U N O

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Si la felicidad fuera de un color, definitivamente no sería el rojo

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Si la felicidad fuera de un color, definitivamente no sería el rojo.

Ese tono era uno de los menos preferidos—por no decir el odiado— de Bakugo. Desde pequeño, ese particular color le había dado asco y repulsión pues para él simbolizaba la sangre, el dolor y el amor.

¿Qué idiotez era aquella? ¿Por qué el amor debía ser del mismo tono carmesí de la tragedia? ¿Y sabes qué puede ser peor? Que ese era el tono de sus ojos.

Y no hablaba de los suyos —aunque bien que podían serlo—, sino de los de aquel chico pelirrojo que siempre se estaba bajo un árbol en el descanso. Completamente ridículo. ¡Y para colmo no solo sus ojos, sino su cabello!

Se encontraba en plena clase aquel día de invierno, esperando que el profesor diera por terminada la materia con problemas que no lograba entender y lo abrumaban cada vez más. Golpearon la puerta y el chico siguió con la vista al maestro, que se levantó para atender; escuchó algunas palabras sueltas y la puerta cerrarse.

—Chicos, presten atención un momento —Aizawa-sensei golpeó la pizarra con el borrador atrayendo la vista de los alumnos. —Ha surgido un imprevisto con los profesores y tengo que ir a una reunión importante. Es la última clase, así que pueden irse por hoy.

Un murmullo entusiasta se escuchó por todo el salón y el profesor salió dirigiéndose a la sala de maestros. Bakugo guardó sus cosas en la mochila y se encaminó a la puerta de salida sin esperar a más.

Tomó en cuenta la opción de ir a su casa.

Pros: Más convivencia con su familia, almuerzo casero y delicioso, tiempo para él en su recámara.

Contras: No era fanático de hablar con sus padres, sin olvidar que acababa de devorar tres donas glaseadas que le habían dejado a reventar.

Y lo más importante; estar solo en su habitación hundiéndose en pensamientos sobre la existencia no se le hacía algo apetecible en realidad.

Descartando su única opción para matar el tiempo empezó a caminar dejándose llevar por sus pies, quienes traicioneros lo guiaron justo debajo del árbol del pelirrojo. Al notar dónde estaba se dio la vuelta dispuesto a marcharse, pero un ligero silbido lo hizo detenerse. Dio un giro de ciento ochenta grados y dirigió su mirada hacia la persona que silbaba una tonada conocida. Cuál fue su nula sorpresa al encontrarse a quien le pertenecía ese pequeño espacio en la hierba.

El chico con cabello rojizo le lanzó una mirada de duda seguida de una gran sonrisa a dientes descubiertos. Katsuki notó que estos tenían forma de pincho al igual que su cabello, haciéndolo parecer un tiburón. No sonrió como respuesta.

Reddish Donde viven las historias. Descúbrelo ahora