Día 24: Sunflower, vol 6

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La alarma del móvil empezó a sonar de forma incesante, Horacio abrió con pesadez los ojos, alargando su brazo hasta la mesita a su lado para parar el sonido. Volvió a cerrar los ojos y se tapó hasta el cuello con la sabana, dejando ir un suspiro. Pero no pudo volver a dormir por más tiempo, porque enseguida notó otro peso en la cama, y un par de patitas que le pedían que se levantara, acompañadas de un ladrido. No tuvo más remedio que volver a despertarse, para ver a su nuevo amigo pidiéndole atención. 

Hacía unas semanas, mientras el de cresta y Volkov inspeccionaban la zona en búsqueda de unos sujetos que habían huido de un código tres, el menor empezó a escuchar unos ruidos extraños provenientes de un callejón. Junto al comisario, fueron a inspeccionar qué ocurría, ambos preparados para cualquier posible ataque se adentraron en el callejón con sus armas alzadas, pero no había nadie allí. Fue entonces cuando Volkov reconoció de nuevo el sonido, parecía salir de detrás del contenedor. Los dos se acercaron y encontraron una caja de cartón, en bastante mal estado. Ambos se miraron extrañados, pues parecía que esa era la fuente del misterioso ruido, Volkov enfundó su arma y se agachó para abrirla con cuidado, revelando en su interior un cachorro de no más de unos pocos días.

Nada más verlo, Horacio sintió que se le rompía el corazón al ver aquel animal tan pequeño en ese estado. Pero al cabo de poco la tristeza fue sustituida por pánico ¿Qué debía hacer en una situación así? El comisario lo tranquilizó, pidiéndole que se quedara con él mientras él iba a buscar alguna chaqueta o manta en el patrulla para envolverlo y poder llevarlo al veterinario. Horacio se sorprendió de la calma de su pareja, aunque a esas alturas había aprendido que era más apariencia que otra cosa, pues a lo largo de su vida como comisario había aprendido a guardar la calma frente a los demás, pero por dentro estaba casi tan o más asustado que el de cresta.

Volkov volvió enseguida con una sudadera que había dejado en el maletero del patrulla y ambos notificaron por la radio que estarían ausentes un rato, nadie podía poner queja al comisario ni mucho menos al agente del FBI. Lo llevaron al veterinario enseguida, y una vez revisaron al animal, confirmaron que no tenía nada grave, pero era peligroso siendo tan pequeño que estuviera separado de la madre.

En un principio decidieron que le cuidarian lo suficiente para poder encontrarle un hogar, ya que sus trabajos no les dejaban mucho tiempo para una responsabilidad tan grande. Volkov fue quien se lo llevó a casa, pues su apartamento era más grande que el del de cresta, de todas formas desde hacía semanas convivían juntos en el apartamento de Volkov, por lo que la responsabilidad no caía tan solo en el ruso.

Pronto descubrieron que ser padres y además primerizos no era para nada sencillo. Los primeros días (y sobretodo noches) fueron los más duros, pero el pequeño empezó a crecer más rápido de lo que esperaban. Las costumbres que habían adquirido cambiaron completamente, ya que ahora toda su atención recaía en el cachorro. Cada vez pedía más jugar, debían estar pendientes que no rompiera ni mordiera nada, pero no podían negar que era algo bastante divertido. Y como no iba a ser de otra forma, Horacio se había encariñado demasiado como para darlo a otra persona, y a pesar de la insitencia de Volkov en que era demasiada faena hacerse cargo, lo cierto es que tampoco se sentía con corazón de separarse de él.

Finalmente acabaron comprando todo lo que iba a necesitar el cachorro para una estada permanente y oficializaron su adopción, en aquel momento no habían hablado del nombre, pero en la cabeza de Horacio ya había surgido uno a su parecer espectacular: Webonauta. Volkov se arrepintió enseguida de haberle dejado escoger nombre.

Pero lógicamente, un apartamento por grande que fuera no era suficiente para un perro que crecía a pasos agigantados.

Horacio finalmente se levantó de la cama, a causa de la insistencia de Webo. Volkov hacía un rato que se había ido a trabajar, pero él al ser jefe del FBI, podía tomarse la libertad de no ir a trabajar para poder cuidar de, como él mismo lo llamaba, su hijo. Tras desayunar y preparase para salir, ató la correa a Webonauta y salieron a dar su paseo matutino diario.

Volkacio ValentineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora