NEKOMA

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Kuroo observaba de reojo a Kenma. Estaban sentados en sus asientos del metro, camino a la academia Nekoma. No hablaron durante el trayecto; era entretenido ver a su amigo intentando vencer a un enemigo del videojuego que se estaba pasando. De vez en cuando desviaba su atención hacia su teléfono móvil para comprobar si tenía mensajes de Yaku. Sabía de sobra que a Kenma no le importaba en absoluto lo que sus compañeros de tercero se traían entre manos, pero en su opinión merecía la pena intentarlo. Todo el mundo gastaba bromas y las adoraba en cierta medida. El día de San Valentín era perfecto para reírse un poco de los solteros.

-Entonces, ¿no te quedarás a ver la reacción de Lev? -le preguntó cuando salían del metro.

Kenma no levantó la mirada de la pantalla.

-¿Por qué querría ver cómo se deprime?

-Venga ya, no se va a deprimir. Será divertido ver cómo alguien que nunca tiene en cuenta los sentimientos ajenos se da cuenta de que es como todos nosotros. Hasta se reirá.

-Hmm, no creo que Lev se ría de esto.

Arqueó una ceja.

-¿Y eso por qué?

-Porque es un niño pequeño y a los niños pequeños no les gusta ser humillados.

-Esto no es una humillación, Kenma -rió Kuroo-. Solo es una venganza de Yaku.

Su amigo no dijo nada. Se mantuvo el resto del camino enfocado en su juego y confiando al cien por cien en que Kuroo lo avisaría si se topaban con escalones o farolas. Así era salir a la calle con Kenma: la mayoría de las veces había que vigilarlo porque solía estar distraído pensando en sus cosas. En otras ocasiones, si no llevaba la consola a cuestas, divagaba observando su entorno inmerso en sus propias cavilaciones.

Una vez en la preparatoria, se dirigieron juntos al gimnasio.

Después de los entrenamientos matutinos se despidieron en el rellano de la escalera entre el segundo y el tercer piso del edificio principal.

Caminó con la espalda muy erguida, disfrutando con el ambiente meloso que envolvía cada rincón de la escuela. Decenas de parejitas nacerían ese día -aunque probablemente no fueran a durar ni una semana-, mientras que las relaciones más consolidadas se hacían incluso más evidentes.

Para Kuroo sería su último año en la preparatoria y, si bien seguía soltero, no podía decir que hubiera desaprovechado sus años como estudiante.

Al entrar en el aula buscó con la mirada a Yaku. Estaba inclinado sobre su escritorio ultimando los detalles de la broma.

Se acercó a él, dejando su maletín al pasar junto a su mesa, y arrastró una silla contigua y ajena hasta su pupitre. Yaku lo miró de reojo y sonrió con picardía. Entre sus manos tenía una cajeta de bombones y estaba enredando a su alrededor un lazo morado.

-Lev va a flipar -soltó por la bajo.

-Kenma dice que no deberíamos hacerlo -susurró-. Cree que se deprimirá muchísimo.

-¿Y crees que me importa? Se le pasará mañana, pero yo tendré que seguir lidiando con sus bromitas sobre mi estatura hasta el fin de mis días.

-A mí no me tienes que explicar nada, sabes que adoro este optimismo tuyo. Es admirable lo rápido que pasas de ser maduro y responsable a infantil y vengativo -rió entre dientes.

Yaku entrecerró los ojos, molesto, pero no dijo nada más. Colocó la última pegatina en forma de corazón sobre la tapa de la caja cuando el profesor de química entró dando zancadas. Kuroo palmeó el hombro de su compañero y se dirigió a su pupitre, devolviendo la silla a la propietaria de la cual la había tomado prestada.

HAIKYUU ONE-SHOT: SAN VALENTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora