FUKURODANI

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El día de San Valentín siempre ha sido muy especial para muchas personas. Mientras que en muchos otros países o lugares se celebran eventos íntimos entre parejas, cenas románticas u otros planes a elegir, en Japón prima el chocolate. Se le regala a los seres queridos, compañeros de trabajo o intereses amorosos.

Para Keiji Akaashi nunca tuvo sentido, aunque siempre le despertó interés. ¿Por qué chocolate? ¿Tenía algo que ver con que el dulce fuera un increíble estimulante que apelaba al placer? 

Ya pensaba en ello cuando era pequeño, por lo que no le costó ningún esfuerzo investigar. El chocolate negro contiene feniletilamina, compuesto que libera endorfinas. Cuando leyó esto por primera vez no lo entendió, por eso buscó el significado de aquellas extrañas palabras. Se sorprendió a sí mismo leyendo sobre sexo y endorfinas. Al parecer, este acto también liberaba los mismos estimulantes y producía un gran placer. De este modo comprendió el estrecho vínculo que se establecía entre el chocolate, su sabor y sus compuestos químicos, el cererbo y, finalmente, el placer.

Entonces, ¿por qué chocolate en San Valentín? ¿Por eso, quizá?

Cuando pensó que tal vez así fuera, comenzó a investigar más sobre la palabra "sexo" y terminó vinculándola a la palabra "amor", la cual lo llevó hasta el día de San Valentín.

Años más tarde, en la secundaria y en la preparatoria, volvería a encontrarse con el chocolate de San Valentín. Los jóvenes se lo regalaban entre sí para agradecer todo un curso de buenas amistades y experiencias. Otras chicas, sin embargo, compraban carísimas cajetas de bombones para demostrar otros aspectos más íntimos de sus intenciones.

A él nadie le regaló ese tipo de chocolate durante la secundaria. Tampoco durante su primer año de preparatoria.

El segundo año, no obstante, fue diferente.

Para entones Akaashi ya conocía perfectamente todos los secretos detrás del chocolate y el placer y estaba completamente seguro de que seguía sin importarle.

«Es interesante, desde luego», se dijo esa mañana en la que sus compañeras de club le entregaron sendas cajetas de bombones.

Shirofuku y Suzumeda eran dos chicas de tercero que, a la vez, ejercían de gerentes para el equipo de voleibol. Suzumeda era muy diligente y simpática; Shirofuku, por el contrario, era un poco despistada y nunca sabías cuándo interpretarla en serio. A menudo, Akaashi tenía la sensación de que le gustaba gastarle alguna que otra broma.

–¡Hala, Yukie, está abierta! –gritó Suzumeda en mitad del pasillo cuando Shirofuku le entregó su caja de chocolates a Akaashi.

–¿Y qué pasa? Es que los bombones me pusieron ojitos...

–¡No puedes ser tan egoísta! Dios, lo siento mucho, Akaashi. Tú también, pídele perdón –se apresuró a decir Suzumeda, empujando la cabeza de Shirofuku para forzarla a inclinarse ante él.

–No importa, así está bien. Agradezco mucho el detalle –respondió él.

–¿Ves? Como si él se fuera a molestar por esto –resopló Shirofuku zafándose del agarre–. Te van a encantar, Akaashi. Te recomiendo los que tienen estrellitas.

–Qué sinvergüenza –bufó su compañera.

Akaashi guardó ambos presentes en su macuto y luego se volvió hacia ellas.

–¿Les vais a regalar a todos los miembros del club? –preguntó.

–Como es nuestro último año, hemos pensado que sería un bonito detalle agradeceros este tiempo de diversión y sufrimiento –respondió Suzumeda.

HAIKYUU ONE-SHOT: SAN VALENTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora