Pork soda

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Le dio un corto sorbo a su bebida.

Detestaba la espera. El suspenso lo ponía de pésimo humor, entre otras cosas. Por ello, había ido a dar una vuelta. A  las seis de la mañana.

—Al fin decides aparecer—reclamó Cole lanzándole una mirada acusatoria a Yellow, que acababa de llegar.

—¿Acaso tú no duermes?—cuestionó este en su defensa—¿qué diablos haces aquí tan temprano?

Cole encogió los hombros a modo de respuesta.

Ese era otro trabajo de los muchos que tenia Yellow. Era guardia de vigilancia los miércoles en esa gasolinera.

—Bueno, el que estés aquí quiere decir que estas pensando en hacer algo—observó Yellow—algo que por supuesto me involucra.

Cole sonrió de manera sarcástica.

—Einstein estaría celoso de tu gran intelecto—se burló.

Se quedó viendo a Yellow fijamente a los ojos mientras sorbía el dulce liquido de la botella. Ya habían transcurrido treinta horas desde que había realizado su primer movimiento y casi podía sentir a toda una horda abalanzarse sobre él. Pero no era eso lo que lo tenía intranquilo.

Era la replica silenciosa de dicha horda.

Volvió a la realidad al percatarse de que la botella había quedado vacía. La puso sobre el capó del auto y cruzó los brazos.

—Eres raro—le dijo Yellow.

—Oh ¿eso crees?—respondió Cole, aún con un tono burlesco.

Repentinamente, sus ojos se detuvieron en un punto fijo sobre la carretera y su voz se cortó en el acto. Ahora tenía una expresión de alerta en su rostro, cosa que no era muy buena señal.

Un escalofrío recorrió la espalda de Yellow al ver el abrupto cambio en el semblante de Cole. Y ahora con el corazón en la boca, se dio la vuelta despacio para toparse con un auto desgraciadamente familiar que se había ubicado en la otra orilla de la carretera.

Le tomó menos de un segundo reconocer el auto y a la persona que estaba bajándose de él.

Y en ese corto lapso, Cole se había esfumado.

—Que ganas de ser ciego si así no tengo que ver esa horrenda pinta tuya—balbuceó Yellow en cuanto el sujeto se bajó del auto.

—Já, muy gracioso—el hombre habló con su marcado acento francés—vagabundo—finalizó mirando a Yellow de arriba a abajo.

—¿Qué hizo que arrastraras tu gordo trasero hasta aquí?—quiso saber Yellow al ver que el sujeto empezó a caminar de un lado a otro con lentos pasos.

—Intuyo que estarás al tanto de la situación—musitó mirando el viejo auto de pintura desgastada que le resultó familiar.

—En realidad me tienen harto, he estado toda la semana de un lado a otro solo por ese estúpido mandadero—masculló Yellow con una expresión de impaciencia—tarde o temprano todo mundo muere, no sé porqué el drama.

—Tienes algo de razón—convino el sujeto—este oficio es para tipos duros. El problema no es quién murió, el problema es quién mató.

Yellow sé quedó mirándolo unos segundos.

La muerte de un mandadero no siempre significaba gran cosa. Sin embargo, dadas las circunstancias en las que murió, se había formado un alboroto en el "grupo".

Y finalmente, luego de indagar y verificar, llegaron a la conclusión de que alguien fuera del grupo pero que los conocía, sádico, frío y calculador estaba conspirando contra ellos.

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