El Último Adiós

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Lori Loud salió del pequeño búnker construido en lo que varios años antes había sido el jardín de su casa. La lluvia había cesado, pero seguía haciendo demasiado frío. En el cielo permanentemente gris, apenas se traslucía un pálido fantasma que ya no daba calor. Parecían ser las siete de la tarde, pero la muchacha sabía muy bien que estaban en pleno mediodía.

Se arrebujó todo lo que pudo en su grueso abrigo, intentando alejar las terribles garras del frío. Aquello era peor cada vez. Días más cortos e inviernos más crudos.

Echó una mirada a su alrededor. Ya debería estar acostumbrada, pero el dolor y la angustia atenazaron su corazón. La ciudad que tanto había amado llevaba años reducida a cenizas y esqueletos calcinados. Hacía muchos meses que no veía a nadie. Tan solo los ocasionales saqueadores que se aventuraban de vez en cuando por los restos de las ciudades devastadas.

De pronto, una ráfaga de viento helado la golpeó. Intentó guarecerse, pero era demasiado tarde. El viento frío y las cenizas irritaron su garganta y le produjeron un acceso de tos incontrolable. La joven sentía que sus pulmones se desgarraban, mientras hacía esfuerzos desesperados por dejar de toser.

Pasaron varios minutos antes de que lo lograra. Rebuscó en sus bolsillos, hasta que recordó que tenía días que su último cubrebocas se ha había roto. Se cubrió con la solapa del abrigo, e hizo una mueca de disgusto. A pesar de los años, no lograba acostumbrarse a su forzada pestilencia y falta de higiene.

Sintió la primera gota de lluvia y tuvo que correr para refugiarse de nuevo en su búnker. Era casi el único lugar en Royal Woods en el que podía mantenerse completamente seca.

Se sintió angustiada, y temió por ella misma. Lluvia y viento en pleno mes de Junio. Cada año era peor.

Cerró los ojos y comenzó a llorar. No deseaba hacerlo, pero se había quedado sin opciones. Ya no podía postergar su decisión. Si iba a cumplir la promesa que le hizo a su hermana Luan, tenía que irse de allí cuanto antes.

Escaparía hacia el sur: allí no lograría sobrevivir un invierno más.

Se permitió llorar de nuevo cuando visitó por última vez las tumbas de sus cuatro hermanas y del abuelo Pop-Pop. Allí estaban los nombres y las cruces de sus compañeros de desventuras a lo largo de aquellos años terribles. Desde la fatídica noche en que sus padres tuvieron que salir de emergencia, para nunca más volver.

-Abuelo... Hermanitas. Leni. Luna. Lynn... ¡Luan!-.

Su corazón se rompió cuando llegó a la más nueva de aquellas cruces. La que tuvo que colocar por sí misma, hacía poco menos de dos años.

Luan... ¡Quién iba a decir que aquella hermosa niña amante de la comedia resultaría ser la más valiente y decidida de todas! Resuelta y tenaz hasta el final, la había salvado de la muerte a costa de su propia vida.

Ciertamente, su abuelo aseguró su supervivencia entrenándolas en el uso de armas, la lucha cuerpo a cuerpo, y técnicas de salvamento y autoprotección. Pero Luan y Leni fueron los pilares que las mantuvieron con deseos y esperanza de sobrevivir, tras la muerte del abuelo.

Lori se sentó en el terreno húmedo y acarició la cruz mientras lloraba. Disponer del cuerpo de su hermana y cavar la tumba por sí sola había sido espantoso. Pero no era eso lo que recordaba. En cambio, la veía en su lecho de muerte, pidiéndole con sus últimas fuerzas que sobreviviera y tratará de salir adelante, costara lo que costara.

-Lo intentaré, hermanita. Por la memoria de todas... ¡Juro que lo haré!-. Contestó ella.

Pero... ¡Era tan difícil! En esos dos años había pensado en acabar con su vida mas de una vez. Solo el recuerdo del sacrificio de Luan impedía que se apuntara con su arma, y terminará de una buena vez con su soledad y su sufrimiento.

Antes de irse, Lori besó cada una de las cinco cruces. Aunque lograra sobrevivir, estaba segura de que jamás volvería a ver las tumbas de sus seres queridos. Quería llevar grabada en su memoria la última evidencia de que ellos habían existido y caminado sobre la faz de la Tierra.

Ya casi estaba todo listo. Tenía que partir muy pronto, en un par de días a lo sumo. La noche anterior había considerado sus rutas, y se dio cuenta horrorizada que apenas tenía unos pocos meses para llegar al sur de los Estados Unidos; antes de que el clima empeorará de verdad. Y eso, en el mejor de los casos: la ruta que se había trazado era muy compleja. Tenía que permanecer a cubierto lo más posible, pero también debía maximizar sus oportunidades de conseguir alimento, cuando las provisiones se le hubieran acabado.

Su abuelo, siempre inquieto y preocupado por el alimento y la seguridad, había construido un túnel largo y profundo que descendía decenas de metros bajo el suelo. Allí llevó Lori las provisiones y el agua embotellada que no podía llevar consigo. En las nuevas condiciones climáticas, aquello se conservaría durante años. Décadas incluso. Seguramente nunca podría regresar por aquello, pero... ¿Quién podría decirlo con certeza?

Y si algún otro afortunado llegaba a encontrar aquel tesoro enterrado... Bendito fuera, y que le aprovechara.

Sobreviviremos (Loricoln)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora