Capítulo 6: Elena

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No sabía si mi plan iba a funcionar en realidad, pero teníamos que arriesgarnos. Necesitábamos respuestas, si era verdad lo que estábamos pensando, ¿cuánto tiempo nos quedaría? Acordamos quedar después de cenar en el callejón que daba al patio de los Ramírez, allá sobre las once de la noche, cuando nadie nos pudiera ver entre la oscuridad. Yo tenía una misión, no entraría con ellos, pondría el cebo para que los dos policías que vigilaban la casa tuvieran que atender otras necesidades más urgentes. Era fácil saber todo lo relacionado con el pueblo siendo la hija del alcalde. Aunque bueno, esto no era realmente cierto, ya que su sangre no corría por mis venas.

Yo, era una niña abandonada por sus padres al llegar a España desde el continente africano. Pase cuatro años encerrada en un orfanato junto a otros niños, antes de ser rescatada de esa cárcel por mi nuevo padre. Al igual que yo, también había sido abandonado, su niñez fue tan dura como la mía y agradeció su salvación ofreciéndome su corazón, como antes lo habían hecho con él. Llegué a un pueblo en el cual no me aceptaron. Los demás niños se reían del color de mi piel, aunque eso no era lo que decía mi padre. Él pensaba que estarían celosos por el simple hecho de ser la hija del alcalde, el hombre más poderoso del pueblo. Yo sabía que eso no era verdad, me pasaba las tardes sola, mientras esperaba a que mi padre terminara sus reuniones u otros actos a los que yo no podía asistir. Un día unos niños me ofrecieron jugar con ellos, pero yo no quería, pensaba que mi padre les había obligado, pero en realidad, ellos si querían jugar conmigo.

- Eres especial, como nosotros. – dijo Javier la primera vez que me habló.

Tenía razón, todos éramos especiales, habíamos sido niños sin amigos en unos años muy importantes para nosotros mismos. Fue entonces cuando acepté unirme al club. Yo los necesitaba, y tal vez ellos me necesitaran a mí. Cuando Dylan se unió decidimos crear el juego. Yo pensé la idea y creé las normas. Era cierto que nunca las cumplíamos, pero así el juego era más divertido, ya que todos hacíamos trampas. Todos, excepto Dylan ya que él nunca podía mentir, y eso significaba no ser un tramposo, porque él decía que a los tramposos les llegaría su castigo tarde o temprano.

- ¿Era el momento de castigarnos? – Pensaba al dirigirme sola por la noche para efectuar mi plan.

Aquel pequeño tenía razón, nos iban a castigar, y seguramente fuera él mismo quien nos haría daño. Tenía miedo, pero debía ayudar a mis amigos, si no nunca sabríamos como parar el contrarreloj que se nos venía encima.

Decidí prender fuego a unos colchones viejos. Se hallaban en una pequeña fábrica cerca del polígono industrial. Dese la casa de Dylan se podría ver la humareda gracias a la luz del fuego, así como el brillo de este entre la oscuridad de la noche. Tan solo habría tres agentes y dos estarían en la casa. Todos ellos irían a ver el fuego. Los bomberos tardarían unos minutos, y hasta que no lo extinguieran, nadie se iría de allí. Actué rápido y solo esperé unos segundos hasta que las llamas se hicieron tan grandes como las paredes sin techo que las cubrían.

Salí corriendo de allí, no debía quedarme a admirar lo que yo misma había provocado. Volvía sola, y necesitaba darme prisa, tal vez alguien me viera si volvía por el camino. Los bomberos ya iban a llegar, incluso había gente asomada en la parte alta de algunas casas con tal de ver cómo se expandía el fuego. Podía haberme metido en un buen lío si se enterara mi padre, debía ser cautelosa. Decidí adentrarme por el parque de los olivos. A esas horas no habría nadie. Sería un lugar seguro en el que esquivar posibles apariciones.

- Date prisa - Me decía a mí misma.

Tenía frío, demasiado, incluso más que antes. No estaba tan lejos de la casa de Dylan, pero a penas podía ver. No había estrellas que iluminaran el camino, ni farolas de las que brotase luz. Mis ojos se cerraban lentamente, no sé qué me pasaba. Sentía estar en una de mis pesadillas, pero no era posible, acababa de provocar un incendio y eso era real.

El Hombre sin rostroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora