Capítulo 13: Liberación

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X

El castillo del Segundo Reino era una silenciosa edificación a esa hora de la mañana, mucho más silenciosa que de costumbre. Habiéndose terminado la fiesta a entradas horas de la madrugada, y habiéndose retirado todo el mundo a sus aposentos un poco más tarde de eso, nadie tenía fuerzas para despertarse temprano y lidiar con sus obligaciones diarias.

A los empleados se les había dado la mañana libre, gesto que estos habían agradecido infinitamente; y los miembros de la Realeza, no teniendo ningún tipo de compromiso que atender, habían optado por quedarse en sus habitaciones, descansando. Todos excepto Adrian, el cual había decidido resolver un asunto pendiente lo más pronto posible y se dirigía en esos momentos hacia el ala sur. El Príncipe sentía como cada paso que daba se tornaba más pesado y como retumbaba en las paredes, rompiendo con la relajante quietud del lugar.

Quería hablar con Lucie, disculparse por lo que había hecho la noche anterior y explicarle cómo había sido la situación y por qué había tenido que recurrir a hechizar a Anne. Tenía que hacerlo. La forma en la que Lucie lo había mirado, como se había dirigido a él, había estado persiguiéndolo durante toda la noche; el remordimiento habiéndole impedido, incluso, conciliar el sueño. Sentía que era una obligación moral, más que una forma de calmar su culpable corazón.

Aún era temprano, y era probable que ninguna de las habitantes de esa área del castillo estuviese despierta. Dado que no tenían nada que hacer, no había motivos para que lo estuviesen. Por lo menos eso fue lo que pensó; y fue precisamente el haber tenido esa creencia lo que le había hecho sorprenderse cuando había visto a Lucie y a Luly teniendo una agitada conversación en medio del salón.

— ¿Sucede algo? —Preguntó, pero no recibió respuesta. No es como si las mujeres hubiesen estado pendientes de otra cosa que no fuese lo que decían.

— ¿...Y el señor Leus? —Escuchó que preguntaba Lucie, la ansiedad en su voz haciendo que la suya creciese unos cuantos centímetros. —Él debe saber algo.

Su acompañante negó lentamente con la cabeza.

—No creo que pueda ayudarnos. —Respondió la dama de compañía de Anne, y el tono de voz en el que habían salido sus palabras, junto con la nerviosa forma en la que se frotaba las manos, le hizo pensar que había sucedido algo grave.

—No perdemos nada intentándolo. —Insistió Lucie, dirigiéndose hacia el arco ojival que daba paso a una alta escalera cubierta por una sencilla alfombra rojiza.

Al darse cuenta de que las mujeres seguían sin notar su presencia, Adrian carraspeó, llamando con esto  su atención. Ambas dieron un respingo, no esperando encontrarse con nadie, mucho menos con él, a esas horas de la mañana. Luly se inclinó en una respetuosa reverencia, un "Buenos días, Príncipe Adrian", saliendo de sus labios. Lucie giró la cabeza hacia otro lado e hizo de cuentas que él hombre no estaba allí, demostrándole a Adrian con este gesto que aún seguía molesta con él, quizás mucho más que antes.

— ¿A qué se debe que estén tan agitadas a estas horas de la mañana? —Preguntó, acercándose a ellas unos cuantos pasos. Luly le lanzó una dubitativa mirada a Lucie antes de responder.

—Es la señorita Anne, Su Majestad. Ha estado enferma desde hace un par de horas.

— ¿Enferma? ¿Es grave? —Había exclamado con tanta intensidad que Lucie se había olvidado por un momento que lo estaba ignorando y se había girado en su dirección; la cantidad de preocupación que vio en su rostro no falló en sorprenderla.

Para un ser que nunca se había enfermado y que se había visto en la necesidad de permanecer en cama sólo una vez en su larga vida, la simple mención de la palabra "enfermedad" le ponía los pelos de punta. Él tenía la creencia de que si él, que era tan poderoso, había caído rendido bajo el ataque de un mal menor causado por su inestable magia, y se había sentido como si lo hubiesen apaleado, para alguien con menor capacidad mágica que él, sería fatal. De ahí su alarmada reacción cuando Luly le había dicho que Anne estaba enferma. Su cerebro había formado la ecuación "enfermedad" más "terrana" y el resultado había sido escalofriante.

La Premonición: Segunda Parte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora