Los tiempos de antaño

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Aún recuerdo aquella noche, era 18 noviembre cuando estaba de visita en la ciudad de Los Ángeles. Cuidaba al presidente en una conferencia con fines académicos y artísticos.

Ese día estaba distraído, no ponía atención a las órdenes que me daban, era una tortura solo pensar en aquella mujer asiática que siempre vestía de rojo; no solo era atractiva, era hermosa, la sutileza que tenía al hablar y caminar tan sensualmente, aquel cabello negro y corto hasta la nuca, adoraba eso. Su ojos verdes miel, eran tan hermosos y llamativos cada vez que los veía, esos ojos llegaban a hacerme temblar y tartamudear.

- ¿Aún sigues pensando en esa mujer? - escuché la voz de John.

- No es de tu importancia.

- Ya te he dicho que la dejes ir, no es la única mujer que hay en la tierra, además, hay muchas mujeres tras de ti, como la tal Angela de la misión en el aeropuerto - dijo.

- Preocúpate por tus asuntos - dije antes de retirarme del lugar. Fui al estacionamiento y subí a la limusina que esperaba por el presidente. Saque de mi bolsillo un cigarrillo y lo encendí - Ada...- dije antes de aspirar el tabaco y dejar salir el humo por mi boca - ¿Cuánto debe pasar para verte de nuevo? - me pregunté para mí mismo - tal vez debería de olvidar, aunque sea por un momento, pero es inútil, por más que lo intente - miré a mi alrededor, esperando ver a la asiática que siempre me sorprendió en los lugares menos esperados, como aquella vez en mi apartamento:

Era media noche y no podía conciliar el sueño, no sé sí era la intensa lluvia o otra cosa, cuando alguien tocó a la ventana. Me levanté de la cama y abrí la ventana, encontrándome con una Ada Wong empapada y mal herida.

- ¿¡Qué te pasó!? - pregunté preocupado mientras la invitaba a entrar.

- Gracias - susurro al entrar - una misión inesperada, desafortunadamente - contesto.

- Ve a tomar un baño, o te vas a resfriar - dije cerrando la ventana. Sin dudarlo, ella acato a mi orden, de mí armario saque algo de ropa mía y de debajo de mi cama saque un botiquín de primero auxilios. Cuando ví que la asiática salió del baño con una toalla cubriendo su cuerpo desnudo, le señalé la cama y ella se sentó, en cuanto lo hizo empecé a limpiar sus heridas.

- Gracias por tu hospitalidad, guapo - dijo.

- Ya sabes que cuentas conmigo cuando quieras - dije. Cuando terminé de ayudarla con sus heridas, le di la ropa y ella empezó a vestirse. Tome la ropa mojada de ella y la lleve al cuarto de lavado y la puse a lavar. Cuando regrese, ella estaba acostada en la cama.

- Ven - dijo la asiática al verme - acompáñame - dijo e hice lo que me pidió, recostando mi cuerpo junto al de ella - perdón por venir en estas condiciones, no sabía a dónde más ir - dijo abrazándome.

- No tienes que disculparte, eres bienvenida cuando desees, Ada - dije correspondiendo al abrazo.

En ese momento, ella me dio un tierno beso y escondió su cabeza en mi pecho, eso me gustó. Después de eso pude dormir tranquilamente, averiguando lo que me faltaba para poder conciliar el sueño. 

Eso fue hace años, pero aún no lo olvidaba, tan sólo sentir su presencia  junto a mí era suficiente, abrazarla y no soltarla, acariciar tu bello rostro y sentir sus labios junto a los míos, era una experiencia grandiosa.

Aunque me encantarán sus visitas, odiaba cuando ella tenía que irse, lo odiaba demasiado, cuando dejaba de ser amable y se volvía fría. No me gustaba que jugará con eso, ella lo sabía muy bien.

- Todo tiene sus pros y sus contras - susurré, repitiendo el mismo proceso de aspirar el tabaco y sacarlo por medio de humo de mi boca, hasta que se acabó por completo el cigarrillo - como desearía que vinieras - dije con un poco de lamento.

A veces pensaba en el motivo de su desaparecida presencia, ¿Será que está encarcelada? ¿Esta en apuros?¿Esta atrapada? ¿Necesita ayuda?¿Será que ya está muerta? Esa última pregunta me asustaba, no lo soportaría.

También pensaba en como ella me había demostrado la misma necesidad que yo tenía en momentos inesperados, mis primitivos instintos, como esa vez en una fiesta:

Estaba tomando un brandi, cuando una inesperada carta llegó a mis manos, de inmediato entendí de que se trataba y su remitente.

Fuí al garaje del lugar, dónde pude ver a la asiática sentada sobre una de las cajas amontonadas en el lugar, ella vestía con un vestido color tinto hasta las pantorrillas y demasiado pegado a su hermosa figura, complementando su vestuario con unos tacones negros y un bolso del mismo color.

- Que sea rápido, no tengo mucho tiempo - dijo cuando me acerque a ella.

Sin pensarlo, la tomé por la cintura y la bese con tal pasión, que ella me lo correpondio rápidamente, y de un momento a otro estábamos compartiendo la intimidad que no habíamos tenido en un año y medio.

No fue la única vez que pasó, también en distintas fiestas en distintos lugares, los baños, el patio, en un árbol e incluso en la entrada de los lugares en dónde se hacía el evento, o me visitaba a mi departamento.

Estaba por empezar otro cigarrillo cuando fui interrumpido por John.

- ¡Hey! Ya va a acabar la conferencia, te vamos a necesitar - dijo tocando al vidrio del copiloto.

- Enseguida voy - respondí. Con mi respuesta, él se retiró.
Salí de la limusina y empecé a caminar a la salida, cuando una pequeña roca me pegó en la espalda, voltee detrás de mi y tome la roca que me había pegado, de inmediato note un papel amarrado a ella. Lo desamarre y leí su contenido, dejando una sonrisa en mi rostro - Te veré de nuevo - dije y me retiré del lugar.




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