[Prólogo]
Los gritos de un niño de dos años resonaron en el pequeño piso, ya que un jovencito llamado Harry Potter había corrido directamente hacia la puerta mientras intentaba huir de su padre. Los dos habían estado jugando al escondite, ya que el padre intentaba animar a su hijo en un día lluvioso. James le había prometido al niño que podrían aventurarse al parque esa tarde, sin embargo, el clima de Inglaterra solía gustar de estropear esos planes. Mientras Harry andaba de puntillas por la casa, intentando escabullirse sigilosamente, su padre se había lanzado desde el dormitorio, asustando al chico y haciéndole correr hasta la puerta de la cocina.
James se estremeció y vio cómo las risas se apagaban mientras la cara de su hijo se transformaba y se retorcía de dolor. Fue la calma que precede a la tormenta, ya que el piso fue agraciado con unos momentos de silencio y, de repente, Harry dejó que el infierno se desatara en su pequeño cuerpo. Al instante, fue recogido del suelo, levantado en los brazos de su padre, donde James pudo ver claramente el enrojecimiento que decoraba la nariz de Harry. El impacto del golpe contra la puerta también había hecho que el labio del niño de dos años se abriera, derramando sangre por la parte delantera de su camisa.
El hombre dejó escapar un suspiro mientras llevaba a Harry a la cocina para coger su varita y atender las pequeñas heridas de su hijo. Sin embargo, incluso después de haber sido curado y de que no hubiera pruebas de que hubiera habido un accidente, Harry aún no había dejado de llorar. No importaba lo que James dijera o hiciera para consolar al niño, Harry parecía estar atrapado en un trance de llanto.
-Vamos, Harry, está bien- respondió James suavemente -ya está todo mejor, no tienes que llorar más. Estás curado, estás limpio, podemos volver a jugar.
Si había algo que James Potter no soportaba ver, era la escena de su hijo llorando. Era habitual que los niños lloraran, sobre todo los que tenían la edad de Harry o menos, pero a James le dolía física y emocionalmente ver llorar a su hijo. Le traía terribles recuerdos de lo que había llegado a presenciar hacía poco más de un año. La visión de su hijo llorando y de su mujer, Lily, muerta en el suelo de la habitación del niño.
No, se suponía que no iba a terminar así.
James sólo podía repetirse eso una y otra vez a medida que pasaba el tiempo. Se suponía que nunca iba a terminar de una manera tan trágica. Pensó que podría evitar lo peor, ya que por fin lo había descubierto, había averiguado quién era el traidor entre la Orden y sabía lo que tenía que hacer. Tenía que alertar a Dumbledore con la esperanza de que todos se salvaran y los miembros de la Orden, incluida su propia familia, estuvieran bien. Todo en su mente lo empujaba a salir de su casa esa noche para encontrar a Dumbledore y revelar quién era el verdadero traidor de la Orden.
Durante los últimos meses, Remus y Sirius, sus propios hermanos, se enfrentaron entre sí, señalándose con el dedo con acusaciones. Remus dejaba claro que los lazos de Sirius con la familia Black lo convertían en un sospechoso obvio, mientras que Sirius no tenía ningún problema en recordar a todo el mundo que Remus era un hombre lobo y que, en los últimos tiempos, los hombres lobo habían formado una alianza con Lord Voldemort y sus seguidores. Sus peleas desgarraron la hermandad de los merodeadores, ninguno de ellos estaba dispuesto a estar en la misma habitación que el otro, ya que estaban convencidos de que el otro estaba intercambiando información con Voldemort y los mortífagos.