Capitulo once: Al descubierto.

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—Yibo ¿Yibo?

—Hmmm, ¿qué? — Yibo apenas levantó la vista de su plato. Su mente estaba a un millón de kilómetros, pero si lo apurabas, no sería capaz de nombrar un solo pensamiento.

—Estaba pensando, cuando mi libertad condicional acabe el próximo año, quizás podríamos conseguir un sitio juntos.

Yibo elevó la cabeza para encontrarse con Ming observándolo con ojos neutrales. Alguien que no lo conociera podría pensar que no le importaba del todo la respuesta de Yibo. Pero Yibo lo conocía mejor. Notó el pequeño músculo moviéndose en la esquina de la boca de Ming, de la forma que siempre lo hacía cuando estaba nervioso. Yibo había visto ese tic en particular más de una vez en los meses que habían pasado entre rejas, cuando los problemas les llegaban desde todas las direcciones.

—Bueno, ¿qué piensas? —Ming insistió, cuando Yibo no logró responderle.

—Estoy casado.

Ming soltó una risotada. —¿Desde cuándo? Lo último que oí fue que estaban separados. ¿En serio crees que tú y Emily vas a intentarlo de nuevo?

—No, —admitió Yibo.

—¿Entonces cuál es el problema?

—¿Qué hay de ti? ¿Realmente estás dispuesto a renunciar a todas las mujeres con las que aún no te has acostado?

—No me metas en esto, —dijo Ming, su voz baja. Un signo claro de que se estaba molestando—. Estoy preparado para renunciar a las mujeres, y al resto de hombres también. ¿Para qué estás preparado tú, Yibo?

Yibo sabía que esa conversación iba a producirse, incluso desde que Ming había salido de Leavenworth hacía seis meses. Habían estado viéndose mucho, incluso aunque era una violación de los términos de su libertad condicional. Tener a Ming cerca era reconfortante para Yibo, lo hacía sentir menos solo tras la partida de Emily , llevándose todas las costumbres familiares a un nuevo apartamento al otro lado de la ciudad. Pero reconfortante era una cosa... y llevar una vida juntos era algo totalmente diferente.

—Es demasiado peligroso, — dijo Yibo—. No quiero que te veas envuelto en mi trabajo.

Ming se echó hacia atrás, apartando la silla fuera de su vista. —¿Por qué no me das una razón que no sea una completa estupidez? ¿Qué me dices?

—¡No es una estupidez!

—sabes la clase de vida que he tenido. Sabes la mierda en la que he estado metido. No hay nada que puedas enseñarme que no haya visto antes. Puedo manejarlo.

—Yo sólo... —Yibo apartó la mirada, viendo a dos chicas en la barra retocándose el pintalabios, riéndose tontamente tras sus manos—. Yo tan sólo no creo que estemos hechos el uno para el otro. No creo que tengamos lo que hay que tener. No a largo plazo.

Yibo siempre estaría agradecido a Ming por ser su amigo, por cuidarle las espaldas en Leavenworth, por no juzgarlo nunca. Pero no podía decir eso a Ming sin arriesgarse un puñetazo en la cara. Esas eran palabras que ningún hombre enamorado quería oír, no importaba qué sinceros fueran, esos sentimientos tan sólo podrían sonar a lástima.

Ming se terminó el cigarrillo, sus ojos en la mesa. Yiboy removió su ahora fría pasta una y otra vez alrededor de su tenedor sin dar un solo bocado.

—Bien, —dijo Ming—. ¿Quieres terminar con esto, entonces?

—No la amistad. Pero el resto... sí, probablemente deberíamos.

Tonos Grises (ZhanYi- Yizhan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora