—¿Sabes? Cuando me mandaste el mensaje por la ventana diciéndome que íbamos a ir a comer, no me imaginé tanto lujo— le comenté sarcásticamente a Ezequiel. Él soltó una carcajada y pasó sus brazos por mis hombros, tomándose confianzas que yo no le había dado. Igualmente, no lo saqué. Sabía por comentarios que los argentinos eran bastante persistentes, así como arrogantes y "cararrotas". Igual, todo lo que tenían de descarados también lo tenían de sexys. Los chicos argentinos eran muy guapos, y yo tenía la prueba viviente caminando al lado mío.
—Mande donde sea, milady. Siento haberla traído a este horrendo lugar que no es de su agrado, pero permítame confesarle que mi billetera no da para más y es muy descortés hacer pagar a la princesa del lugar—me contestó irónicamente, sacando sus manos de mis hombros y poniéndose enfrente mío—. Ruego usted me perdone, madame. ¡Me arrodillo a sus pies para obtener piedad!— gritó, arrodillándose y haciendo que toda la gente nos mirara—. Juro que se lo compensaré— dijo, guiñándome un ojo.
Sentí mi cara volverse del color del pavimento. Sabía que había varias formas de que Ezequiel me compensara, todas bastante viables, pero éste no era ni el momento ni el lugar. Fingiendo tono de reproche y bastante pomposo, me dirigí hacia él.
—¡Levántate, plebeyo!
Ezequiel me miró con una pequeña sonrisa de diversión en el rostro y se levantó del suelo. Debía admitir que la situación era muy graciosa y ya habíamos acumulado a varios curiosos mirando. Decidí hacerle pagar de alguna forma y se me vino una idea a la cabeza.
—Ahora quiero que me levantes— susurré, en tono divertido— y me lleves en brazos hasta allí— dije, señalando el McDonald's al que nos dirigíamos a almorzar. Ezequiel levantó una ceja, tan sorprendido como divertido con aquél momento tan extraño que habíamos formado. Cuando vio en mis ojos azules que yo hablaba en serio, suspiró y rodeó mis piernas con sus brazos. Me levantó sin mucho esfuerzo y empezó a caminar hasta el local de comida rápida. Pude notar, a través de su camiseta, que sus músculos estaban trabajados, y tenía los hombros fuertes y anchos. Suspiré y me dejé caer en su duro pecho. Si todos los argentinos eran así, no tendría entonces ningún problema con darme una vuelta por allí.
(***)
El almuerzo fue muy divertido. Comimos hamburguesas y papas (obvio, es un McDonald's. ¿Qué íbamos a pedir, ensalada?). Me reí un montón cuando Ezequiel tuvo que ir al baño a limpiarse toda su remera ya blanca, ya que el kétchup y la mayonesa se negaron a permanecer en la hamburguesa. Bueno, él tampoco fue muy delicado apretándola en el primer mordisco.
Después de comer, todavía no me apetecía volver a casa, así que le pedí a Ezequiel que diéramos una vuelta. Él no se hizo negar, y fuimos a un parque que quedaba cerca de mi casa; nos sentamos bajo un gran árbol que daba sombra y empezamos a discutir acerca de nuestros gustos musicales. Me sorprendí al descubrir que sus preferencias eran parecidas a las mías, y me agradó saber que su cantante favorito era Romeo Santos. Di por sentado que le gustaba la bachata y sonreí divertida al escucharlo tararear Cancioncitas de amor.
—"Tengo el alma en amargura, yo no sé lo que es ternura, los horóscopos me mienten y la bola de cristal..."— cantó en voz alta. Su expresión era muy graciosa, con los ojos cerrados y totalmente compenetrado en los que estaba cantando. Al escuchar mi risita, él me miró y, con los ojos, me incitó a seguir la canción. Yo, un poco cohibida, tarareé en voz baja.
—"He perdido la esperanza, aquí tiro la toalla, el romance y la pasión no es para mííí... La televisión me hace daño..."
—"Que mueran las novelas de amor"— completó él, mirándome con intensidad y cantando a media voz.
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La Prueba
Teen FictionATENCIÓN: Sophie, la protagonista de esta historia, es extremadamente perra. Por eso, sus comentarios y pensamientos son superficiales, materialistas y egoístas. Les pedimos atentamente a las personas que no soportan a las adolescentes consentidas y...