chapter two

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Los constantes golpes en la vieja y pesada puerta de madera del piso alertaron al hombre, que intentaba tranquilizarse con su taza de té matutina

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Los constantes golpes en la vieja y pesada puerta de madera del piso alertaron al hombre, que intentaba tranquilizarse con su taza de té matutina. Por un momento, se quedó quieto en el pasillo de su casa, escuchando el constante "golpeteo" que seguía sacudiendo su puerta. Se debatía internamente si debía contestar o no, pero sabía que si no lo hacía, sólo habría más problemas que seguir. Dejando su taza de té, Adelmo Abate, procedió a dirigirse a la puerta principal, sólo para abrirla y ver como su hermana menor, intentaba golpear su cabeza contra ella.

Se quedó allí unos instantes y, finalmente, se dio cuenta de que ya no golpeaba nada, lo que hizo que la joven se asomara.

-Renata, ¿qué haces aquí?- preguntó el hombre consultando su reloj -¿No se supone que deberías estar en el trabajo ahora mismo?

Su hermana se encontró con su mirada y sólo en ese breve segundo de tiempo, ya pudo saber cuáles serían las siguientes palabras que saldrían de su boca.

-Me han vuelto a despedir- murmuró Renata mientras su cabeza colgaba con decepción -Justo antes de entrar en la tienda, el señor Braskin me dijo que me mantuviera alejada y que no volviera a entrar. Creo que tengo prohibida la entrada de por vida.

Pasaron varios momentos de silencio y Adelmo aún no había dicho nada, mientras intentaba procesar la noticia y se preguntaba qué había hecho su hermana para perder su trabajo en el Emporio de los Búhos Eeylops. Sólo había estado empleada tres días en total y Adelmo pensó que había sido un trabajo perfecto.

-¿Qué hiciste?

La mujer entró en el piso, pasando por encima de su hermano y dirigiéndose al salón, donde se dejó caer en el sofá. No le dirigió la mirada mientras hablaba, ya que parecía bastante avergonzada.

-Sólo intentaba ayudar, pero todo salió mal. Tan mal- comenzó mientras dejaba caer su cara entre las manos -Me quedé hasta tarde anoche, asegurándome de que todas las lechuzas fueran alimentadas, que sus jaulas estuvieran limpias y que la tienda tuviera un olor decente. Puedes imaginar lo mal que huele ahí dentro con todos los excrementos de los pájaros. Pues bien, uno de los búhos empezó a hacer aspavientos y Adelmo, tendrías que haber visto lo triste que estaba. Tan apretado en esas jaulas, que se notaba que sólo quería moverse...

-Oh, Ren, por favor, dime que no...

-Como yo estaba allí, le dejé salir para que volara y estirara las alas un rato. Pero entonces los otros búhos se pusieron celosos y quisieron participar también. Y si iba a permitir que uno de ellos lo hiciera, tenía que permitirlo a todos, ¿no?

-No, no está bien, qué...

-Así que los dejé salir de sus jaulas y parecían tan felices y contentos. Cuando llegó la hora de irme, me sentí muy mal con la idea de encerrarlos. Se me ocurrió la idea de dejarlos fuera durante la noche, ya que sería yo quien abriría la tienda esta mañana. Pero supongo que el señor Braskins decidió que también iba a aparecer y se presentó antes que yo... y bueno...

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