Toda la tarde Minato había intentado reconciliarse con su impredescible hijo, lo había ido a buscar al colegio y encontrado con la novedad de que Naruto no había asistido ese día.Quizá aun era muy pronto. Tal vez debió dejar las cosas así.
Pero no podía. Minato era del tipo de persona que gusta de arrebatar sonrisas a su paso. Remediar conflictos y ser de potencial ayuda eran sus impulsos rutinarios. Simplemente deseaba que Naruto tuviera lo mejor, que gozara de los mismos privilegios que sus compañeros y, sobretodas las cosas, que no sufriera la carencia de afecto maternal del que se vio privado con la muerte de Kushina.
Lo que más temía Minato era ver desaparecer esa energía desbordante de su hijo, aquella infinita alegría que era capaz de reanimarlo en cuestión de segundos luego de un ajetreado y pesado día en el trabajo. Era su hijo por y para lo que él vivía. No solamente se trataba de su deber como padre. Sus sentimientos rebasaban cualquier barrera fraternal y ello tambien le angustiaba sobremanera, pues no podía permitirse el lujo de añorar una fantasía incestuosa e inverosímil con su pequeño.
Era enfermo el siquiera considerarlo. Absurdo e impropio de un padre que anhela lo mejor para su hijo, pensarse envuelto en una relación de índole idilica.
-Entiendo...- Minato permaneció largos y angustiosos segundos con la bocina del telefono junto al oído. Tenía la mirada perdida en un punto de la sala, finalmente reaccionó al verle cruzar el umbral. -Te lo agradezco, Shikaku- dijo antes de colgar, volviéndose bruscamente hacia la escalinata. -Naruto...- lo siguió hasta su habitación, haciendo uso de su veloz maestría en desplazarse de un sitio a otro.
Naruto había estado a nada de cerrar la puerta cuando Minato derrapó en su dirección, poniendo con astucia la punta del pie en el resquicio de la madera. Naruto hizo una mueca de molestia con los labios, entrabrió un poco la puerta y nada más ver a su padre separando los labios para hablar, lo interrumpió de forma tajante.
-Estoy cansado. Voy a dormir- y cerró, dando un fuerte portazo, dejando a Minato con una expresión de dolo y las palabras atascadas en la garganta
**Tenía la mirada fija en el retrato frente a él mientras recorría despacio cada aspecto del rostro enmarcado, desde la sonrisa angelical hasta su cuerpo de tentación, retornando poco después al brillo de los ojos azules que simulaban ser su propio reflejo...pero no lo eran.
-Naruto...- se lo imaginó tendido bajo su cuerpo, en una pose por demás provocadora y sexy, gimiendo su nombre en un timbre agudo, anómalo, rogando ser penetrado en su totalidad, aferrándose a sus brazos en tanto sus labios se fundían en un beso candente, pasional.
En menos de tres minutos, terminó todo. Minato se sintió tensar con los últimos movimientos manuales que culminaron en una poderosa descarga que salpicó el borde de la mesa y parte del retrato familiar donde se exhibía la imagen de su hijo, sonriendo a la cámara como el chico bueno que era...
El dulce y tierno niño de papi.
Muy pronto el placer fue reemplazado por la culpa, y el delicioso mar de placer que bullía por sus venas se eclipsó para dar paso a una sensación de suciedad y repudio.
¿Y cómo no sentir asco de sí mismo, si acababa de masturbarse con la fotografía de su retoño?
Aquello debía denominarse placer culposo, un acto que se siente condenadamente bien, pero que sin embargo, va en contra de los principios éticos y morales.
Un padre enfermo. Eso era Minato. Y pobre de él si dejaba escapar esos sentimientos morbosos del contenedor hermetico en que se había visto forzado a emplear para encerrarlos.