KAMOMEDAI

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Kourai Hoshiumi era un muchacho enérgico y de rutinas, que soñaba con mejorar no solo en voleibol, sino en muchos otros aspectos de su vida.

Ese día madrugó bastante, como de costumbre.

Cuando terminó su desayuno salió al pequeño jardín de su casa, donde siempre tenía disponible un balón de vóley, y lo tomó para practicar unos toques contra la pared de su casa. Los golpes hicieron salir a su madre, Aki, quien bostezaba y se mantenía en pie débilmente con una taza de té en las manos.

–¿Por qué te levantas tan temprano? –preguntó ella en un susurro frotándose los ojos con un puño.

–No puedo dormir más –respondió–. ¿Y tú qué haces despierta?

Golpeó con la palma de la mano el balón, que rebotó contra la pared y fue hábilmente interceptado por los dedos de Hoshiumi.

Aki sonrió de medio lado y se puso a su lado en dos saltitos. Codo con codo, le guiñó un ojo.

–Quería felicitarte el día antes de que te marcharas.

–¿El día...?

–¡Hoy es San Valentín! –obvió ella sonriendo con orgullo. Acto seguido, le revolvió el cabello a su hijo–. ¿Y sabes a quién quiero mucho, muchísimo? ¡A ti!

Hoshiumi emitió unas risitas mientras intentaba zafarse del agarre de su madre.

–¡Mamá, para, que me vas a despeinar!

Ella se apartó entre carcajadas. Alzó una mano hacia la corbata del uniforme de su hijo y se la recolocó, luego le pellizcó la barbilla.

–Deberías irte ya o todos tus esfuerzos por madrugar habrán sido en vano.

El muchacho no se lo pensó más. Se despidió de ella con un beso en la mejilla y corrió hacia la salida de su casa.

No frenó el ritmo en ningún momento; le gustaba correr incluso antes de los entrenamientos matutinos. Avanzar por las calles todavía impregnadas con el frío de la noche, a medida que la gente salía de sus casas y los negocios se abrían, todo aquello enmarcado en un paisaje montañoso cubierto de ríos era de las sensaciones favoritas del joven.

Llegó el primero al gimnasio de su escuela y esperó con paciencia a que llegara su capitán. Poco a poco, los compañeros del equipo se fueron reuniendo y, en cuestión de minutos, ya salían de nuevo del recinto escolar para calentar corriendo.

Después de los entrenamientos, Hoshiumi caminó hacia el edificio principal acompañado de Sachirô Hirugami. Su amigo miraba distraído la pantalla de su móvil.

–Agh –exclamó, captando la atención del otro–. Mi hermano y su novia ya están con las fotitos de San Valentín. Voy a vomitar.

Hoshiumi sonrió ante la imagen que le mostró Hirugami.

–Sinceramente, no me apetece ir a clase hoy –protestó–. Es una tontería enorme que te regale chocolate gente que apenas conoces solo por quedar bien.

–Anda, creí que a ti te gustaría recibir ovaciones...

–Cuando me reconocen por mis méritos, no porque sea una fecha en la que hay que cumplir con todo el mundo. Es ridículo.

–Supongo que así es.

Hoshiumi observó de reojo a Hirugami.

–¿Qué harás con todo el chocolate que te regalen?

–Dárselo a mi perro.

–¿Sabes que el chocolate es malo para los perros?

–Claro que sí, era una broma –obvió el muchacho–. Probablemente acabe dándoselo a alguien. A mi hermana, a mis padres o a los niños del barrio... A cualquiera.

HAIKYUU ONE-SHOT: SAN VALENTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora