capítulo 4: El reencuentro

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Tuve el tiempo justo para cambiarme y calzarme las primeras zapatillas que vi cerca de la cama. En ese momento solo podía pensar en la muerte de aquella mujer, de la que ni siquiera recordaba su nombre. Esa mirada y esa sonrisa con la que me observa. ¿Significaba que su juego a había comenzado? Nosotros jugamos al nuestro cuando éramos pequeños, pero ella podría haber comenzado a jugar al suyo. El tablero era Alameda de las torres, y las fichas nosotros, cinco jugadores que una vez vieron la muerte de cerca. Esa figura de la guadaña que se llevó al pequeño Dylan y no a nosotros, la misma que se había llevado a mis padres.

-         ¿No había sufrido demasiado? – Pensaba al atarme los cordones.

Esta vez la furia se apoderó de mí, ni siquiera me despedí de mi tía. Estaba loco, demasiado mal, ya no necesitaba música para relajarme, solo un saco de boxeo al que golpear constantemente.

-         Espero que Elena no nos haya gastado una broma – Escribí a Rocío, la cual estaba demasiada asustada como yo.

Tal vez Elena cambiase, a lo mejor ya no era la niña que nosotros conocimos en un principio. Podría haberse vuelto la bruja que tanto la definía en el juego. ¿Pero cómo sabía que yo había vuelto? ¿Su padre se lo diría? No lo sé, ni podía asegurarme una razón verdadera para confirmar que todo lo que estaba sucediendo fuese una broma de mal gusto. Caminaba con prisa mientras me dirigía al mirador de las aves, un lugar apartado del pueblo. Era el sitio perfecto para que nadie nos viese reunidos. Sabíamos que cualquier persona que recordara lo de Dylan dudaría al vernos juntos. Tenía la cabeza en otro lado cuando escuché una voz desde la lejanía.

-         Javier, espera – gritó Rocío al verme caminar delante de ella.

Ni siquiera reaccioné, estaba demasiado nervioso y cansado. No se me ocurrió ir a buscarla y tampoco avisarla para poder ir juntos. Ella se acercó, llevaba puesta una sudadera, algo extraño la verdad, hacía treinta grados y el sol cubría todo el pueblo.

-         ¿Tú también lo has sentido no? – dije serio tras recordar la sensación de frialdad que me había recorrido mi cuerpo la noche anterior.

-         ¿El frío intenso? Tal vez esté enferma – afirmó ella, intentando buscar una solución lógica a algo que no lo era.

Sus ojos estaban peor que el día anterior. Ella apenas había dormido, recordaba haber mirado su móvil toda la noche y tan solo descansar veinte minutos. Estaba incomoda y yo lo sabía, aunque ella intentara disimularlo, no podía. Caminamos como la noche anterior, no salían palabras de nuestros labios, estábamos mal, no solo el cansancio nos afectaba, el miedo había vuelto y teníamos preguntas sin contestar. Pensé en preguntarle por sus sueños, a lo mejor habían sido como los míos. Cada minuto que pasaba estaba más seguro de que todo era real. Dylan, tenía la razón, su madre una bruja, y nos estaba castigando a todos los culpables.

-         Es cierto. – Dijo Rocío sin que yo le preguntara. Era como si me hubiera leído la mente.

-         ¿El qué? – Pregunté yo confundida.

-         Eso. – Afirmó mientras señalaba con el dado a la casa de la madre de Dylan.

Estaba llena de policías, Elena estaba en lo cierto, no nos había engañado. Pero, todavía nos estábamos seguros de que ella enviase los paquetes. Aunque la situación parecía ser esa, decidimos seguir avanzando. Un policía nos obligó a marcharnos, no podíamos estar ahí. Rocío y yo nos miramos por unos segundos, aún teníamos miedo, pero la cantidad había aumentado el triple de lo que ya se encontraba en nosotros. Seguimos caminando desconcertados, estábamos a dos minutos del mirador. No dijimos nada desde que vimos a aquellos policías sacar pertenencias de aquella mujer. Se llamaba Tatiana, Rocío si recordaba su nombre, incluso las veces que jugaba con ella en el patio cuando alguno de nosotros faltaba. Era una joven madre, estaba sola e intentaba mantener a su hijo como podía. Nuestros padres la ayudaban cuando lo necesitaba, y nosotros hacíamos de canguro a pesar de la poca diferencia de edad que teníamos con Dylan.

El Hombre sin rostroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora