ITACHIYAMA

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Odiaba aquel día con toda su alma. Normalmente, la gente caminaba por las calles sumergida en sus propias preocupaciones, con un rumbo fijo y sin interaccionar los unos con los otros. Era cierto que desde su casa hasta la academia Itachiyama tenía que pasar por zonas atestadas de gente y, por lo habitual, debía tomar un metro si quería llegar a tiempo a sus clases. En ocasiones madrugaba demasiado con tal de evitar el tráfico y la circulación de la población tokiota, pero la mayoría de las veces era imposible y se maldecía por vivir en aquella inmensa ciudad.

El día de San Valentín era uno de los más tediosos por una razón más que evidente: la gente empezaba a invadir el espacio personal de todo el mundo. Algunos se acurrucaban en rincones discretos y no molestaban, pero otras personas más descaradas iban de la mano o en grupo, abrazadas y chocándose con la gente por estar distraídos.

Era un secreto a voces que Kiyoomi Sakusa odiaba las multitudes, por eso despreciaba los días en los que el bullicio era sobresaliente.

Esa mañana madrugó mucho y llegó el primero al gimnasio de la preparatoria Itachiyama. Empezó antes que nadie a entrenar y evitó las conversaciones que no tuvieran nada que ver con la escuela o los entrenamientos.

En los vestuarios, antes de las clases, le fue imposible evadir el dichoso tema de conversación.

–Jo, qué ilusión de día –comentaba uno de sus compañeros dando saltitos de emoción–. Me da un poco de pena por las chicas que me vayan a regalar chocolates especiales, ya sabéis, con eso...

–De tu novia, sí, sí, nos lo dices mucho –rió otro compañero.

–Pues deberíais ser rápidos vosotros también o pasaréis por la preparatoria sin pena ni gloria.

Sakusa apretó el ceño y se acercó más a su taquilla cuando uno de los muchachos pasó sudado y sin camiseta por su lado. No tardó en ponerse la mascarilla y cerrar la taquilla. Escuchó las risas de su primo, Motoya Komori, quien entraba a los vestuarios preparado para equiparse con el uniforme escolar. Uno de los bloqueadores centrales de su equipo, alto y con los hombros muy redondos, hablaba con él codo con codo y con una mano a su espalda.

Komori esbozaba su imborrable sonrisa.

–¡Ahí va, Sakusa! ¿Ya estás listo?

Sakusa pasó por su lado mirando de reojo la mano del bloqueador ceñida a la espalda de su primo. Detectó su antebrazo lleno de gotitas de sudor y, en un acto reflejo, se rascó la oreja.

–Tengo clase de economía y la profesora suele ser puntual. Además, quiero llegar antes de que se llenen los pasillos de todos esos... De todos los alumnos.

–¿Qué ibas a decir? –se interesó Komori soltando una risita.

Sakusa no respondió. Estaba de mal humor.

Se despidió con la mano del resto de compañeros y cruzó el gimnasio como una flecha.

Fue muy satisfactorio acceder al vestíbulo del edificio principal y ver que apenas había gente. No tan agradable fue ver que su taquilla personal tenía un objeto en su interior que no recordaba haber guardado. Era un papel perfectamente doblado con un lazo azul de lo más cursi.

«No puede ser verdad –se maldijo, examinando el interior de la taquilla como si estuviera envenenada–. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Dioses, me he asegurado de no caer bien a nadie.»

Soltó un chasquido de lengua y tomó la carta con la punta de los dedos. Pasó entre dos filas de taquillas, directo a una papelera que estaba cerca de la entrada, y arrojó la carta sin siquiera abrirla. De camino a los lavabos deseó con todas sus fuerzas que hubiera sido alguna clase de broma de Komori o, quizá, de sus compañeros de equipo.

HAIKYUU ONE-SHOT: SAN VALENTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora