Cacería de brujas

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Hoy será una guardia muy larga, siempre lo es después de discutir con mi padre

No comprendo cómo dice amarme, si no es capaz de aceptarme o al menos de respetarme.

--Kala ¿Estás bien?-- Linette me sacó de mis pensamientos cuando casi sigo sin recoger mi carpeta.

--Sí descuida, solo es... mi padre-- termino después de una dura pausa.

--Ya no debería afectarte tanto, sabes cómo es--

--Y tú sabes como soy, una simple coraza que debajo esconde un peluche-- seguí mi camino después de que me entregara la carpeta. Los años de amistad la han dejado ver mucho de mi vida, por ello es uno de mis refugios cuando no puedo más; de las pocas personas que a mi padre le agradan.

En mi camino pasé cerca de la capilla y me detuvo unos sollozos, regresé sobre mis pasos y veo una persona postrada ante el altar. Entro con cuidado de no hacer ruido hasta que mi celular suena, pero aun así la persona no se inmuta con mi presencia, desvío la llamada y sigo acercándome hasta arrodillarme junto a ella.

--¿Puedo ayudarla?-- su cabellera cayendo como cascada no me deja ver su rostro; su llanto es silencioso y profundo, a esta mujer se le está yendo el alma en cada lágrima. Me arrodillé a su lado acunándola entre mis brazos y ella se sujetó con ambas manos a ellos, hundiendo su rostro en mí, como buscando una barrera para el intenso dolor que la estaba consumiendo.

--¿Dime qué ocurre? Solo así puedo intentar ayudarle-- pregunto después de secar algunas lágrimas que me fueron imposibles no derramar, no entendía porque me dolía el llanto de esta persona de esa manera.

--¿Puedes pas...-- el llanto no la deja terminar, sujeto su rostro con mi mano para sacarla de su escondite, perdí al color al ver que es Ariel.

No pude seguir con ella, me levanté tan rápido como pude y eché a correr hacia la habitación de Gabriel. No hay nadie. Corro de nuevo pero esta vez al área de shock y veo su nombre en la puerta, me cubrí con lo esencial tan rápido como pude, me lavé y entré a la sala.

Una asistente me puso al corriente y después unos minutos el cirujano me dio paso. Tenía tanta concentración como miedo, tenía dos vidas en mis manos: la de Gabriel y la de Ariel. Fueron 3 largas horas, hasta que pude hacerme a un lado y dejar que el cirujano cerrara el pecho del niño.

Salí temblando de ese quirófano, cuando terminé de asearme y salí al pasillo me encontré a Ariel mirando expectante acompañada de sus amigos y familiares. --Debe estar bien-- respondí sujetando su mano, ya que la pregunta era implícita.

--¿Debe?--

--Hay que esperar-- llevó su cabello hacia atrás con ambas manos, frustrada por la incertidumbre.

--Es mi culpa..., es--

--Es de todo menos tu culpa Ariel--

--Yo noté su fatiga y aun así me quedé dormida-- rompió a llorar apenas terminó de hablar.

--No hay manera que supieras de qué se trataba-- la consoló su madre abrazándola.

Su padre me sacó de mis pensamientos al sentir el contacto de su mano cubriendo la mía con un pañuelo, --también debes calmarte, ella estará bien, vamos-- intentó guiarme sujetando mi espalda.

El pañuelo estaba manchado de tinta, fue cuando percibí la humedad en mi mano, había partido mi bolígrafo, quizás fue mientras la veía llorar. Me limpié como pude y seguí al señor Almerida que estaba unos pasos más adelante esperando por mí.

Al llegar a la cafetería nos sentamos en una mesa apartada cerca de un extremo del ventanal. Había pedido dos cafés y un platillo de galletas.

--¿Podrá salvarse?-- me preguntó bastante tranquilo luego de tomar un poco de su taza tornando sus ojos hacia mí.

Pídeme un deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora