La adolescencia es la etapa más complicada en la vida de cualquier persona. Allí suceden los cambios más importantes tanto a nivel físico como emocional. Y el caso de Henry no era muy diferente al del resto, solo que su vida estaba sumida en un secr...
El ruido de las sirenas de la ambulancia perforaba mis tímpanos. Parecía como si mi cerebro deseara explotar.
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Algo se movía y hacía que me ardiera todo el cuerpo, pero no era capaz de moverme ni de pedir estabilidad.
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—¡Con cuidado! —escuché a alguien gritar.
—¡Me está cortando! —Gritaba Bastián.
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Algo pinchaba las venas de mi brazo. Un fuerte elástico sostenía un plástico sobre mi rostro. Voces y más voces. Las sirenas. Dolor.
—Estarás bien, hijo, lo estarás. —decía papá desde algún lugar.
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—Los médicos dicen que puedes escucharme; si es así, por favor, te pido que despiertes. Todos te necesitamos. Te amo, Henry, te amo. —La voz de Bastián era como una canción en mis oídos, quería responderle, pero algo me lo impedía.
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Creí verla a Lupe, una fuerte luz la rodeaba, pero estaba seguro de que era ella. Me hablaba, decía cosas que no tenían ningún sentido para mí. Me pareció entender que me pedía que fuera con ella, que iba a estar mejor. La luz me transmitía paz y hacía que todos los dolores se fueran, era cálida y armoniosa. Tal vez era lo correcto dejarme ir, así la abuela no estaría sola. Me necesitaba. Pero Bastián también me necesitaba. No podía dejarme ir, no así. Yo también lo amaba.
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—Ahora te voltearé para limpiarte, cariño —me dijo una voz que no reconocía y, acto seguido, sentí que me levantaban—. Muy bien, ya falta poco. Es hora de que despiertes, cariño, muchas personas te están esperando.
Y deseaba hacerlo con todo mi ser, pero no lograba entender por qué no podía abrir mis ojos o mover mi cuerpo por voluntad propia.
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Muchos recuerdos llegaron a mí: la primera vez que tuve a Abby en mis brazos, el primer día de clases, el raspón que me hice cuando aprendí a andar en bicicleta, la risa de mamá, las tardes ayudando a papá a reparar su auto, el olor del perfume que me ponían cuando iba a preescolar, mi primer beso, una tarde en el bosque con Bastián, la mariposa multicolor que había visto en el local de antigüedades de los padres de Johana. Ese día había comenzado todo, esa mariposa era como una metáfora: con mis amigos habíamos sido orugas que se habían convertido en mariposas a través de los golpes y las caídas. Con Bas habíamos sido orugas hasta que finalmente fuimos mariposas.
—Ma... mariposas... Fuimos... mari... posas. —Al fin mi voz salía de mi boca, mis labios me hacían caso y se movían.
—Henry, cariño, tranquilo, estoy aquí —La voz de mamá inundó todo el lugar y comencé a llorar—. No llores, cariño, todo estará bien.
—Fuimos mariposas... mamá... fuimos... mariposas.
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