Los mercados del centro estaban en su horario habitual, con brujas y magos llamándose unos a otros, sosteniendo verduras y frutas frescas, o anunciando los precios de las especias. Por alguna razón, el caos que la rodeaba tranquilizaba a Renata, probablemente porque ni siquiera podía oírse a sí misma y eso significaba que no tenía que pensar en la verdad desnuda. Era realmente lo último que había esperado presenciar durante su tiempo de trabajo con los Potter, pero definitivamente no había nada que no se viera después de esa tarde.
Ella le creyó cuando dijo que no tenía intención de hacerlo y al principio vio el pánico en su cara cuando salió corriendo. Al principio, creyó que algo iba mal dentro, como si hubiera una especie de incendio. Sin embargo, cuando le confesó que se había olvidado de que ella sería la que cuidaría de Harry, le pareció dulce, a pesar de que tenía un pene expuesto balanceándose en su visión. Y para colmo, no podía dejar de pensar en ello, lo que la hizo sonrojarse como una loca a pesar de estar lejos de la casa de los Potter.
La pregunta que le venía a la cabeza era cómo iba a trabajar con ellos si no podía soportar algo como la desnudez. Por no hablar de que le parecía de mal gusto sentirse atraída por todo lo que había visto. Una parte de ella lo había dicho enseguida en su mente cuando había conocido a James en el parque, era un hombre increíblemente guapo. Pero al saber quién era y por lo que había pasado, se apresuró a apartar todos esos pensamientos.
Era un hombre afligido, luchando con las tareas del día a día, cuya única preocupación en ese momento era su hijo. Así que muchos de sus pensamientos con respecto a James únicamente si no giraban en torno al cuidado del hombre y de Harry debían ser bloqueados inmediatamente. Eso era lo que necesitaban en ese momento, alguien que se dedicara al cien por cien a la causa de la curación y a ayudarles a salir adelante.
No a alguien que se deleita con el físico del padre de la casa.
Para distraerse el mayor tiempo posible, Renata permaneció en los mercados, haciendo sus compras habituales, pues ya había planeado con antelación las comidas diarias que iba a cocinar o, al menos, enseñar a James a cocinarlas. Sin embargo, cuando terminó cerca de las frutas y verduras, parecía que el propósito del mercado de distraerse había fracasado estrepitosamente.
-¡¿Pepino fresco?!- gritó una vendedora, empujando uno de ellos en su cara. Renata cerró los ojos, tratando de mantener una cara seria antes de sacudir cortésmente la cabeza y rechazar la oferta.
Pero si no iba a tomar el pepino, tal vez estaba interesada en otra cosa -¿Berenjena?
Este era su castigo, pensó para sí misma, este era su castigo por haber tenido esos pensamientos pecaminosos antes sobre su empleador. Ahora el mundo se burlaba de ella y de su mente sucia al ponerle en la cara frutas y verduras que la hacían volverse y patearse internamente.
-¿Plátanos?
-Oh, Dios- murmuró para sí misma después de apartar todos los productos de su cara -necesito salir de aquí.