T R E S

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Terminaron la sesión en el menor tiempo posible sin mencionar palabra

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Terminaron la sesión en el menor tiempo posible sin mencionar palabra. Antes de salir del lugar, Kirishima le entregó a Bakugo la ropa que le había prestado, ya lavada y doblada dentro de una bolsa plástica. 

Luego cada quien se fue por su lado. Sin despedirse. Sin hablar. El temblor repentino de Eijiro había tensado el ambiente, tanto así que se podía cortar con unas tijeras.

Antes de aquello el teñido le había dicho a Bakugo que pasara por sus fotos en un mes. Él se extrañó por la tardanza pero recibió la explicación sobre los pedidos y sus horarios.

Le hubiera gustado conocer su horario de trabajo para poderlo visitar de vez en cuando...

Pero, ¿qué ganaría?

Tal vez Kirishima ya no quería verlo después de lo ocurrido. Quizás se había sentido incómodo o apenado, —por decir lo mínimo—. Intentó ponerse en su lugar, sí, habría sido raro y vergonzoso para él. Si hubiera ocurrido en sus años de secundaria probablemente le pondría una paliza a Eijiro simplemente por mirar su desliz, pero vamos, en primera, él ya no era ese joven —tan— violento de hace algunos años.

Y en segunda, eso no había sido un desliz.

Llegó a su casa y meditó antes de poner un pie dentro de su hogar. Entró y cerró la puerta en silencio tratando de no ser escuchado por sus padres. Avanzó en el pasillo de puntillas y llegó al inicio de las escaleras sin ser descubierto. Perfecto.

—Masaru, ¿aún no llega el pequeño mounstr... —Mitsuki salió de la cocina viendo a Bakugo subiendo a su recámara. Su rostro pasó de tranquilo a furioso en una milésima de segundo y supo que estaba en serios problemas.

—¡Tú, pequeño demonio! —Estaba realmente enojada. Hacía meses que no lo insultaba gracias al taller de manejo de ira al que su padre la había forzado a ir. —¡¿Sabes acaso el desaire que pasamos?! ¡Ya conoces cómo son tus abuelos!

—Mira bruja, yo puedo...

—¡NI SIQUERA INTENTES DAR EXPLICACIONES!

Y ahí supo que estaba jodido. Ni un milagro lo salvaría del tormento de tres horas de regaño y una de asignación de castigos.

Masaru llegó al pasillo al escuchar el grito de su esposa y vio decaído como un tratamiento de tres meses se iba al caño en tan solo unos segundos. Miró a Katsuki con desaprobación y lo mandó a su habitación para tranquilizar a su madre.
El chico giró los ojos y llegó a su cuarto en tiempo récord dejando atrás el regaño pero sin librarse de las consecuencias.

Tal vez y sólo tal vez había valido la pena.

Al menos, en lo que cabía.

Al menos, en lo que cabía

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