Capítulo 1

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Tres años después

-¿Emilio?

Miro en el espejo retrovisor y veo a mi hermano pequeño, Tyson, devolviéndome la mirada con una expresión en la cara que no acierto a identificar.

Normalmente opta por llamarme Emilio cuando se dispone a preguntar algo importante, como si existe un planeta de vacas con granjas que ordeñan personas y luego las sacrifican para deleitarse con sus sabrosas costillas, o por qué mamá se marchó y no volvió.

Hace muchas preguntas.

-¿Qué, Ty?

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Claro, Chico.

-¿Cómo sabes si estás enamorado? -Sonrío.

Trato de no pensar adónde quiere ir a parar con eso. Entender la línea de pensamiento lógico del Chico es un ejercicio extraordinariamente inútil. Él piensa en un plano completamente distinto a todos nosotros. La semana pasada le expliqué, a insistencia suya, de dónde vienen los bebés.

Se quedó con una expresión de meditación alarmante en la cara durante toda la conversación. Cuando había terminado, se levantó y salió a jugar sin decir palabra. Más tarde, cuando le arropaba en la cama, por fin respondió: «Emi, ¿por qué diablos querría una chica sacar un bebé de esa manera?» No supe cómo contestarle entonces, como me pasa a veces.

No mucha gente me deja sin palabras, pero Ty lo consigue a diario.

Ahora miro a Ty y enarco una ceja.

-¿Por qué? ¿Tienes alguien de quien no me has hablado, Chico?.

Se encoge ligeramente de hombros.

-No. No necesariamente tiene que ver conmigo, Emi. Es solo una pregunta.

Por cierto, mi hermano tiene ocho años pero parece que tenga sesenta. No puedo reprochárselo, dado todo por lo que ha pasado en la vida. La mayoría de los chicos de su edad no han pasado ni por la cuarta parte de las cosas que le han tocado a él.  Pero, al mismo tiempo, ¿cuántos niños de tercer curso conocéis que sean vegetarianos por decisión propia? Yo no tengo nada que ver con eso, creanme.

Me gustan las hamburguesas con tocino y salchicha (y deja de hacer muecas hasta que lo probéis: es delicioso). Pero me lo tengo merecido por dejarle ver documentales sobre mataderos en la tele. Desde entonces no ha sido el mismo. Miro hacia delante para no alcanzar por detrás a nadie en la autopista, pero estoy contestando con evasivas y él lo sabe.

Noto sus ojos clavados en mi nuca.

Vuelvo a suspirar.

-Supongo que es cuando esas estúpidas canciones de la radio empiezan a tener sentido. -Echo un vistazo al retrovisor y le veo fruncir el ceño-. ¿A ti qué te parece?

Cuando se trata de esa clase de preguntas esotéricas, siempre me parece mejor dejar que conteste él. Pero las preguntas objetivas sobre bebés y cosas así, procuro
responderlas yo. Aunque tenga ganas de tirarme de los pelos mientras lo hago.

Guarda silencio un momento antes de decir:

-Creo que es cuando no puedes pasar un día más sin la otra persona. Que hace que te sientas como si te ardiera el estómago pero de una forma agradable.

-Eso me parece bien.

-¿Emi?

-¿Sí?

-¿Podemos parar? Tengo que hacer pis.

-Claro, Chico. De todos modos vamos con tiempo.

Veo una señal que anuncia un área de servicio y tomo la salida. El aparcamiento está vacío y cae una llovizna. Estaciono en una plaza delante de los aseos; ya conozco la rutina.  Ty espera pacientemente en el coche mientras yo entro en los servicios de caballeros para cerciorarme de que están desiertos. Lo están. Salgo por la puerta y le hago una seña. Él baja del coche y se me acerca.

Dos hombres y un niño [Emiliaco] Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora