C.17 NIVELAR TRISTEZA Y FELICIDAD

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Bastián estaba en el pueblo, conmigo. Todo parecía un sueño hecho realidad. Esa misma mañana me había despertado de una pesadilla y había pasado a estar en un perfecto sueño. Bueno, en realidad, no tan perfecto: Lupe empeoraba.

Luego de que recogimos a Bastián en la estación, fuimos al hospital. El horario de visitas de la mañana era de 10:00 a 12:00 am. Para que Abby no entrara a la clínica, Helena la invitó a comprar telas nuevas para sus diseños. Mi hermanita se opuso un poco porque quería quedarse con nosotros ya que Bastián estaba allí, pero él le prometió que, si iba con Helena, luego iría con ella al taller para que le mostrara todos esos diseños de los que le había contado de camino a la clínica. Para Abby, Bas era como un segundo hermano; yo le tenía paciencia, pero él parecía hecho para soportarla.

Antes de llegar a la habitación de Lupe, papá, quien se encontraba cuidándola, nos interceptó en la recepción. El lugar estaba bastante desierto: había dos enfermeras tras el mostrador controlando unas fichas médicas y una pareja esperando ser atendida por el doctor.

—Bastián, qué bueno que hayas podido venir hasta aquí para estar con Henry —La voz de papá sonaba débil y trágica, al igual que su rostro—. Antes de que pasen, debo decirles que Lupe ha desmejorado en el transcurso de la noche. Según el doctor, su cuerpo no está tolerando los medicamentos y, a causa de eso, tuvieron que darle sedantes más fuertes.

Papá estaba con la mirada perdida en una pintura abstracta colgada en una de las paredes. Yo no era capaz de imaginar siquiera lo difícil que esa situación debería ser para él. Al ver a Grace, pude notar que ella no estaba al tanto de todo eso: su rostro se había ensombrecido y sus ojos estaban vidriosos.

—¿Podemos entrar con Bastián a verla? —les pregunté para romper con el silencio que se había ocasionado. En realidad, yo no sabía si él quería pasar conmigo, pero estaba seguro de que no me dejaría solo.

Papá y la tía Grace estaban hablándose a través de las miradas. Esa conversación silenciosa duró unos segundos hasta que él me respondió.

—Está bien, chicos. Pero solo unos minutos, Lupe necesita descansar. Yo la pondré a Grace al tanto de todo.

Bastián siguió mis pasos hasta la habitación, silencioso, como una sombra guardiana. En mí interior aún quedaban restos de la alegría que me había ocasionado verlo en la estación pero, al abrir la puerta, lo que vi me heló la sangre.

La persona que estaba acostada en la cama de Lupe era ella pero, al mismo tiempo, no lo era. Por el extraño sonido que había salido de la boca de Bastián, estaba seguro de que se había sorprendido tanto como yo. No había sido del todo consciente de que sería la primera vez en mucho tiempo que Bastián vería a Lupe, y era más que racional que se sintiera abrumado y desconcertado. Yo le había estado contando acerca del deterioro de mi abuela, aunque estaba claro que una imagen valía más que mil palabras.

Cuando Lupe nos observó aún en el umbral de la puerta, sonrió. No pronunció ninguna palabra, ni nos invitó a pasar con la mano. Entramos.

—Abuela, todavía no tienes compañía —dije al observar que la cama de al lado continuaba vacía; por mi mente había pasado la idea de que, tal vez, no querían ponerla con otra persona para que estuviera más tranquila—. Mira quién ha venido de visitas.

—¡Hola, Lupe! —la saludó Bas acercándose un poco más a la cama—. Tanto tiempo sin vernos.

Lupe se acomodó un poco, pero sus movimientos eran débiles y, con cada uno de ellos, hacía una mueca rara.

—Bastián, querido... Qué placer verte... ¿Cuándo has... llegado? Henry, ¿puedes darme... agua? —Su voz sonaba aún más ronca que la última vez que había ido a verla. Sus rasgos estaban más pronunciados, como si hubiese perdido varios kilos, y su cabello, brilloso y despeinado. No soportaba verla así.

Fuimos Mariposas © (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora