Él amaba los fragmentos. O no. Tal vez ella pensó que él sólo era capaz de amar trozos separados, miembros mutilados, gargantas desgarradas, bocas sangrantes y ovarios paralizados.
Todos aman los fragmentos ¿y él? Presupuso que sí y se mutiló. Poco a poco. Lentamente. Con dificultad, no era tan fácil como parecía.
¿Amó sus fragmentos? No. Tal vez entonces no sea verdad pensar que todos aman los fragmentos cuando tal vez sólo las tres cuartas partes lo hacen. Tal vez. Tal vez. Pero el daño ya estaba hecho. No podía volver a unirse así como así.
Y se dijeron adiós. Él por entero y ella por fragmentos. Se dijeron adiós para nunca más volver a cruzar palabras ni miradas.
Y ella se casó. Se casó con su consejera, aquella que conoció bajo la luz rojo sangre, en el primer piso cruzando la puerta bajo aquel toldito rojo sangre. Se casó con su mentora. Con su guía.
¿Su guía a la perfección o a la perdición?
ESTÁS LEYENDO
No eres una princesa.
RandomEscritos cortos sin relacion entre si acerca de la cruda realidad de los trastornos alimenticios.