Capítulo IV

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Salto en el tiempo

Creó que este día no iba a terminar como pensaba, y no lo fue.

Me acerque unos cuantos pasos y al estar de frente, mantuve la mirada con la suya. Luego lo que ocurrio no fue lo esperado, de repente se escucho un golpe seco contra el suelo.

A mitad del pasillo se hayaba el hombre desmayado, ahogue una exclamación de sorpresa al notarlo.

Mierda ¿qué haría ahora?

¿Estara bien?

Lo observe con cautela, asimismo flexione las rodillas para agacharme. Aún respiraba. Gracias al cielo.

No obstante, habíamos quedado en medio de la nada. Era casi de medianoche, lo más probable y aún faltaban paradas.

No tenía la certeza de que debía hacer.

—¡Hey! ¡ejem! —carraspie.

No se despertaba ¿se habrá golpeado fuerte la cabeza? Seguro me inclino por esa idea.

La verdad estar en este estado, no era como en esas peliculas, en donde volaban cosas o se las arrojaban sin hacer esfuerzo alguno. Ni siquiera lograba sostener nada, entiendo que, a su vez tarde un poco en asimilarlo.

Me acerqué, solo un poco, tuve la idea de apoyar mi mano en su frente. Capaz podría servir de algo, no podía pedir ayuda.

Frunci el ceño, arrugue la nariz poco convencida, y lo hice dejando salir un suspiro.

—el cuerpo del chófer, dio un pequeño temblor, similar a un escalofrío y abrió los ojos pesadamente.

—¿Qué fue lo qué hiciste? -preguntó sobresaltado, apoyando los codos contra el piso del transporte para mantenerse semisentado.

—Veo que ya volvio a su estado normal, en su modo de supervivencia —dije en tono neutro.

—Me encuentro un poco confundido ¿qué me paso?

—¿Promete qué no me apuntara con ese rosario? —pregunte señalando el objeto—. En serio incomoda.

Asintió.

—Bien, no hay mucho que explicarle —dije haciendo una mueca—. Se desmayo.

Él castaño, nego con la cabeza desde su sitio.

—Seguro debo parecer un loco, hablando solo o con un... —comentó en un tono más bajo.

—Quizas lo paresca o lo este, quien sabe. ¡Solo sé que a nadie le importa!, porque este colectivo quedo barado en medio recorrido. Eso debería importarle y tengo que llegar a mi parada.

—¿Por qué tiene prisa en llegar? Puede ir en cualquier momento, cuando usted quiera —dijo levantadose del piso.

Rode los ojos, y me dirigi a unos de los asientos más cercanos, ignorando lo que acabó de decir. Cruce los brazos, mirando por la ventanilla.

Había retomado el recorrido, en poco tiempo me bajaría.

—Me llamo, Siena puede llamarme así, en vez de como iba a referirse hace un momento.

Espere brevemente y no dijo nada.

—¿Usted era José cierto? —inqueri.

—Me llamo, Joel.

La Pasajera de la medíanocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora