Seis

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Habíamos hablado. Le hice saber a Louis que todo estaría como antes, que las cosas no iban a cambiar solo porque ella volvía. Que lo nuestro era real y que solo me diera tiempo, que la decisión ya estaba tomada, pero que era mucho más difícil decirlas. Él me dijo que estaba bien, que, como días anteriores, su promesa seguía en pie.

—Sabes que te esperaré, Harry.

Al día siguiente había llegado Emily, y todo cambió. Las tardes eran frías y las noches no eran las mismas. Las flores se habían marchitado, los pétalos del girasol estaban secas sobre la mesa. No las había querido tirar, porque me recordaban la felicidad en Louis cuando se las di, pero una mañana ya no estaban, y Emily me había dicho que ya eran basura.

Me enojé y me fui con Louis.

El sexo era aburrido cuando se trataba de ella. Nada era igual y solo era cuestión de días para que la bomba explotara. Había días en las que no iba con Louis, porque Emily quería que saliera con ella y llegaba muy cansado como para darle la atención que el castaño merecía.

Me ahogaba en mi propia mentira.

Todo iba a ser más fácil cuando el tiempo me diera la razón y el valor. Me iría de Nueva York y me llevaría a Louis conmigo. Nunca, ni en mi remota vida me imaginaba estar huyendo de una mujer por un hombre. Pero el destino nos tiene muchas sorpresas, la mayoría malas, pero Louis nunca podía ser malo. Louis era todo lo bueno, me era fiel mientras esperaba mi llegada en aquellas paredes.

Hubo una vez que lo encontré llorando. Me dijo que se estaba rindiendo. Que le dolía toda la situación y que no sabía hasta qué punto lo aguantaría. Que quería irse y no volver, que me fuera con él o que era mejor si no iba. Me dijo tantas cosas que me hicieron sentirme como el ser más repudiable. Nos besamos ese día y le dije —como siempre— que ya faltaba poco. Me creyó y me fui.

Ya iba a ser un mes en el que había conocido a Louis, le quería dar un regalo, no sabía qué, pero después recordé la felicidad que le dio cuando vio las flores y, quería verlo feliz de nuevo. Así que ese día, el mes exacto, había salido a comprar un ramo de flores y había vuelto feliz a casa. Iba pensando en las palabras, en las palabras que lo convencerían de nuevo a esperar el tan anhelado momento.

Toqué a su puerta y tardó en abrir. Habría sido todo perfecto si Emily no hubiera decidido salir a último minuto.

—Harry, ¿qué haces ahí?

Entonces la puerta se abrió. Revelando a un Louis lindo y cálido. Quien había visto las flores, pero al momento había borrado su sonrisa cuando vio a mi "novia".

—Emily. —Dije. Louis me vio y después lo hizo con ella—. Quería darte la sorpresa, pero necesitaba un consejo de Louis para saber qué decir, pero ahora ya lo sabes. Son para ti.

Y le tendí las flores. Ella los tomó y me abrazó. Miré a Louis y bajé la cabeza.

—Entonces ya no hago falta. —Dijo él.

—Gracias de todos modos, Louis. Oh, Harry es tan lindo, ¿verdad? —Le preguntó al castaño.

—Sí. Felicidades.

Y cerró la puerta.

Le pedí a Emily que pusiera las flores en agua, que iría de visita con Louis y que volvía enseguida. Ella, feliz, me dijo que no había problema.

Volví a tocar la puerta.

—Louis.

—Harry.

—¿Puedo pasar?

No respondió y se hizo a un lado.

—Ya sé lo que vas a decir, Harry, no hace falta que lo digas. Ya sé que dirás que no estuvo en tus manos, que te sientes mal y que no sabes qué hacer. Que te dé tiempo y que te comprenda, que es igual de difícil como lo es para mí y que, por nuestro amor, debo esperar. Ya me lo sé de memoria. ¿O dirás algo diferente?

Se abrazó y dejó caer una lagrima.

—Solo quería decirte que esas flores eran para ti, por nuestro primer mes. Quería que lo supieras y, tienes razón, esas han sido las palabras que te he dicho en la última semana; tres veces al día.

—Gracias por acordarte, me perdonarás de que yo no tenga nada.

—No hace falta, Lou.

Me acerqué a su cuerpo pequeño y lo abracé para que pudiera llorar. Sus lágrimas habían empapado a mi playera y sus lamentos me habían desgarrado el alma. ¿Hasta cuando iba a poder soportar todo esto?

—Sabes que te espero, ¿verdad?

—Lo sé, pequeño —lo besé—. Sé que lo haces, amor.

Permanecimos un rato así, abrazados hasta que el llanto cesó. Me despedí con un beso y me fui. Como siempre, como nunca.

Nuevamente, las flores se marchitaron, pero esta vez fui yo quien las tiró. Me recordaban el sabor amargo y los sollozos de mi pequeño. Si tanto me lastimaba, ¿por qué no tenía el valor para decir las cosas? ¿A qué le tenía miedo? Tal vez a todo, a una nueva vida. A la incertidumbre de un camino que jamás había recorrido, o, a perder el interés y arrepentirme.

Intentaba. Intentaba pasar la mayor parte del día con Louis, me justificaba con Emily diciendo que éramos buenos amigos y que Louis me comprendía. Ella nunca sospechó o eso creía. No sospechó que su novio se acostaba con el vecino, que cada día pasaba menos en casa por estar con Louis en la cama.

Debía saberlo, porque las noches de sexo con ella habían disminuido. Todo estaba cambiando, pero yo iba en retroceso. Cada vez más temeroso del qué dirán y al despreció de los que alguna vez me quisieron. A Louis, a mi pequeño y fiel Louis le decía que ya estaba cada vez más cerca nuestra libertad, pero cada día se sumaba uno más y luego otro. O a veces ya solo era un día, pero en otros ya era una semana.

Él me entendía. Se iba a trabajar y llegaba muy cansado, entonces solo le daba las buenas noches y volvía a mi cueva, a mi oscura y apestosa cueva.

VERBOTEN || Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora