C.19 LAS DESPEDIDAS SON UNA MIERD*

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No hubo velorio ni entierro. Lupe había pedido que la incineraran. La verdad era que no sabía qué harían con sus cenizas, ni me interesaba saberlo. El sentimiento de pérdida era algo descomunal, no había nada con lo que se pudiera comparar. No era un dolor explicable, iba más allá de lo que las palabras podían decir. La felicidad era una cosa del pasado, e intentar sentirla generaba rechazo y odio. ¿Cómo se podía siquiera pensar en estar bien en un momento así?

Bastián intentaba levantarme el ánimo, pero no era él, era yo, era la situación la que no me dejaba salir del pozo. Era consciente de que mi mirada quedaba fija en diferentes lugares mientras pensaba en la nada y en el todo al mismo tiempo. Qué contradictorios pueden ser los pensamientos y la mente humana. Cuando escuchaba que alguien se acercaba caminando, mi cerebro creía que podía ser Lupe, aun sabiendo que eso no era posible. Algo en mi interior no quería que todo fuera real, no quería terminar de caer en el sufrimiento. Agradecía tenerlo a Bas allí conmigo.

Las horas pasaban y no era consciente del tiempo. Papá estaba destrozado, Grace estaba destrozada. Mamá y Helena hacían todo lo posible por mantenerse fuertes, al igual que Bastián, pero el dolor nos llegaba a todos, nos atravesaba y no éramos capaces de tolerarlo ni siquiera para que el otro estuviera bien.

Lupe siempre me preparaba lo que le pidiera para comer. El aroma a comida era algo que nunca faltaba en su hogar. Le gustaba tejer y trabajar la tierra. Tenía su propio gallinero y trataba a cualquier animal como a una mascota. Sus manos estaban curtidas por los años y el trabajo manual, pero sus caricias eran las más suaves. A pesar de que vivíamos lejos, siempre estuvo presente en mi vida de alguna forma, a través de una llamada telefónica o mediante una carta (las cuales siempre incluían dinero). Nunca se olvidaba de las fechas de los cumpleaños y siempre llamaba para ver cómo me había ido en los exámenes. Cada vez que iba a su casa, me contaba alguna anécdota sobre su infancia o de cuando habían comenzado a salir con el abuelo.

—¿Quieres que salgamos a caminar? Tal vez te haría bien un poco de aire puro. —Bastián me hablaba desde su lado de la cama. Cuando regresamos del hospital, nos habíamos encerrado en la habitación y recostado en la cama, sin hablar.

—No lo sé, no estoy de ánimos para nada —le respondí mientras contemplaba el techo—. Ni siquiera creo poder soportar ver a mi familia.

—Está bien. Es normal que te sientas así. Pero no te guardes todo, sabes que estoy aquí para que hables conmigo. 

Cuando Bas terminó de hablar, tomó mi mano. No estaba bueno quedarme encerrado, lo sabía. Y, de todas formas, tarde o temprano iba a tener que afrontar a mi familia.

Nos levantamos y, tomando valor, salimos de la habitación. La casa estaba silenciosa. Mis padres y Abby se habían quedado cuidando al abuelo. Grace y Helena seguramente estaban encerradas en su habitación. No quería molestarlas, así que le envié un mensaje a Helena avisándole que saldríamos un rato.

El clima estaba fresco. El aire hacía volar los cabellos de Bas y los últimos rayos del sol hacían que todo en él pareciera perfecto. La angustia por la pérdida de Lupe y la felicidad por estar junto a Bas se chocaban en mi interior haciendo que todo colapsara. A veces, la vida te pone en lugares inimaginables y no te da ningún manual de instrucciones.

—¿A dónde quieres ir? —le pregunté a Bas, como si él conociera el pueblo más que yo.

—¿Hay alguna plaza por aquí donde podamos sentarnos un rato? ¿O prefieres caminar?

Decidí ir a una de las plazas que quedaba más alejada, pero a la que siempre iba poca gente porque no había juegos para niños.

En las calles no había muchas personas y eso me daba la libertad de no tener que aparentar estar feliz, porque no lo estaba. A cada paso recordaba algo del pasado junto a mi abuela y eso me hacía sentir una presión en el pecho insoportable. No podía creer que ya no estaría más entre nosotros. Era algo que nunca había pensado, porque esas son las cosas en las que uno nunca quiere pensar. Sabemos que todos tenemos un punto final, pero la desesperación y la sensación de no poder ser capaces de conocer cuándo será es algo que nos supera.

Fuimos Mariposas © (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora