Epílogo II

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Las historias no terminan cuando terminan.

Es imposible poner un punto y final definitivo.

Ni siquiera la muerte es un final, no mientras alguien te recuerde y hable de ti.

Las despedidas tampoco son un final.

Diez años atrás, un atractivo chico rubio y una increíble pelirroja despidieron en el aeropuerto a un chico bajito de cabello castaño y ojos azules pálidos. El primero le dio un beso profundo y sentido, como si intentase quedarse con parte de su ser de recuerdo. La segunda, le dio un casto beso en los labios y un abrazo tembloroso, como si no quisiese darle mayor importancia, como si creyese firmemente que en poco tiempo iban a volver a verse.

El chico castaño no sabía cuándo iba a volver, o si volvería, pero marchó sin mirar atrás, dejando derramar solo un par de lágrimas.

El chico rubio, con su mirada azul acristalada en llanto, llevó en coche a la pelirroja hasta su casa, una mansión despampanante de esas que parece mentira que puedan existir, y la abrazó durante largo rato dentro del coche hasta finalmente dejarla salir y verla alejarse puerta adentro. No se dijeron más que un adiós.

Una vez solo, el rubio arrancó y fue a buscar la carretera fuera de la ciudad. Las cajas llenas de toda su vida en el maletero traqueteaban al ritmo de la música que tenía puesta a gran volumen, porque no quería escuchar su propio llanto.

Los años fueron pasando, y un día una llamada suena en la gran mansión que se tragó a la pelirroja.

Noel: ¿Vive aquí Eyre?

La voz al otro lado del teléfono le dice que no, que la señorita hace seis años que vive en su propio apartamento a las afueras.

Ante la insistencia de Noel, la voz le da su número de contacto.

Otra llamada, esta vez a un apartamento de tres pisos, recientemente construido bajo las instrucciones de la joven y prometedora arquitecta de linaje distinguido.

Eyre: ¿Sí?

Noel: Eyre, ¿eres tú?

Eyre: ¿Noel?

Noel: Cuánto tiempo.

Eyre: Tú lo dirás, más de nueve años ya.

Noel: Creo que el décimo aniversario fue hace poco...

La pelirroja juega con su pelo, que ahora lleva largo hasta los hombros, mientras escucha la dulce voz que tanto echó de menos durante un tiempo, pero con la que hace ya varios años que apenas piensa.

Eyre: Y, ¿qué te cuentas? ¿Cómo te ha ido todo? Cielos, hay mucho que te quiero preguntar, no sé ni por dónde empezar. Bueno, para empezar, bienvenido de vuelta.

Noel: ¿Cómo sabes que he vuelto?

Eyre: Una intuición mía, ¿por qué ibas a llamar sino para decirme que has vuelto a casa?

Noel: Casa... Tienes razón, he vuelto a casa.

Eyre: Bienvenido.

Un pequeño silencio, nada incómodo, sino lleno de felicidad y anticipación, se forma.

El castaño, recostado en una cama de matrimonio, al lado de un atractivo chico de piel canela y cabello oscuro azabache, mira el techo escuchando la tranquila respiración de la pelirroja a través de la línea. Le transporta a las tardes juntos durmiendo después de haberse entregado el uno al otro, o a las noches frías en que se servían de abrigo, o a las mañanas calurosas en que se despertaban con besos.

Desayuno para tresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora