Paz

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Álvaro no sabía cuánto tiempo había pasado desde que su ama lo había echado de su vida. Dos días, una semana, medio mes. Le daba igual, la monotonía se había apoderado de su vida. Sus amigos le habían visto algo alicaído y habían intentado animarlo de alguna manera, pero nada había funcionado, estaba desganado para todo.
Cada vez que se veía en un espejo sin llevar la camiseta puesta veía en su pecho la palabra Rocca sanando poco a poco. Aquellos arañazos le recordaban la estupidez que había cometido, pero más importante aún, le recordaban todo lo que había perdido.
Había seguido dando las clases particulares por no abandonar a los estudiantes que le habían visto como una gran ayuda para entender las asignaturas, pero por nada más, ya no veía la necesidad de ese dinero extra, se había convertido en uno de esos profesores desganados que tanta rabia le daban.
Esa mañana había decidido no ir a clase, se sentía demasiado cansado como para asistir, y más de una vez se había cruzado de camino a la facultad con Andrea, que iba en dirección contraria para adentrarse en el edificio en el que ella recibía las clases. Hoy no tenía fuerzas para enfrentarse a nada de eso.
Se vistió y adecentó lo mínimo para ir a dar una vuelta, necesitaba despejarse para intentar no pasar el resto del día tan mentalmente agotado e ir levemente espabilado a la clase que tenía que dar después.
Era aún pronto, veía adolescentes ir hacia sus clases de bachillerato o secundaria y a gente de su edad ir a estudiar o a trabajar, pero no hizo demasiado caso hasta que algo en específico llamó su atención.
Levantó la mirada al ver un coche que conocía estacionar en el aparcamiento de un edificio destinado a la enseñanza de bachillerato o grados medios y superiores. Vio bajar del asiento del copiloto a aquel chaval al que había atacado el día en que su diosa lo echó de su vida, con la misma camiseta de estampado neoyorkino que le había visto a Andrea la mañana del último día que fue su sumiso.
Se acercó, lo suficientemente despacio como para que él no lo viera, pero dándose la prisa necesaria para golpear el cristal de quien se sentaba en el asiento del piloto, sorprendiéndola.
Se dio un momento para ver los ojos marrones profundos de su ex-ama, examinar con cuidado como el pelo le caía como una cascada castaña por los hombros, pero antes de poder seguir mirando tuvo que apartarse del coche, ya que la chica del interior abrió la puerta de golpe para salir.
La primera impresión en la cara de la joven había sido la sorpresa de encontrarse ahí con él, pero pronto se le endureció el gesto para demostrar su enfado.
—¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo?
—No, yo… Estaba dando una vuelta, te he visto con el chico ese y quería preguntarte…
—Álvaro, la cagaste, bien cagada, así que por favor, superalo.
—Quiero disculparme. —Eso pilló por sorpresa a ambos, él no creía que fuese a ser tan directo, ni mucho menos que se fuese a atrever a decir tal cosa por miedo a la ira de quién tenía delante. Ella, por el contrario, creía realmente que solo era un baboso más, pero que mentía de maravilla, así que lo último que esperaba por su parte era una disculpa.
Se miraron en silencio un rato, ella analizando como su antiguo sumiso seguía con su ropa de chándal, él viendo como la que dejó de ser su mistress hace poco seguía pareciendo mucho más inocente de lo que era. Iba con un peto vaquero de color negro y una camiseta gris clara, casi blanca, con unas zapatillas estilo converse de color negro, nadie que la viese podía llegar a pensar que era una dómina, y esa sensación era la que necesitaba Álvaro ahora para poder disculparse.
—Si no ibas a hacer nada… ¿Puedo invitarte a tomar algo? Voy a disculparme, si no es suficiente para ti, por lo menos que hayas disfrutado de un desayuno en condiciones…
La voz le temblaba, temía un rechazo, temía que le dijera que no y quedarse estancado así durante demasiado tiempo, necesitaba cerrar el capítulo de su error para empezar uno nuevo, preferiblemente con su ama de nuevo, pero no se quejaría si ella no quería volver a saber de él.
La vio cerrar el coche y hacer un gesto con la cabeza, aceptando su petición, quitándole un gran peso de encima, y se dejó guiar por ella hacía algún lugar en el que desayunar.
Entró en una cafetería cercana, no demasiado grande, pero con pinta de que nadie les iba a molestar. Fue directamente a una mesa que quedaba escondida de las demás, pudiendo evitar así miradas indiscretas, incluso la de quien fuera que les atendiera.
—No creo que puedas hacer nada para solucionar tus errores, pero adelante, más de una vez me has sorprendido. —Suspiró ante ese cumplido envenenado, dejaba en claro que la había sorprendido más de una vez, pero también que necesitaría sorprenderla una vez más para recuperarla.
—No voy a pedirte que me vuelvas a acoger como sumiso si no lo quieres así, solo quiero disculparme por mi comportamiento.
»No fue apropiado, debería haberme callado respecto a tu trabajo en el Rocca’s, sé que es muy diferente lo que haces ahí y lo que tenías conmigo, que una cosa era simple trabajo y la otra era por placer, pero en ese momento tenía miedo de que me abandonaras por otro sumiso que te sorprendiese como lo hice yo. —Medía sus palabras con cautela, sin levantar la mirada de la mesa.
Escuchó los pasos del camarero que los atendería, pero cuando lo miró se quedó sorprendido por ver que ya tenía lo que les iba a servir. Colocó frente a ambos un vaso de leche chocolateada, uno más oscuro que el otro, junto a un plato con pan tostado y otro de tostadas. Levantó la mirada hacia su invitada, que le hizo un gesto para que se sirviera él mismo, cogiendo el pan tostado para echarle aceite y comer un poco, no había desayunado ese día por las pocas ganas que tenía de todo.
Tras llevar medio trozo de pan, siguió hablando, algo más saciado y con las ideas mejor ordenadas.
—Tampoco estuvo bien mi ataque de celos al bajar para irme, pero al verlo ahí de pie, pidiendo que te avisasen de que bajases… Dejé de ver y de pensar y todo se volvió rojo. Pensaba que solo te encontrabas con tus clientes en el Rocca’s, entonces ver a ese chaval ahí… ¡Y no entiendo en qué momento me metí en tu vida privada si solo era un cliente! —Cuando levantó la mirada no pudo evitar sentirse desconcertado por ver una sonrisa divertida en los labios de su acompañante —. ¿Qué es tan gracioso?
Vio cómo daba un sorbo a su taza y la dejaba tranquilamente de nuevo sobre la mesa para luego mirarle con cierta condescendencia. Sus ojos marrones transmitían cierta ternura y tenía la cabeza levemente ladeada, como si de repente viera que Álvaro era en realidad un cachorrito abandonado que buscaba ayuda.
—Lo gracioso es que hayas creído que ese chico era un cliente, venga ya, pensé que tendrías dos ojos para poder ver que es mucho más joven que tú, y bastante más que yo, y ambos sabemos que mi trabajo no es compatible con la minoría de edad.
Bajó la mirada de nuevo, como siempre, ella tenía razón. Lo había visto mucho más joven que él, pero la ira del momento no le permitió pensar en cuánto más joven era. Ahora que lo había vuelto a ver estaba entrando en una institución en que la mayoría de los alumnos eran menores de edad, así que era cierto que no podía ser un cliente.
—Sé que no somos dos gotas de agua, pero siempre nos han dicho que tenemos los mismos ojos marrones profundos —Fue entonces cuando cayó. El miedo que los inundaba le había despistado, pero cuando miró a ese chico a los ojos vio los mismos que los de su entonces ama —. Y siento decirte que con mis hermanos no se mete nadie.
—¿Hermano? Pero te vi llevando su camiseta, pensaba qué…
—Sí, era suya —La voz de su compañera lo interrumpió, dándole una explicación que aún no había llegado a pedir —. Se la regalé yo en su decimocuarto cumpleaños, y ahora que va a ser su decimosexto cumpleaños le está quedando ya muy justa, pero a mi me sigue quedando de maravilla.
Un silencio se instauró entre ellos. Andrea parecía complacida con la disculpa, pero Álvaro necesitaba una respuesta de si las aceptaba o no, y aún más importante, de si decidía volver a tenerlo como sumiso o no.
Continuó desayunando únicamente por tener una excusa para no mirar a su ex-ama, que parecía dispuesta a incomodarle con el silencio de su indiferencia, hasta que finalmente soltó los cubiertos con los que cortaba y untaba las tostadas para mirarlo.
—Igualmente, sobrepasaste unos límites que te acababa de aclarar.
—Y me siento fatal por eso, no quiero repetirlo, pero creo que deberíamos negociarlos si aceptas ser mi ama de nuevo… La relación que se crea entre una ama y su sumiso es algo más que la de una amistad, sin llegar a ser tan aceptada y normalizada como la de una pareja, pero con la misma confianza… es un intermedio del que quiero disfrutar y del que sé que quieres disfrutar. Obviamente no vamos a ser un pilar fundamental en la vida del otro, y no quiero que pase eso, pero tampoco estaría mal saber que si nos pasa algo el otro va a estar ahí.
Escuchó un suspiro triste que lo hizo mirar a Andrea, no sabía por qué, pero algo había pasado para que esa petición la entristeciera.
—Voy a darte una oportunidad —Una sonrisa se pintó en los labios de Álvaro al escuchar aquello, sin poder creérselo, iba a poder arreglar lo sucedido —, pero con una condición: tienes que ser mejor sumiso de lo que has sido jamás en la próxima sesión, porque voy a ponerte una norma que sé que va a ser muy difícil de cumplir para ti.
—Si al final de esa sesión no he roto esa norma en ningún momento, ¿Me aceptarás como sumiso de nuevo? —Vio como la universitaria asentía mientras se llevaba la taza a los labios una vez más para terminar su desayuno —, ¿Y renegociaremos los límites?
—Hablaremos de ellos —Dejó la taza en la mesa y se levantó para irse —. Ha sido un bonito gesto que te ofrezcas a pagar esto, pero mi perdón no se compra así, he preferido la disculpa sincera. El desayuno está pagado, ahora ve a hacer tu vida y atento al teléfono.
Sin decir nada más la vio marchar, quedándose con las ganas de hablar un poco más con ella, pero con energías renovadas para afrontar el día que tenía por delante.
Se levantó para ir rápidamente a su casa y adecentarse de verdad, esta vez no iba a desentonar le hiciera ir a donde le hiciera ir, ya fuese el Rocca’s o su lujoso ático.
Cuando llegó a casa buscó en el armario la americana que había usado en la primera visita en que fue a verla a su ático y una camisa blanca para acompañarla. Revolvió entre todos los pantalones que tenía para buscar uno que fuese medianamente formal, negro como la americana pero sin pasarse para que no pareciera que tenía una idea equivocada de lo que iba a suceder. Quería que lo viese guapo, quería verse elegante para ella, pero sin pasarse, a fin de cuentas estaba deseando que le azotase con su látigo hasta derretirlo de placer.
Fue al baño para afeitarse y ducharse de nuevo, ansioso por recibir la llamada o el mensaje de su dómina citándole en algún lugar a alguna hora. Se vistió con la ropa elegida y, mientras se peinaba, una notificación saltó en su teléfono, pero al mirar no vio un mensaje de su ama, si no un recordatorio del calendario diciéndole que tenía que dar una clase.
Maldiciendo entre dientes fue hacia la facultad. Se había olvidado completamente de ese compromiso y no le gustaba nada, ¿Y si su diosa le daba la oportunidad de ir a arreglarlo todo en mitad de la clase? Si se iba, no cobraría, pero si se quedaba, no recuperaría a la dueña de su placer.
Mientras daba la clase estaba acelerado, miraba el teléfono a cada segundo que podía y explicaba las cosas a una velocidad demasiado rápida como para que su alumno le entendiera a la primera, obligándole a tener que repetir lo mismo más de una vez. Al finalizar la clase aún no había recibido ningún mensaje de su ama, lo cual le desanimó un poco, haciéndole arrastrar los pies hasta casa de vuelta.
La tarde avanzaba sin él tener noticias de su mistress, empezaba a temer que todo hubiese sido una nueva manera de humillarlo, de hacerle creer que iba a tener una oportunidad nueva para que se diese cuenta él solo de que era una simple mentira, pero se agarró a esa pequeña esperanza de poder recuperar su relación.
Cuando lo llamaron a cenar rechazó la oferta diciendo que estaba esperando un mensaje para salir a cenar, sin saber realmente si eso era verdad, pero prefiriendo que sus esperanzas no muriesen por el hecho de ser tan tarde.
Cuando el reloj rozaba la media noche y él estaba a punto de caer dormido estando aún vestido, una notificación le llegó, sorprendiéndole gratamente por ser un mensaje de su ama citandole en el Rocca’s lo antes que pudiese, pero no en la habitación de siempre, si no en la del ático.
Bajó corriendo al coche intentando no hacer ruido en la casa para no despertar a su familia, calmandose como podía en el asiento del coche para no acelerar demasiado y acabar sufriendo un accidente que le impidiera llegar a su destino.
Entró en el edificio gracias al guardia de la puerta, estaba totalmente cerrado porque, a diferencia de otros lugares del mismo estilo, su clientela era diurna. Fue hacia el ascensor del fondo y, una vez dentro, presionó el botón correspondiente para llegar hasta su destino en las garras de su diosa.
Una vez se abrió la puerta del ascensor se quedó sorprendido. Esperaba una mazmorra mejor a la que solían reunirse normalmente y con más material, y sin embargo se encontraba en una habitación igual a la anterior pero de color blanco y un gran ventanal al fondo desde el que se podía ver toda la ciudad.
Dio unos pasos hacia el interior buscando a quién le había invitado, descubriendo que la habitación era más grande de lo que parecía, haciéndola parecer muy vacía.
—Obediencia ciega, sin rechistar, sin hablar si no te doy permiso, sin quejas y sin críticas de ningún tipo. —La voz de su ama le sorprendió justo cuando iba a murmurar una crítica al lugar, y al escuchar esas palabras se dio cuenta de por qué la habitación era así, buscaba sacar de él cualquier comportamiento que rompiese lo dicho.
Se giró a mirarla para arrodillarse ante ella, reprimiendo su verdadera manera de ser, era una prueba que debía superar para poder volver a ser él en sus sesiones con su ama.
—Sé que va a ser muy difícil para ti, así que si consigues sacrificarte y simplemente obedecer durante esta sesión… Yo me sacrificaré para darte una oportunidad y negociar esos límites.
Se fijó entonces en cómo vestía su mistress. Llevaba unos pantalones de cuero ajustados y un top ajustado de tirantes levemente más largo de lo que sería un sujetador, abierto en pico por delante dejando ver que no llevaba nada debajo y, seguramente, cruzado en tiras por detrás, acompañado por un par de trenzas estilo boxeadora. Una fina cadena unía aquel top a esos pantalones tan ajustados y un collar negro ajustado en su cuello. Se fijó en el maquillaje agresivo que llevaba, los labios pintados de un color oscuro y la sombra de ojos ahumada, no quedando rastro de la niña inocente que había visto esa mañana. Bajó la mirada para ser ese sumiso obediente que le pedía ser y quedó mirando las botas que su domina llevaba, altas hasta casi las rodillas, atadas con cordones y con un tacón de mínimo diez centímetros.
—Te has vestido muy bien para venir a una sesión.
No dijo nada, pero tampoco hizo falta, ambos sabían que la razón de ese atuendo era intentar impresionar a la mistress.
Mientras oía los golpes de tacón rodeándole intentaba mantener la respiración calmada. No sabía qué esperarse de todo lo que podría llegar a pasar. ¿Sería una tortura lenta y dolorosa? Tal vez una humillante pero complaciente noche, o un intermedio entre ambas cosas.
Ahogó un grito de sorpresa cuando sintió un tirón de la americana. Notó cómo su cuerpo quedaba algo más expuesto y la piel se le erizó al sentir el aire frío que corría por la habitación. Pudo ver de reojo como esa americana quedaba bien colocada en un perchero por su ama, dándole la pequeña impresión de que, aunque ella buscaba verle fallar, no quería perderlo.
Cuando su mistress se puso de nuevo frente a él, pudo ver algo brillante en sus dedos, esas garras de nuevo, con las que en su momento había escrito de quien era él propiedad. Se agachó hasta su altura, pero Álvaro no levantó la cabeza para mirarle, quería de verdad esa segunda oportunidad, y si tenía que ser simplemente un robot obediente para tenerla, lo sería.
Notó aquella garra posándose en su cuello, justo donde acababa la camisa, y de ahí encaminarse hacia abajo. Apenas rozaba su piel mientras rasgaba la camisa, arrancando algunos botones de cuajo, dejando su torso al descubierto. Nunca se había preocupado demasiado por su aspecto, pero aunque no tenía mal cuerpo, sintió la necesidad de esforzarse al menos un poco en tener algo más cuidada su figura por la mirada de decepción que le propinó quien lo estaba desnudando.
Sintió aquellas cálidas manos por su pecho, hombros y brazos mientras le quitaba la camisa, acompañado del metal frío que adornaba sus dedos con las afiladas garras, pero sin sufrir arañazo alguno. Tanta ternura hacía pensar al sumiso que algo realmente malo se avecinaba.
La camisa cayó al suelo con un ruido seco en el mismo momento en que su diosa se levantaba para ir hacia un potro exactamente igual al que lo subió en su primer encuentro. Una vez llegó, silbó como si llamara a un perro, humillando algo más al chico que estaba sacrificando su personalidad durante unas horas para poder retomar la relación que había buscado durante bastante tiempo.
Se encaminó hacia la dómina a cuatro patas, subiendose de la misma manera al potro, dejándose atar de muñecas y tobillos al mismo mientras se hundía en el acolchado que había sobre el mismo, sabiendo que esta vez el dolor en cuanto empezase a tener una erección sería mayor por seguir totalmente vestido de cintura para abajo.
Las frías garras le recorrieron la espalda hasta la nuca, donde una correa de cuero le rodeó el cuello. Aquel collar que le acababa de poner su mistress tenía una doble funcionalidad: recordarle que era un perro y mantener su cabeza levemente elevada. Cada vez que ponía la cabeza recta o la movía de la posición en la que el collar le mantenía, algo le pinchaba, llegando a poder herirlo si seguía evitando la posición que le indicaba el trozo de cuero y metal.
Volvió a sentir unas garras por su cuerpo, aumentando su excitación, haciéndole sentir la presión del pantalón y maldiciendo mentalmente la elección de ropa, sin quejarse en voz alta por miedo a romper la única norma que se le había establecido.
El frío metal le recorrió los labios, haciendo que los separase, haciéndole abrir la boca del todo para colocarle el mismo bozal de la otra vez, atándoselo al collar que le acababa de poner.
—No quiero un solo grito, así que muerde la bola cada vez que sientas que vas a hacerlo. —Justo al terminar la frase, utilizó su dedo índice para causarle una herida en la parte alta de la espalda, provocando que Álvaro mordiera con fuerza la bola por la sorpresa, causando con eso que el collar le apretase el cuello, ahogándolo.
Dejó de hacer presión con los dientes, algo asustado, estaba viendo el verdadero potencial de aquella ama que hasta ahora se había estado reprimiendo por no asustar y perder a su diamante, pero ahora no tenía nada que perder, y tenía todo que ganar.
Álvaro, por el contrario, lo tenía todo que perder. Si gritaba perdía a su ama, si mordía la bola para evitar esos gritos perdía la posibilidad de respirar bien, y si hacía un mal gesto con la cabeza para soportar el dolor sin hacer ninguna de las dos anteriores, algo se clavaba en su cuello y barbilla, hiriéndole.
Antes de poder decidir cuál de las tres opciones era mejor pudo sentir un fustazo en la espalda, haciéndole morder con fuerza la bola, su cuerpo había decidido por él.
Los fustazos se precedían unos a otros, trayendo con ellos un dolor que arrancaría gritos de cualquiera, pero el dominado estaba mordiendo con tanta fuerza que apenas conseguía tener aire como para poder gritar. Junto a aquel dolor y la presión de poder desmayarse en cualquier momento por el estrangulamiento que se causaba a sí mismo, una sensación cálida y excitante lo inundaba a su vez, creando tal excitación en él que sentía como la ropa le iba a reventar.
Suspiró aliviado al poder dejar de morder la esfera que lo amordazaba cuando los fustazos cesaron, pero no destensó su cuerpo. Escuchó como los tacones de su mistress se acercaban a la parte de atrás del potro a desatarle los tobillos, para luego sentir como lo desnudaba de cintura para abajo, dejando libre de presión la ya considerable erección del sumiso.
No lo volvió a atar, pero tampoco desató sus manos, haciendo que la pérdida de equilibrio fuese más sencilla, sobre todo ahora que llevaba tanto tiempo en el potro y se había hundido todo lo posible en las zonas acolchadas: si un brazo le fallaba podría recomponerse rápidamente, pero si le fallaba una pierna perdería el punto de apoyo totalmente y se llevaría más de un golpe.
Vio como su diosa se paseaba por delante de él, jugando con su fusta, mientras lo miraba y pensaba en qué hacer con él. Lo tenía a su merced totalmente, y por ahora estaba cumpliendo con lo que había pedido.
—¿Sabes? Creo que haré esto mucho más interesante… Si fallas no solo sufrirás la humillación de haber perdido la oportunidad de volver a tenerme de ama, si no que me aseguraré de que acabes en el hospital por diversas fracturas de huesos.
La respiración se le cortó al escuchar eso, la presión que sentía antes por complacerla se había multiplicado, ahora su integridad física corría peligro.
Álvaro vio como se colocaba la fusta a la cintura para desaparecer tras de sí, pero al intentar girar la cabeza para ver hacia donde iba el dolor en el cuello le hizo mantener su postura. Se acordó de cómo había visto a esa misma mistress humillar a un hombre en un potro como ese utilizando un arnés y su cuerpo se tensó mucho más, aunque en su momento especificó que uno de sus límites era ese, no sabía si esa noche se respetarían.
Cuando los pasos de su domina se escucharon de nuevo acercándose a él, no pudo evitar cerrar los ojos con fuerza, como si así fuese a conseguir que cualquier cosa que sucediese doliera menos. Una gota de cera ardiendo cayó en su espalda, haciendo que se arquease de manera instintiva, mordiendo la esfera y perdiendo la respiración, mientras se pegaba al potro, clavándose una de las esquinas no acolchadas del mismo en su cada vez mayor erección, haciendo que mordiera aún más fuerte por el dolor.
Escuchó una leve risa de la mistress, que se divertía torturándolo, viendo hasta donde iba a llegar por recuperarla. Dejó caer otra gota en la espalda del sumiso, esta vez algo más abajo, haciendo que sus propios movimientos le causasen daño, sin tener que hacer ella nada más que disfrutar del espectáculo.
Las gotas de cera caían cada vez más rápido y cada vez más abajo, quemando con la última una de las nalgas del torturado, quién no pudo evitar soltar un par de lágrimas del dolor, sin entender por qué aquello le excitaba de tal manera, sorprendido porque aquella dómina hubiese sabido que le encantaría aquello.
Los pasos de su torturadora volvieron a resonar en la cabeza de Álvaro, acercándola hasta quedar frente a él y lamiendo lentamente la mejilla húmeda por las lágrimas de dolor.
Las correas de sus muñecas dejaron de hacer presión cuando las garras afiladas de la ama las cortaron, arañando también la piel del que acababa de ser liberado. Un gesto fue suficiente para hacerle bajar del potro, goteando el suelo blanco con algo de sangre de su espada o del presemen que empezaba a soltar de la excitación que sentía.
Aunque no se le había prohibido tener un orgasmo, tampoco se le había permitido tenerlo, así que se veía obligado a retener las ganas que tenía desde hacía un rato, esperando una orden que se lo permitiese.
Caminó como si fuera la sombra de su mistress, hasta que esta se sentó sobre la cama que había al fondo de la habitación, mirándolo. Seguía en la posición que el collar le permitía, ya con el cuello cansado, así que sintió un gran alivio cuando pudo bajar la cabeza una vez se le fue retirado el collar. No esperó ninguna orden para besar las botas de la dómina en forma de agradecimiento, quedándose helado cuando se dio cuenta de que eso tal vez rompía la norma, relajándose de nuevo cuando sintió como le acariciaba la cabeza por su buen comportamiento.
Apoyó la frente en el suelo en demostración de su total sumisión, con el corazón a cien por todo lo que estaba sintiendo en ese momento, no olvidando que la fusta aún descansaba en la cintura de su ama.
Sintió un leve tirón de pelo que lo guiaba hacia el interior de las piernas de su ama, quien seguía totalmente vestida, pero justo cuando creía que iba a detenerse para darle a entender que debía darle placer, siguió estirando de él hasta colocarlo recto aunque se mantuviera de rodillas.
Vio como le cubría los ojos con una tela negra, para después perder la visibilidad de todo. Los cálidos labios de su dómina le recorrieron el cuello y el pecho, sintiendo un mordisco suave en cada uno de sus pezones para después notar como le ponía unas pinzas en los mismos, haciéndole ahogar un quejido de dolor.
Lo mantuvo así lo que a él le pareció una eternidad, hasta que volvió a sentir como lo dirigía hacia alguna otra posición estirando levemente de su pelo, sintiendo el calor de su cuerpo cada vez más cerca.
—Sé un buen perrito y dame el placer que sabes que me merezco. —Álvaro se acercó un poco más para lamer el cuero del pantalón de su ama, pero se sorprendió al notar que no había ropa que lo separase de aquella cálida entrepierna.
Mientras Álvaro se dedicaba a darle placer, Andrea disfrutaba de ello, no dejando que quién volvía a considerar su sumiso bajase el ritmo, usando la fusta que había conservado cerca para dar un golpe en la espalda del mismo cada vez que sentía menos placer que el segundo anterior o que deseaba que le diese más placer del que le estaba dando.
Los gemidos de la joven mistress inundaban la habitación, haciendo que el dominado buscase dar más placer para poder deleitarse con más de esos gemidos, sintiendo cada fustazo en su espalda y como las garras se clavaban en su espalda cada vez que daba más placer del que la dómina esperaba.
Pronto pudo darle el orgasmo que tanto deseaba, parando de darle placer únicamente porque volvió a estirar de su pelo para hacerle subir a la cama y tumbarse boca arriba. Álvaro se mordió el labio inferior con fuerza cuando su ama empezó a retorcer las pinzas que aprisionaban sus pezones, no pudiendo evitar soltar un suspiro de placer cuando su miembro rozó aquella humedad que su boca había disfrutado, ahogando un gemido de placer cuando notó como las estrechas paredes de la misma presionaban, pensando que si eso se alargaba mucho más, no podría seguir aguantando las ganas de correrse.
Álvaro suspiró cerca del oído de su dómina, sintiendo como la piel se le erizaba sobre del placer que sentía al torturarlo y darle placer. Las manos de su mistress le rodearon el cuello, haciéndo que ambos sonrieran por poder sentir al otro mientras recibian placer, sin abandonar la tortura del sumiso.
Mientras aquellos gemidos volvían a llenar la habitación, Álvaro disfrutaba al ritmo que la ama marcaba, sabiendo que no tenía permiso alguno para moverse. El tiempo transcurría lento, dándoles un placer eterno a ambos, hasta que el sumiso notó una respiración muy agitada sobre sus labios, revelándole que el segundo orgasmo de su diosa era inminente.
—Tienes permiso para correrte, has sido muy buen perro… —Sus labios se rozaban mientras ella hablaba y, con el simple hecho de pensar en que por fin podría tener el placer de un orgasmo, Álvaro no aguantó más, llegando al clímax y llevando a su mistress a disfrutar de lo mismo.
Tras unos segundos de calma, notó como el calor que había creado junto al cuerpo de la que le había dado tanto placer se desvanecía, pero él se mantuvo quieto hasta que sintió como sus pezones eran liberados de las pinzas y se le quitaba la cinta de los ojos. Vio a Andrea totalmente vestida de nuevo, con las botas desatadas, mientras le hacía un gesto para que se arrodillase frente a ella y las atase.
Mientras obedecía la orden de manera silenciosa pensaba en que le había quitado el placer de verla disfrutar, que le había quitado el placer de verla con menos ropa de la que en ese momento llevaba. Ensimismado en sus pensamientos no consiguió hacer un nudo decente, llevandose un fustazo en la mano por su torpeza, teniendo que deshacer el nudo para hacerlo de manera decente.
Cuando terminó de atar esas botas infinitas, vio como su ama se levantaba para alejarse hacia el ventanal y mirarle desde ahí.
—Vístete, tenemos cosas de las que hablar.
Álvaro se levantó del suelo, entendiendo que había dejado de tener que obedecer la norma que se le había impuesto al principio de la sesión, yendo a por su ropa para vestirse. Mientras intentaba hacer algo para atarse la camisa vio como el ascensor se abría y Andrea iba hacia allá, para luego volver a ir hacia el ventanal y abrir una puerta que había pasado desapercibida por completo hasta el momento.
Una vez vestido fue hacia donde se encontraba la mistress, viéndola en una terraza, sentada en una de las tumbonas que había, junto a una mesa en la que había colocado las pizzas que había recogido del ascensor. Antes de que el universitario pudiera decir nada su voz le interrumpió.
—Sé que no has cenado, y no se toman buenas decisiones con el estómago vacío.
Se acercó despacio para sentarse y abrir una de las cajas, sonriendo un poco mientras cogía un trozo.
—Si sigues invitandome a cosas va a parecer que eres tu la que me agasaja a mi. —Lo había dicho con intención de romper el hielo, haciéndole ver que por muy obediente que hubiese sido en esa sesión, seguía teniendo su carácter.
—Tenías razón sobre lo de nuestra relación, es imposible que después del tipo de sesiones que compartimos no desarrollemos algo que sea más que una amistad —Álvaro escuchaba en silencio, no solo por la sorpresa de que hubiese admitido su error, si no porque eso le dejaba en claro que había conseguido esa segunda oportunidad que buscaba —. Tuve una mala experiencia con un sumiso al que le di más acceso a mi vida del que debería haberle dado, fue por eso que una vez lo mandé a la mierda establecí ese límite… Y por eso no he vuelto a conseguir un sumiso que se quede durante más de un par de sesiones.
»No voy a darte total acceso a mi vida, ni mucho menos, y yo tampoco tendré acceso total a tu vida si tú no me lo das. Pero me siento bien contigo, siento una confianza que hacía tiempo no sentía, y al decir aquello esta mañana en la cafetería… me he dado cuenta de que tenías razón.
»Igual esto te está sonando muy confuso, no se me da bien explicarme, pero resumiendo… Podemos tener esa relación ama-sumiso que teníamos antes, pero sin limitar nuestros encuentros a eso —Andrea miró a Álvaro con una sonrisa sincera mientras cogía una porción de pizza para ella —. Aunque no puedo prometerte que me resista a hacer nada si estamos mucho tiempo juntos, Rocca es parte de mi personalidad.
El sumiso no pudo evitar reír un poco al escuchar aquello último, era curioso como lo que debería haber sido un único encuentro anónimo había evolucionado en todo aquello. Miró a la chica que ahora estaba sentada en la tumbona, lo único que quedaba de ese aura que mantenía en las sesiones era la ropa que llevaba.
—¿Por que nos hemos reunido aquí en vez de en tu ático?
—Por mucho que las veces que hayas ido haya resultado que estaba sola, no vivo sola. Pero tranquilo, eres el único que ha subido aquí en mucho tiempo… Este ático es solo para mi y para el sumiso que yo decida, así que sientete afortunado de haber subido.
No dijeron nada más al respecto, simplemente cenaron, manteniendo una conversación  trivial, disfrutando de la compañía del otro, mientras Álvaro ignoraba el dolor de su espalda o el escozor que sentía en las muñecas y tobillos, llegando en un momento su ama a ser tan considerada como para curarle las heridas que su cuello había sufrido, siendo descubiertos por el amanecer mientras aún compartían ese momento de intimidad en el que iban descubriendo parte del alma del otro.

Rocca (Novela ERÓTICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora