Epílogo

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Harry dejó caer la cabeza hacia atrás, haciendo que su pelo se balanceara antes de caer poco más debajo de sus cervicales.

Terminó de enjuagar su rostro y talló las manos en sus pantalones, dejando visibles las huellas húmedas parchadas en la tela. Louis iba a regañarlo cuando lo viera, y le repetiría por enésima vez en su vida que por el amor de Dios usara la toalla que colgaba en la agarradera de una de las alacenas. Al principio no lo hacía adrede, pero no negaba que le gustaban esos ojos en blanco y el pequeño quejido de inconformidad que venía detrás de ellos.

Recorrió el pasillo y maldijo cuando una de las tablas de madera crujió bajo su pie. Llevaba días diciendo que la arreglaría, pero siempre surgía algo nuevo que demandaba su atención y colocaba esa tarea en uno de los puestos menos indispensables por realizar. Aun así, debía arreglarla pronto porque Louis corría el riesgo de tropezar. Y mierda, Dios y él sabían que se castigaría para la eternidad si algo le llegase a pasar al bebé por algo que puede evitar.

Atravesó la pequeña sala de estar y salió al pórtico; el viento le golpeó en el rostro y voló su cabello a un lado como la brisa a un pañuelo. Tomó el puño de rizos en su mano y se ató una coleta desordenada pero suficientemente fuerte para llegar a la orilla del rio sin los cabellos revueltos a lo largo de su cara. Bajó las escalerillas de dos en dos y se dirigió al oeste.

A lo lejos, alcanzó a ver a Louis ondeando su mano en su dirección y rió porque parecía un niño sentado sobre sus talones. Desde donde estaba, podía divisar a Edward sobre su regazo revolviéndose con premura. Las risas de su pequeño se escuchaban fuertes y claras, con ese particular tono agudo infantil surgiendo desde el fondo de su garganta.

—¡Papi! —Lo escuchó gritar—. ¡Dile que pare!

—¡No voy a parar! —Reparó el omega, volviendo a hundir su rostro en su pancita y a hacer cosquillas con su boca—. ¡Papi no me va a detener!

—¡No! —Se quejó el niño entre risas. A pesar de que manoteaba por liberarse, ninguna de sus manos jamás golpeó a su madre.

Edward era un niño sumamente noble. Tenía una actitud tranquila y era muy obediente para sus cuatro años. Hacía rabietas como cualquier otro niño, pero siempre se apaciguaba cuando Harry lo marcaba con su aroma para relajarlo. Era un poco regordete y sus mejillas arreboladas lo confirmaban. Le encantaba pasar tiempo con su madre y cuando Harry estaba en casa, no lo dejaba solo un momento. Sinceramente, estaba algo mimado. Pero no importaba, porque Louis lo adoraba y él también. 

—Omega. —Harry se arrodilló detrás de él y llevó las manos a su vientre, acunándolo—. ¿Qué le haces a nuestro hijo?

—Cosquillas. —Alcanzó a decir entre risas antes de erguirse y suspirar—. Está bien Eddy, mamá se cansó. Tú ganas.

El niño soltó un jadeo victorioso y salió de sus brazos a toda velocidad. Corrió lejos de ellos hasta unos arbustos cercanos a la orilla del rio; los pantalones cortos se le escurrían suavemente y la camisa de botones dejaba ver su barriguita a través de ella. Cuando llegó, los saludó desde la lejanía y ambos le devolvieron el gesto. Louis se reacomodó en su lugar y se quejó frágilmente.

—¿Te duele la espalda? —Preguntó el alfa, colocando su palma en la parte baja de ésta.

—Sí. —Asintió el menor y se recargó en el pecho del rizado—. Este embarazo es mucho más cansado que el que tuve con Edward. —Resopló—. ¿Por qué tuviste que poner dos dentro de mí?

Harry tiró la cabeza hacia atrás, dejando que la carcajada le saliera libremente. Después, una sonrisa boba se plantó en su rostro, haciéndolo marcar sus hoyuelos y recordar la sensación de cuando supo que su omega estaba encinta una vez más.

The war is blue || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora