Sinopsis

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En todos los casos, Nueva York iba a ser igual de aburrido que si me quedaba en Seattle. Las tardes por aquellas calles desoladas y, podría decir, aburridas, no eran el mejor de los espectáculos. Existían cosas mucho mejor que estar sentado frente al balcón y beber una cerveza caliente por el sol, con el sudor palpable en mi espalda y en mi frente. Entonces, ¿qué tenía de diferente Seattle de Alemania? Tal vez su gente o simplemente lo divertido que eran las noches por los fines de semana, sin embargo, a medida que la semana llegaba a su punto medio, eran igual de comparable con Seattle y sus tardes asfixiantes.

Me había precipitado a ultimo momento volar de Alemania a esta ciudad. Fue en un arranque de desesperación y creo que ahora, con la cabeza fría, fue un error fatal. Emily Peters me había ayudado el primer día que pisé las calles de la cuidad. Una noche después habíamos tenido sexo y después se repitió. Un día no, pero un día sí, y al día siguiente y al otro.

No era de esperarse que las noches no me resultaban, desde esa vez, aburridas. Fumaba mis cigarros con tanta desesperación que mis pulmones, sensibles por el humo, me habían hecho toser un par de veces. Sin embargo, todo en algún momento te alcanza y no puedes hacer nada para evitarlo, entonces, ahí estaba de nuevo, ese aburrimiento sofocante y cálido que me volvía cada vez más irritante. 

Mi único consuelo era cuando llegaba Emily y cogíamos en aquel sofá roto por todas partes, o en la cama, con las sabanas color beige que se mojaban por el sudor de nuestros cuerpos. En ocasiones lo hacíamos de pie.

Qué caso tenía si nunca encontraba un lugar donde realmente me sintiera pleno. Alguna cuidad me haría sentir norteamericano, pero sin duda, no era Seattle. Constantemente me ponía de mal humor y había noches en las que no quería tener sexo con ella. Simplemente me acostaba sobre la cama y me dormía. Tenía el dinero que mis padres me habían dado como herencia (no habían muerto), y huí en el momento que tuve oportunidad. Estaba cansado de vivir en esa casa llena de reglas y personas que me servían la cena como si de un rey se tratara ¡Qué va!

Varios de mis amigos ya tenían esposa o hijos. Me estaba quedando atrás, pues lo sentía como una competencia. Las chicas de Alemania eran calientes y blancas, fácilmente pude haber desposado a una y hacerle tener a mis hijos y ya no sería ese hombre que se quedaba atrás.

Emily decía siempre que era muy joven para niños. Así que asumí que también era muy joven para formalizar lo nuestro; novios era lo mejor que podía ofrecerle a cambio de sexo y una que otra cosa. No quería tener a mis hijos; no la haría mi esposa. Aunque, si era sincero, había días en las que estaba harto de ella y no la quería cerca, pero no era tan cabrón como suponía serlo.

Mamá me había inculcado una serie de valores y me había dicho que debía respetar a la mujer, pues eran ellas las encargadas de dar vida y que por eso y muchas cosas se le debía respeto, pero ¡Emily no quería hijos! ¿Merecía ese respeto? Sí ese fuese el caso, ya había tomado una decisión y no habría vuelta de hoja.

Mi padre tal vez me hubiera mirado con cara de desaprobación y me habría dicho un montón de palabras que intentarían cambiar mi decisión. Él no era nadie para prohibirme hacer las cosas que yo quería. No le debía nada. Que me dejara vivir mi vida y que él se encargara de la suya. ¿No era eso lo que quería? 

«Recuerda, hijo, que los hombres forjan su propio destino», me había dicho. 

Bueno, padre, ese era mi destino, y estaba claro que me iría a Nueva York.

VERBOTEN || Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora