𝟎𝟏𝟎-𝐌𝐢𝐞𝐫𝐝𝐚

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En paredes blancas como la nieve, sin indicios de vida, y una elegancia inigualable, tan pulcro y brillante delatando al obsesivo detrás de tan severa mirada, que enredado entre las telas igual de níveas como todo en aquel aposento los cabellos ru...

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En paredes blancas como la nieve, sin indicios de vida, y una elegancia inigualable, tan pulcro y brillante delatando al obsesivo detrás de tan severa mirada, que enredado entre las telas igual de níveas como todo en aquel aposento los cabellos rubios danzaban en la brisa suave que era emitida desde aquella puerta mal cerrada y unas risas como campanas de los ángeles se colaban en sus oídos perforando sus pensamientos. Y he allí mismo, cuando la debilidad más grande del hombre salía a la luz, delatando su ambigüedad humano. El pensamiento critico se volvía subjetivo y la fachada desinteresada, frívola, se amortiguaba ligeramente ante los sonidos que eran emitidos desde el piso de abajo. Con crueldad su corazón lograba hacer dudar de aquel en el que tanto tendría que confiar.

Y suavemente en su piel resbalaban aquellas albo que con poco esmero cubrían su desnudez. Al instante en que todo su pie toco completamente el extrañamente cálido piso de madera delicadamente barnizada, un suspiro de sorpresa su escapo de sus belfos, y con rapidez tomo aquel papelito en el que sus ojos se habían enfocado desde que despertó. 

< Eres lindo cuando duermes, pero te prefiero despierto, así poder ver tus ojos, príncipe. TS> 

Arrugó con furia aquella pequeña nota. Esa desvergonzada oración había sido más que suficiente para que sus presentimientos se sumergieran y sus sentidos le traicionen. Mejillas encendidas y ceño comúnmente fruncido, con manos apretadas sobre su pecho y piel erizada por la fría brisa que se filtraba acompañándolo en su desgracia. 

Sin admitir en su cabeza la nueva situación y con la vergüenza recorriendo su cuerpo a la velocidad de sus latidos. Buscó sus prendas con frenesí, colocándoselas a la par de sus maldiciones. Y cuando sus pasos resonantes bajaron las escaleras un perfecto ambiente dulce como el almíbar le esperaba. 

Con ojos estupefactos miraba la escena desde la entrada a la cocina donde aquella pequeña niña de blanco cabello y dulce mirada ayudaba al adulto de veinti tantos a concina lo que suponía sería el desayuno. Risas suaves como la crema batida, dulces, que bailaban en el aire como la caída de los pétalos sakura. Mejillas rosadas en ambos una sonrisa demasiado angelical, careciente de arrogancia o prejuicio, dulce, dulce, dulce, pues no había otra palabra que pasará por su mente ahora. Esa escena era dulce, sus risas lo eran, como seres divinos o algo más armónico, una escena tan tierna que provocaba a la envidia y el lamento, la culpabilidad, y de alguna manera a las lagrimas al espectador. Pues, sus sentidos le advertían que "él no", aquello era tan raro, tan precioso que nadie debería tenerlo, pero aun así los dulces ojos turquesa vibrante, que iluminados por la felicidad le invitaban a entra en aquella extrañamente armónica escena, y con una aniñada voz le susurraba que "su tío intentaba cocinar panqueques con forma" mientras a sus espaldas el adulto le rechinaba que aun necesitaba practica y nada más.

Y como las notas de un piano en manos del más ágil de los músicos, los zapatos del adulto resonaron tres veces hasta quedar a su lado. Le dirigió una mirada embobado por el extraña aura que le rodeaba, y sus ojos como la sangre vieron por primera vez la sonrisa más bella del mundo desde tan cerca, para consecuentemente recibir un enternecido beso en la comisura de sus propios labios. 

𝐅 𝐢𝐭 𝐔𝐩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora