Si alguien le hubiera dicho a James Potter, meses atrás, que se encontraría en la situación de cuidar a una mujer de la que se había enamorado perdidamente, lo habría considerado loco y lo habría desechado. La idea de que amara a alguien fuera de Lily nunca se le había pasado por la cabeza y la idea de que pudiera seguir adelante con su vida después de la guerra era algo que nunca vio venir. Pero todo había ocurrido y seguía ocurriendo porque cada día parecía enamorarse un poco más de Renata Abate.
A pesar de que ella estaba en el hospital recuperándose de una horrible experiencia, él esperaba con ansias cada visita para verla. Algunos días, ella no estaba de muy buen humor, pero no importaba, porque había días en los que él tampoco estaba de muy buen humor y ella seguía a su lado. Se hacían compañía mutuamente e incluso se ayudaban en las pequeñas cosas en las que no se fijaban.
Como cuando Renata le arregló la camisa a Harry cuando llegó con ella al revés porque James lo había vestido demasiado rápido o cuando ella le sacó los trozos de comida del pelo que Harry había tirado durante una aventura en el desayuno. O como la vez que Renata se quejó de que le costaba dormir por la noche porque odiaba estar sola en la habitación.
James conocía muy bien ese sentimiento y para satisfacer sus necesidades, trajo su jersey verde menta que le gustaba y Harry había traído uno de sus peluches del que estaba dispuesto a desprenderse temporalmente para que ella lo usara. A veces se ponía el jersey, otras veces lo abrazaba junto con el oso de peluche, pero en cualquier caso, le permitían conciliar el sueño por la noche. Eran todas las pequeñas cosas que hacían el uno por el otro las que hacían más fácil el paso de los días.
Harry también hizo su papel, especialmente aquella mañana, cuando se metió en la cama de James y sacudió el brazo de su padre hasta que éste se despertó de su sueño. Pensando que algo iba mal, James se incorporó inmediatamente y miró a su alrededor, sólo para ver a Harry en pijama mirándole fijamente mientras se aferraba a uno de sus juguetes. Mirando en dirección a su despertador, James pudo ver que eran las ocho de la mañana, justo en punto.
-Harry, ¿qué haces levantado ahora?- James bostezó mientras se frotaba los ojos -¿Has tenido un mal sueño?
Sacudiendo la cabeza, Harry sonrió antes de incorporarse en la cama con una mirada orgullosa que definitivamente dio a todos un recordatorio muy necesario de que era, de hecho, el hijo de James Potter.
-¡Harry preparó el desayuno para mamá!
Confundido al principio en cuanto a lo que Harry estaba diciendo, James entrecerró los ojos por un momento, sólo hasta que registró más allá de su estado de sueño que Harry le estaba diciendo que había hecho el desayuno para Renata. Parecía un gesto muy dulce, lo suficiente como para que James sonriera hasta que se preguntó qué era exactamente lo que un niño de tres años intentaba hacer para desayunar sin la supervisión de ningún adulto.
Inmediatamente, James saltó de la cama, levantando a Harry en sus brazos, que chilló encantado pensando que estaban jugando a algún tipo de juego. Salió corriendo a la cocina y se encontró con que Harry había puesto una olla con agua en la mesa de la cocina y con todas las verduras que habían quedado fuera en la encimera, las había colocado. Había patatas enteras, ramilletes de brócoli y coliflor, grandes cantidades de las especias que Harry había podido abrir por su cuenta.