Día 22: Love Story II

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La mañana siguiente, Horacio se encontraba sentado en el salón, a la espera que llegara el carruaje para ir a la finca del señor Rodríguez, donde podría volver a ver aquellos hermosos luceros azules. Miraba el reloj impaciente, mientras movía la pierna de manera inquieta.

No había vuelto a dirigir la palabra a su hermano desde anoche, y con su padre tan solo había cruzado los buenos días, en otras circunstancias se habría sentido dolido, pero esa vez su cabeza estaba en otro lugar, ya arreglaría las cosas con ellos en otro momento. Cuando las diez se acercaron, de forma puntual observó por la gran ventana que daba a la entrada principal como se acercaba un coche tirado por dos caballos oscuros. Se puso en pie rápidamente, una mujer del servicio entró al salón para avisarle, pero antes que pudiera decir nada, el moreno salió de allí y en un abrir y cerrar de ojos estaba fuera de casa. El hombre que conducía bajó y se acercó a él.

-Vengo de parte del señor Rodríguez, él y su invitado le esperan en la finca.

Se sintió un poco desilusionado, pues creyó que habrían venido ellos también. El hombre le abrió la puerta del vehículo y él ingresó, sintiéndose cada vez más nervioso. No fue un viaje muy largo, pero a Horacio se le hizo eterno, pues la espera lo estaba matando. Una vez llegaron, el conductor le abrió la puerta para bajar, había estado un par de veces allí, hacía varios años, cuando el padre de Rodríguez aún bajaba a veranear allí, por lo que él era bastante pequeño entonces. 

Era una gran entrada, con una fuente en medio, por lo que los vehículos debían rodearla para llegar frente a la puerta. Un hombre vestido de servicio lo acompañó hasta la puerta y la abrió, permitiéndole ingresar al interior. La estructura era bastante similar a la de su finca, con unas escaleras oscuras pegadas a la pared derecha que subían al segundo piso, y una habitación a cada lado del vestíbulo, junto un pasillo enfrente que llevaba a otra habitación. El hombre lo acompañó a la habitación de la izquierda, donde el anfitrión y su invitado charlaban sentados en el amplio sofá.

Viktor enseguida se puso de pie en ver entrar a Horacio, el menor no pudo evitar pensar que tal vez, este también habría estado igual de nervioso por su siguiente encuentro. Lo cierto era que aquel pensamiento no era equivocado. Desde que el moreno se fue de manera súbita la noche anterior, el rubio no podía dejar de pensar en él, y aunque su amigo, del mismo modo que Gustabo a Horacio, le había advertido la situación, Viktor hizo caso omiso. Su relación con su familia no estaba en buenos términos desde hacía tiempo, lo último que le importaba era lo que su padre pudiera pensar o decir. Greco no dijo nada más respecto al tema, al fin y al cabo era él quien debía decidir nada.

Tras las salutaciones pertinentes y de las preguntas de Greco sobre si había sido un buen viaje entre otras, decidieron salir a los terrenos del dueño de la casa para practicar la actividad que habían decidido para ese día. La mirada de Horacio iba a parar sin darse cuenta a Viktor todo el rato, llevaba una camisa blanca con las mangas abullonadas, unos pantalones grises y una gabardina del mismo color, con unas botas negras. 

-¿Y usted, Horacio?- La voz de Viktor lo sacó a Horacio de su ensoñación.

-¿Disculpe?

-Preguntaba si suele hacer tiro, a Greco le gustan los deportes pero a mí no me complacen del todo.- Con lo último, colocó una mano en el hombro de su amigo, que caminaba a su izquierda.

-Pues la verdad es que no suelo, mi padre y mi hermano sí pero a mí no me genera gran emoción. ¿Cuánto tiempo se va a quedar en Netherfield?

-Hasta que Greco vuelva a Londres, yo vengo como acompañante tan solo.

-¿Usted no tiene finca por aquí? Casi todo el mundo suele pasar el verano por esta zona.

-Mi padre es de esas pocas personas a las que no les gusta el campo, residimos en Londres todo el año. 

Volkacio ValentineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora