Convivencia

6 1 0
                                    

Los meses que siguen a ese sábado son puro éxtasi.

Lo hacen a todas horas, algunos días sí, otros no, especialmente los tres juntos. Los miedos de Eyre no se materializan, nadie queda fuera, nadie se siente dejado de lado.

La química que tienen es abrumadora.

Keith y la pelirroja no pelean desde esa última vez, y actúan como si nunca se hubiesen odiado, como si ella no le hubiese hecho el vacío durante una semana y luego un mes, como si él no hubiese amenazado con golpearla y la hubiese llamado zorra más veces de las que la llamó por su nombre.

Sus besos son electricidad pura.

Noel disfruta como nada de ver a Keith crecer y abrirse frente a él, en los dos sentidos. Expresa sus sentimientos mucho más, su clásica ironía mordaz poco a poco desaparece, y en las veces en que resurge se corrige rápidamente. Abraza al castaño, besa al castaño, duerme a su lado casi cada noche... Noel se siente feliz.

El rubio también se siente satisfecho con el cambio. La presencia de Noel ya no le pone los pelos de punta, aún le gusta competir con él, pero ya no tiene ese miedo de perder algo frente suyo, Eyre no es ningún premio, Eyre es una más, Keith finalmente la ve así, como una parte agradable de su vida, no un logro o una medalla. La felicidad actual le ha absorbido tanto que ni siquiera niega los avances de Noel cuando por las noches después de cenar y un par de orgasmos se mete en su cama y le abraza para dormir, incluso le agrada la idea de despertar con su cuerpo desnudo al lado, a su disposición. Ya no le asaltan los recuerdos de su niñez como antes, quizá porque se ha autoconvencido de que esto es distinto. Esto es placer, no amor, no una familia, esto es desenfadado y sin ataduras, nadie ofrecerá que tengan hijos juntos, nadie arruinará la vida de esos niños, nadie se quitará la vida solo para no tener que enfrentarse a la realidad de una vida con responsabilidades, porque no las hay. Él no tiene que cuidarles y ellos no tienen que cuidar de él.

Las horas en las que están en clase se echan terriblemente de menos. Eyre habla con sus amigas de su nueva aventura, y ellas bromean con que las invite algún día pero luego se sonrojan con los detalles más específicos. Noel se escapa entre clases para hacerse fotos desnudo en el baño que enviar a sus dos compañeros para tentarles para lo que por la tarde y parte de la noche les espera. Keith mira las fotos del castaño mordiéndose el labio inferior, y finalmente decide no seguir a la chica rubia que hace quince minutos que le tira guiños a través de la cafetería de la facultad. Prefiere guardar sus fuerzas para sus dos compañeros, por tentadora que sea la falda corta de la rubia.

A las cuatro de la tarde vuelven a estar todos en el piso. Eyre es la primera en llegar siempre, contrario a cómo solía ser antes, pues se salta su última clase porque sabe que el profesor no le pondrá la falta porque desde hace meses le ofrece ir a por un café luego de clase. Ella nunca le dice que no directamente y se hace la interesante, sabe que los hombres como él, hombres que abusan de su poder para conseguir a las mujeres que quieren, han estado siempre ahí y no desparecerán fácilmente, así que ella no tiene intención de desaprovechar el sacar una matrícula con solo dedicarle cuatro sonrisas y acariciarle sutilmente el brazo, aunque sea egoísta. Quizá no ayuda a que hombres como ese cambien, pero solo por su acción individual de resistirse tampoco lo haría, de modo que juega sus cartas como bien puede en el mundo jodido en el que vive. No es ninguna heroína ni nunca ha querido serlo. Las cosas malas seguirán ocurriéndole a ella y a cientos de miles de mujeres más aunque ella quiera dar ejemplo. Es una visión pesimista y triste, pero la vida no le puso precisamente unas gafas de color de rosa para poder ver el mundo a su antojo. Si las cosas van a ser feas, será fea con ellas.

En ese sentido, Noel y Keith son su espacio seguro, su burbuja de idealismo. Cuando está con ellos, cuando ellos la tocan, cuando ellos la besan, cuando ellos se duermen en sus brazos, por unas milésimas de segundo, quiere ser buena. Quiere ser alguien puro y ético, darles ejemplo, ayudar a Keith a cambiar, a quien tanto criticó, cuando en realidad él está tan dañado como ella, y como ella se limita a jugar las cartas que la vida le ha dado. Quiere ayudar a Noel a encontrar su verdadero yo, a enseñarle a luchar por sí mismo aunque las cosas sean difíciles. Ella, que ha pasado toda su vida funcionando en automático y de forma egoísta, quiere luchar por algo mejor, para ella y las personas a las que quiere. Porque, de algún modo, amistoso, sexual, amable, desinteresado, les quiere. ¿Y qué es el amor sino desinterés? A veces podrá faltar en él sexo, o convivencia, o amistad, pero si algo es el amor, es que es un sentimiento contrario al egoísmo que a ella siempre la ha dominado. Es darte cuenta de que harías por esa persona lo mismo que harías por ti, para estar bien y ser feliz. Es quererles ver bien y felices tanto como a ti mismo. Cualquier cosa que se aleje de eso, no es amor. Será un capricho, será atracción, serán ganas de sentirte deseado, pero no amor. Porque esa función podría cumplirla esa persona o cualquier otra. Esta revelación ha hecho descubrir a Eyre en los últimos días, más y más que en los últimos años, que su primo jamás la quiso, no como ella le quería, no como debes querer a alguien. Cómo ponía por delante sus necesidades a las de ella, cómo la manipulaba emocionalmente sin preocuparse de si a ella le dolían sus palabras... Esas cosas jamás podrían ser amor. Ya nunca utiliza sus pijamas. No necesita ese recordatorio de la ingenuidad y del dolor del amor, porque ahora sabe que el amor no es eso, lo sabe a ciencia cierta. Su miedo a que se enamorasen entre ellos y se hiriesen ha desaparecido precisamente por eso, porque se ha dado cuenta de que el amor, el amor de verdad, no el de las películas, no el que nos imponen, no el amor posesivo, nunca tendrá dentro espacio para el abandono y los celos. Es un amor difícil de alcanzar, un amor que necesita de una serie de ingredientes que, en el mundo en que vive, son muy difíciles de conseguir, pero es un amor posible y que ella, sin quererlo y sin darse cuenta, ha alcanzado. La cantidad suficiente de autoestima para no sentirse inseguro, la cantidad suficiente de confianza para no dudar del otro, la cantidad justa de cautela para no lanzarte de cabeza y sin precauciones y, sobretodo, una cantidad inmensa de altruismo, algo que, sin duda alguna, no regalan a cualquiera en la dura lección de la vida. Necesitas estar muy alejado del egoísmo, de la necesidad imperiosa de ponerte por delante sin mirar a los demás, para poder querer de verdad, en un querer que no tendrá celos, en un querer que no necesitará de posesión, en un querer que no tiene por qué ser convencional, de casarse, formar una familia y morir juntos, porque este querer no pide, da. Da buenos momentos, del tipo que sean. Da apoyo y cariño. Da libertad. Mucha libertad. Porque en la libertad se encuentra la felicidad, y eso es lo que uno debe querer de quienes ama. Eyre sabe que se ha ido poco a poco enamorando de ellos, de los dos, de lo que consiguen en ella, del altruismo que le sacan, de la felicidad que le dan, y no busca que dure para siempre ni que, como temía Keith, adopten niños vietnamitas, no necesita nada de este amor. Nunca buscará nada en ellos, les ama porque ya se lo dan. Le dan esas gafas de color de rosa que la vida le negó desde niña. Le dan esos ingredientes que ella nunca había tenido en su mezcla del amor real. Le dan un altruismo insospechable en alguien como ella. Le dan una confianza sorprendente en una chica acostumbrada a que las personas fuesen mentirosas. Porque los ingredientes pueden estar en ti, o pueden dártelos la persona, o personas, perfectas en el momento perfecto, pero eso es tan o más raro que que te los de la vida. Nunca pensó que llegaría el día en que se sentiría así de nuevo, o por primera vez, eufórica, impaciente de llegar a casa, flotando en una nube. No va a admitírselo a ninguno de los dos si se lo preguntan, porque su propia norma era precisamente no enamorarse, y ahora ella lo ha hecho y no tiene pensado cumplir con su promesa de reconocerlo y abandonar el barco. De todos modos, sabe del cierto que Noel está enamorado del rubio y que a Keith no puede faltarle mucho para caer rendido también en la mejor combinación que podría haberse dado. Tres personas tan diferentes que se complementan en exactamente lo que importa. Un puzzle perfecto. Es casi ridículo. La mágica de todo esto la ha privado de su precaución, de su egoísmo y de todas las cosas que en el pasado la alejaron del amor. Apenas se siente ella y apenas se da cuenta.

Desayuno para tresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora