VIII. La sala misteriosa que viene y va

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Luffy frunció el ceño con enfado cuando la tercera persona, en menos de tres minutos, los detuvo para pedirle a Ace que le mostrara la cicatriz con forma de V que ocultaba bajo el flequillo. Ace resopló, antes de fulminarlo con una mirada que hizo huir al desventurado niño tan rápido que casi tropezó y cayó por una escalera.

—Vaya, ¿quién lo diría? ¡Realmente eres famoso! —se burló Sabo.

Ace resopló con molestia.

—¡Ace! —se quejó Luffy arrastrando la palabra—. Tengo hambre.

Era la mañana del primer día de clases, y Luffy, Ace, Sabo, Usopp y Zoro estaban tratando de llegar al Gran Comedor para el desayuno. El problema, además del hecho de que el castillo era tan grande que era muy fácil perderse (tres veces más para Zoro), es que eran detenidos cada dos segundos por alguien que quería saludar a Ace.

—No te preocupes, Lu, llegaremos a tiempo —le aseguró Sabo.

Aun así, tardaron veinte minutos más en llegar al comedor, y cuando lo hicieron eran los últimos de su casa en llegar.

Luffy no perdió tiempo: llenó su plato con cuanta comida encontró, incluso cosas que ya estaban en los platos de otros alumnos. Esos alumnos no tuvieron tiempo para quejarse, ya que estaban más ocupados viendo sorprendidos como Luffy aspiraba la carne de los platos como si fueran fideos.

—¿Cómo puede una persona comer tanto? —preguntó una alumna de séptimo, mientras dejaba su plato a un lado, habiendo perdido su apetito.

Usopp y Zoro, por su parte, al estar acostumbrados a eso, lo único que hacían era defender sus platos de la mano intrusiva de Luffy. En el caso de Usopp, alterando alguno que otro bocado con su «salsa Tabasco Ultra Picosa», mientras que Zoro prefería hacer uso de sus cubiertos como si bloqueara la estocada de una espada enemiga.

Sabo, con un plato de cereal a medio comer frente a él, se rio entre dientes.

—De verdad, extrañaba esto —dijo antes de revolver el cabello de Luffy con cariño.

Ace no pudo sino asentir, mientras veía a Luffy con una gran sonrisa en su rostro. Ahora que estaba de nuevo con sus hermanos, nada en el mundo le haría cambiar esos momentos. Lo único que faltaba para que todo fuera perfecto eran sus nakama y el viejo.

«Si hay una vida después de la muerte, espero verlos allí», pensó, luego, mirando a Luffy escupir fuego por la boca al caer en una de las trampas de Usopp, se dio cuenta que antes de eso tenía que esforzarse por vivir esta nueva oportunidad que tenía ante él. Considerando las cosas de esa forma, la idea de recorrer la «vieja ruta de los piratas», como muchos en los Blues llamaban actualmente al Grand Line, con sus hermanos no sonaba tan mala idea.

Luffy suspiró satisfecho cuando devoró la última salchicha y luego se palmeó el estómago.

—¡Ah, delicioso!

La profesora McGonagall apareció en ese momento para entregar los horarios.

—Hump —murmuró Sabo mientras lo leía—. Dos horas de herbología con los Hufflepuff como primera clase.

—Entonces, deben apurarse —intervino Percy—. Tienen treinta minutos para subir por su equipo y su libro, y luego recorrer todo el colegio hasta los invernaderos. Están justo al otro lado del castillo. Si me permiten darles un consejo, es preferible que tengan los materiales de su clase en su mochila antes de bajar a desayunar. Se ahorrarán tener que hacer viajes de ida y vuelta entre cada clase.

Piratas del mundo mágicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora