, así que él tenía algo especial que la había enganchado. Ella era su vicio, pero él también era el de ella.
Mientras volvía a casa tenía una sonrisa en la cara que no sabía explicar muy bien, si que era de felicidad, pero también tenía un leve aire de superioridad. Esa nueva noticia le había hecho sentirse algo mejor consigo mismo y había aumentado levemente su ego, tenía nuevas fichas que jugar con esa mistress.
Llegó a casa y fue directamente a su cuarto, el día siguiente iría a buscarla a su facultad, la apartaría de los demás y hablaría con ella, no tenía intención de esperar más, y no creía que se fuera a enfadar con el vicio que la complacía cuando quisiera.
—Me han dicho que has preguntado por mi. —Esa voz lo sobresaltó, al entrar y cerrar la puerta de su habitación no se había fijado en nada, no esperaba que hubiese alguien dentro.
Cuando se giró a mirar vio a su ama sentada sobre la cama, vestida con unas converse negras, una falda del mismo color hasta medio muslo y una camiseta de color blanco y un electrocardiograma simplificado dibujado. Tenía toda la pinta de una niña buena que no ha roto un plato, de estudiante ejemplar que no pensaba ni salir de fiesta por tener un expediente perfecto. Le costaba imaginar que la chica sentada sobre su cama era la misma que lo dominaba.
—¿Cómo has entrado? ¿Cómo sabes donde vivo?
—Me ha abierto una chica que espero que sea tu hermana, porque como sea tu novia vas a tener dos problemas. Y sé donde vives de la misma manera que conseguí tu número de teléfono.
Mientras veía como se levantaba de la cama y se acercaba a él, Álvaro no reaccionó, tenía cosas que preguntar y cartas que jugar, así que no pensaba dejarse ganar por ella esta vez.
—¿Por qué querías verme?
—Tengo cosas que preguntarte. —Su voz sonó mucho más firme de lo que había sonado jamás en presencia de su mistress, incluso más que la vez en que se conocieron.
—Bueno, ya sabes cual es el precio por… —Antes de que terminase la frase la interrumpió, esta vez no se iba a dejar engatusar.
—Sé de muy buena tinta que estás tan enganchada a mi como yo a ti, así que si quieres disfrutar de dominarme una vez más, responde a mis preguntas. —Ante esa respuesta el semblante de la intrusa cambió. Su sonrisa desapareció y su gesto se endureció, perdiendo sus ojos ese brillo amable que había visto en alguna fugaz ocasión.
Su postura también cambió, pasó de estar levemente inclinada hacia delante y con el peso apoyado sobre una pierna a estar totalmente recta y con el peso bien distribuido, cambiando una imagen cálida y casi cariñosa por una fría y distante.
—No te la juegues demasiado preguntando, me gustará tenerte de sumiso, pero como puedes suponer, candidatos no me faltan, así que no tendré problemas en sustituirte si me aburro de ti o te pasas de la raya.
El silencio fue pesado y se mantuvo durante unos segundos mientras se dirigía hacia el escritorio y se apoyaba en el mismo para mirar al que tantas veces había hecho su presa. Álvaro se acercó entonces, sentándose en la silla del escritorio, había puesto su única carta sobre la mesa, ahora tenía que saber como jugar con ella sin pasarse.
—¿Qué me metiste en ese chupito de tequila?
—No lo sé —Álvaro iba a replicar, pero vio en la cara de la interrogada que lo que decía era verdad—. Sabía lo que iba a hacerte, sabía que ibas a sentir mucho más el placer de después del dolor, sabía que te iba a atontar un poco, pero no sabía lo que era. Tranquilo que no estabas en peligro, de lo único que estoy segura es de que era totalmente fiable y que no iba a dejarte secuelas ni a causar efectos secundarios. El Rocca 's da muchos más ingresos de los que podrías imaginar, así que puedo permitirme pedir ciertas cosas a laboratorios privados.
—¿No se había probado antes? ¡Podría haberme pasado al-! —Cortó la frase en seco al recibir el tortazo de su domina, le había levantado la voz, y aunque eso no era una sesión, él seguía estando sometido por ella.
—Atrévete a levantarme la voz una vez más, y me aseguraré de que no te acepten ni en el Rocca 's ni en ningún sitio similar, y dada tu capacidad para hablar del tema con la gente, estoy bastante segura de que no encontrarás algo así de ninguna otra manera.
Por la bofetada había quedado mirando al suelo, hacia un costado, y así se quedó. Había perdido el dominio de la conversación en un tiempo récord, si es que alguna vez lo había tenido realmente. Empezó a respirar algo más rápido al sentir la impotencia apoderarse poco a poco de él, pero se la tragó y volvió mirar a su ama a los ojos, escondiendo tras su ego todo lo demás.
—¿Con cuántos clientes has llegado a quedar fuera del Rocca 's solo para disfrutar de ellos? ¿Solo para conocerlos un poco más? —Álvaro se levantó de la silla, acercándose un poco más a quien acababa de darle una bofetada, aprovechando que él tenía más fuerza que ella para agarrarla por las muñecas y no llevarse ningún otro golpe—. Sé que la respuesta es cero, así que dime, señorita Rocca —La voz de Álvaro había bajado de tono hasta ser solo un susurro, sabía que estaba asustando a la joven que tenía delante, pero también sabía que ella no iba a cambiar su seriedad —, ¿De verdad te ves capaz de sustituirme?
No habían hablado sobre qué reglas se mantenían entre ellos, él era el sumiso y ella la domina, no eran reglas tan estrictas como las que firmó en el Rocca y tampoco eran inexistentes como en las relaciones normales, pero no eran unas reglas específicas, y mucho menos escritas. Iban dibujando los límites en cada encuentro, y por ahora ninguno de los dos había visto que nada de lo que hiciera disgustase al otro, por eso seguían jugando a tentar los límites de una relación ama-sumiso, sabiendo que por muy chulo que llegase a ponerse él, nunca pensaría en igualarse a ella, y menos en superarla.
Se llevó las manos de su mistress a la altura de los labios para besarlas y después arrodillarse ante ella, remarcando que no necesitaba ningún tipo de amenaza para seguir a sus pies.
—Ahora permíteme disfrutar de ti… prometo estar muy callado y obediente, en compensación por levantarte la voz y arrinconarte.
Ambos sonrieron cómplices, sabían que la casa no estaba vacía y no podían hacer todo el ruido que quisieran, pero eso era algo que no les importaba. Álvaro tendría que aguantar los gritos de dolor y los gemidos de placer, y eso a ambos les provocaba una excitación extra que no querían revelar al otro. Ninguno quería que el otro supiera que, efectivamente, deseaban tanto al otro que no encontrarían el mismo placer en otras personas.
Vio como su mistress apoyaba su pie en él para empujarlo un poco hacia atrás y que pudiera bajarse del escritorio sin tener que acercarse demasiado a él, subrayando esa diferencia entre ama y sumiso, pero sin perder la humanidad del acto que disfrutaban con el otro.
—Es una pena que no tengas mis juguetes aquí, porque estoy segura de que tu no tienes, ¿O me equivoco? —La joven miró al que hasta hace pocos segundos le retenía, esperando una respuesta.
—No tengo ningún juguete, pero… Un cinturón puede servir perfectamente para golpearme. —Vio como su domina se mordía el labio para dirigirse al armario y abrirlo, haciendo seguidamente un gesto al dominado para que le diese el mencionado cinturón.
Álvaro se levantó sin pensarlo ni medio segundo y se acercó al armario para revolver entre su ropa hasta dar con el cinturón y tendérselo a su ama, que nada más cogerlo le hizo un gesto de que se arrodillara en el centro de la habitación. Volvió a obedecer esas órdenes silenciosas, agregando el quitarse la camiseta antes de colocar las rodillas en el suelo, dejando que su diosa se alegrase la vista con eso.
—Nunca hemos especificado límites ni nada por el estilo, ama, espero que mi actitud no te haya molestado.
La respuesta fue un silencio únicamente interrumpido por el sonido de los pasos de la joven acercándose a él y empezar a rodearle, que por alguna razón hizo que se tensase en su posición.
—Sé cuales son tus límites porque los especificaste cuando fuiste al Rocca’s —Su voz seguía sonando firme, pero mientras que antes guardaba un tono frío y amenazador, ahora volvía a sentir el cálido fuego del deseo en ella —, y te aseguro que en el momento en que te acerques a los míos da igual cuan fuerte seas, te reduciré a un saco de huesos herido que no puede hacer nada más que quejarse de dolor y pedir piedad. —Esa última parte había sido un susurro tras su oreja, provocándole un escalofrío.
Pudo oír como su ama desenroscaba el cinturón y se lo colocaba en la mano doblado por la mitad, por lo que tensó la espalda para recibir un golpe, pero eso no sucedió. La vio aparecer delante de él, habiéndolo rodeado por completo, aún con la ropa que le hacía parecer una niña buena.
—Me pone mucho eso de que una estudiante obediente vaya a dar una placentera tortura,pero ya te he dicho que tu ropa de calle te hace parecer muy plana. —Se llevó un golpe con el cinturón en la mejilla por eso, doliéndole más que la bofetada que había recibido con anterioridad, soltando un quejido que tuvo que ahogar en la garganta para que nadie les oyera.
—Soporta los golpes sin soltar un solo quejido que nos delate, y podrás verme entonces sin esto que tan plana me hace según tú.
Vio cómo levantaba el brazo para dar un segundo golpe, por lo que puso sus dientes sobre el lado inferior para morderse a sí mismo y no gritar de dolor. Pero una vez más el golpe no llegó.
Volvió a escuchar los pasos silenciosos a su alrededor, no se acostumbraba a que ese silencio fuese el precedente a un golpe. Siempre había fantaseado con el repiqueteo de los tacones, y así había sido en dos de las ocasiones en las que su ama lo había torturado con el único objetivo del placer, así que ese silencio no tensaba su cuerpo lo suficiente como para encajar bien el golpe y sufrir menos dolor.
Cuando por fin recibió el golpe clavó sus dientes con fuerza en su labio inferior, haciéndolos sangrar. No había dejado de oír los pasos de su mistress, por lo que no creía que fuese a propinar el golpe, y eso le había hecho recibirlo con la guardia casi completamente baja.
Se lamió la sangre que había salido de su labio justo cuando volvió a ver a su diosa aparecer frente a él, esta vez con una sonrisa de superioridad por haberlo hecho sangrar tan rápido.
—Creo que no eres consciente de lo delicioso que puede resultarme oírte gemir y gritar… y la tremenda tortura que es para mi no poder escucharlos más que ahogados en tu propia garganta o boca. —Sintió los cálidos labios de su domina contra los suyos y su lengua pidiendo paso, por lo que totalmente confiado se dejó hacer por ese beso que lo abrazaba después de ese pequeño sufrimiento.
Cerró los ojos mientras la lengua de aquella chica le lamía el labio inferior, recorriendo la herida que él mismo se había causado, hasta que tuvo que ahogar un grito de dolor contra esos labios que tan loco lo volvían. Acababa de recibir un nuevo golpe, y esta vez era el propio golpe el que le había causado una pequeña herida.
—Espero que no te importe que no vayas a poder tumbarte de espaldas en un tiempo… pero es que me encantará que te duela cuando acabemos follando en tu cama. —Terminó la frase mordiendo suavemente el labio herido de su sumiso, haciendo que este soltara un leve gemido de placer.
Su mistress volvió a rodearlo, pero esta vez se detuvo al llegar a su espalda, donde se colocó mirando directamente a la nuca de su sumiso, para colocar ahí una de sus uñas y acariciar toda su columna vertebral, causando que arquease la espalda. Nada más sentir como esa uña dejaba su espalda, Álvaro notó el fuerte golpe que le propinaba su ama con el cinturón. Los azotes se repetían, sonando como golpes secos y ahogados, mucho más silenciosos que los penosos intentos del torturado por no quejarse, quién sentía que su espalda no podía soportar más, que iba a tener que suplicar porque su diosa parase, pero entonces dejó de sentir golpes.
Se permitió caer hacia delante, apoyándose en los brazos mientras notaba como alguna gota de sangre corría por su espalda. Cuando levantó la mirada, algo más recuperado, se encontró con los pies descalzos de su ama, y en un arrebato de sumisión se arrastró un poco hacia ellos, decidido a adorarlos mientras terminaba de recuperarse de la cantidad de azotes que había recibido.
Una vez se encontró mejor levantó la mirada del todo, viendo a su torturadora con unas bragas brasileñas de encaje floral de color blanco y un sujetador de tiras cruzadas con el mismo color. Había revelado nuevamente su cuerpo perfecto, dejándole ver a la domina que era en todos los sentidos, sin ocultarse tras unas prendas de domina o una fachada de niña buena.
Sintió sus uñas por su mejilla a la vez que le veía hacer un gesto con la cabeza ordenando que se levantase, cosa que le costó horrores hacer por el dolor de las heridas de la espalda.
LA vio alejarse hacia la cama, pasando el cinturón por la misma en una orden de que se tumbase, y eso fue lo que hizo, o al menos era su intención. Cuando llegó a la altura de la pálida joven sintió como esta lo paraba y sus manos le recorrían el cuerpo. Se recreó en rozar todas y cada una de las heridas que le había causado en la espalda, bajando sus manos poco a poco hasta llegar al borde del pantalón que aún tenía puesto, dirigiendo las manos hacia delante para soltárselo y que cayese al suelo, revelando el gran bulto que su erección creaba sobre su ropa interior, con una mancha oscura por todo el liquido preseminal que había soltado de la excitación.
Antes de poder excusarse, su ama lo empujó a la cama, haciéndole soltar un quejido por el contacto de las heridas contra el edredón, para acto seguido soltar un suspiro de placer por la cálida lengua de su diosa pasando por el bulto de su erección. Vio cómo se deshacía de su ropa interior usando los dientes, dejando entonces libre su miembro, para lamerlo directamente esta vez. Lamió lentamente la punta para luego empezar a meterlo en su boca mientras dejaba caer el cinturón de sus manos para poder usarlas con otros fines. Las uñas de la mistress le recorrían el cuerpo mientras su boca le daba placer, sin dejar de torturarle de vez en cuando con el roce de sus colmillos o algún suave mordisco, clavando las uñas las veces que pasaban por algún lugar sensible.
Cuando Álvaro empezó a notar como se acercaba al orgasmo dejó de sentir aquel calor en su miembro, sintiéndolo desamparado, pero abriendo los ojos para mirar a su mistress, que se relamía los labios mientras se deshacía de su ropa interior, permitiéndole verla completamente desnuda, para luego cernirse sobre su sumiso como un depredador sobre su presa, apoyando una mano en su pecho en el mismo momento en que sus labios se juntaban para sentir como gemía de dolor contra su boca.
Volvió a sentir el calor que tanto placer le daba en su entrepierna cuando su ama se dispuso a cabalgarlo una vez más, pero no se movió, y solo con mirarse el uno al otro, el dominado comprendió lo que su ama quería.
—Por favor, mistress Rocca, déjame llegar al orgasmo… Permíteme el privilegio de poder correrme entre tus sensuales gemidos…
Terminó sus súplicas con un gemido por haber sentido que sus súplicas eran escuchadas y concedidas, teniendo a su domina sobre sí, cabalgándole, pero mucho más despacio de lo acostumbrado. Álvaro movió su cadera en busca de que acelerase el movimiento de su pelvis y así llegar antes al orgasmo, pero obtuvo justo lo contrario, se movía aún más despacio, desesperándolo.
No fue hasta que volvió a suplicar por placer que su ama empezó a moverse más rápido para darle placer, pero no sin su consiguiente dolor. Por los movimientos de su diosa no podía evitar moverse para sentir más adentro su miembro, pero eso hacía que su espalda se alejara del edredón, donde su sangre se había pegado y empezaba a sentir dolor por las postillas que se iban arrancando por cada movimiento. Era un dolor leve, pero continuo, lo que hizo que llegase al orgasmo mucho más rápido de lo que creía, haciéndole gemir más alto de lo que hubiera deseado, viendo como su diosa se corría a su vez, aún sobre él, aguantando los gemidos para que nadie les oyese.
Álvaro esperaba que su ama se levantase y se vistiese, tan fría como siempre después de llegar al orgasmo, pero no fue así. La vio acomodarse sobre su pecho, usándolo de colchón para descansar un poco y recobrar el aliento. El joven, por puro instinto, acarició la melena de la chica que tenía descansando sobre sí mismo, quién sonrió y lo miró desde su posición.
No veía a una ama, tampoco veía cualquiera de las facetas que esta le había enseñado, veía a su ama, a la de verdad, a la persona que había tras esos azotes y esas órdenes, y no pudo evitar corresponderle la sonrisa.
Tras pasar unos minutos así, Andrea se levantó para vestirse y Álvaro hizo lo propio para poder acompañarla a la puerta. Cuando se despidieron bajo el umbral de la misma la joven se acercó para ponerse de puntillas y darle un beso de despedida en la mejilla, dándose cuenta él por primera vez de la gran diferencia de altura entre ambos, cosa en la que realmente no había reparado.
Cuando se dio la vuelta para ir a su habitación de nuevo vio a su hermana apoyada en la pared, mirándole.
—Así que una amiga, ¿No?

Rocca (Novela ERÓTICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora