SHIRATORIZAWA

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Tendou

Para Satori Tendou, el día de San Valentín era una magnífica excusa para hacer una de las cosas que más amaba: chocolates.

Era consciente de que no tenía amigas ni compañeras de clase que quisieran invertir un yen en él. A pesar de ser el mejor bloqueador de su academia y de tener bastante fama a nivel escolar, agradecía no ser tan popular como otros compañeros de equipo. Los motivos estaban claros: Satori Tendou era muy raro.

Nada de aquello le importaba o tenía sentido en cuanto llegaba a su habitación, su santuario. Sus estanterías estaban llenas de mangas y revistas y, las paredes, repletas de pósters de películas. Allí pasaba sus horas libres, tumbado en la cama, leyendo o viendo alguna serie en el ordenador. A menudo practicaba toques con su balón de voleibol tendido sobre la alfombra junto a la cama.

En la escuela todo el mundo sabía que no era un chico común, en especial sus compañeros de clase y equipo. A pesar de eso, lo toleraban porque, después de todo, era un chico divertido. En ocasiones se burlaba de la gente pero, por extraño que resultara, sus bromas se olvidaban en un tiempo. Tendou no solía reírse de los que no sabían defenderse pero adoraba molestar al resto de personas. En un partido, no obstante, solía perder los papeles.

Disfrutaba con pasatiempos que la gente ignoraba y tenía costumbres peculiares, a veces hasta decía o hacía cosas que no se entendían bien –como la vez en la que admitió que The Ring era una película terrorífica que había disfrutado solo porque la actriz de Sadako era una belleza–. No se avergonzaba en admitir sus gustos y se lamentaba en público de no poder compartirlos con sus compañeros. 

Tendou podía parecer un libro abierto pero, en realidad, no lo era en absoluto. Hablaba de sí mismo, sí, pero solo de lo superficial. Él era así y el mundo entero lo sabía: por eso no esperó ninguna chocolatina especial el día de San Valentín.

Los días anteriores, sin embargo, compró muchísimas pastas de cacao, montones de bolsas de azúcar, manteca y otros ingredientes. Además, tomó como referencias algunas cajetas de bombones.

–Vaya, Tendou, ¿estás pensando en declararte a alguien o es que te han mandado como chico de los recados? –le había preguntado el señor Umeda, quien regentaba la tienda de alimentos que frecuentaba el muchacho.

–Para nada –respondió él vaciando su monedero sobre el mostrador–. Tampoco planeo comerme todo esto, pero, ya sabes que San Valentín es un gran día para conseguir algo de dinero. Todos, absolutamente todos, queremos beneficiarnos.

El señor Umeda torció el gesto, sin comprender. Tendou sonrió y no dijo nada más. Con las bolsas bien cargadas volvió a su casa y se encerró en la cocina. Pasaba mucho tiempo solo; sus padres estaban divorciados y, si bien vivía con su madre, ella siempre estaba trabajando. Además, era hijo único.

La tarde antes del día de San Valentín faltó a los entrenamientos y se quedó en casa vertiendo todo el chocolate líquido que había preparado en moldes con formas de lo más adorables y variopintas.

Recubrió algunos de sus bombones con cremas de más chocolate y, otros, los rellenó de licor.

No fue consciente de cuánto tiempo estuvo metido en la cocina, pero en torno a las ocho y media de la tarde, su madre volvió del trabajo.

–¡Satori, no has hecho la cena! –fue lo que dijo al entrar en la cocina y verlo todo patas arriba.

Tendou tenía la nariz manchada de harina y sonreía evidentemente emocionado. Le tendió un bombón de licor a su madre.

–Pruébalo –le susurró.

La mujer, con la vista cansada y ojerosa, esbozó una sonrisa y cedió. Sus ojos se abrieron de par en par en cuanto el bombón se disolvió en su paladar.

HAIKYUU ONE-SHOT: SAN VALENTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora